Pérez Vidal y la bendita levedad de la existencia

Pablo McKinney

Hoy debería uno estar por la labor de denunciar a la OEA, que en su asamblea iniciada ayer (y por delegación del gobierno que le manda) conminará a sus colonias americanas a obedecerle sin chistar o convertirse en su enemigo. (¡Qué hermoso gesto de democracia y respeto a la soberanía de otras naciones!)

El mandato es el siguiente: A partir de ahora, las administraciones locales (gobiernos) de nuestros colectivos humanos de bandera e himno, deben apoyar que Estados Unidos y sus cómplices continúen asfaltando a Oriente Medio con la piel de cadáveres de niños y mujeres; justificar que unilateralmente se agreda a otro país soberano por no obedecerlo o por intentar tener un arma que ellos tienen y han utilizado (solo ellos) contra la humanidad; además de, por supuesto, moderar las relaciones con la otra canasta del poder mundial, China. (Tierras raras, por ejemplo).

De esto debimos hablar hoy, solo que anoche, en el bar de mi esquina, mi dilecto amigo, Juancito Pérez Vidal, alias Tito, me contó que en la mañana había recogido la nueva libreta de su pasaporte que tiene vigencia hasta 2035, cuando él estará cumpliendo 75 años.

Lo que no me dijo de entrada el amigo y hube de escucharlo posteriormente, fue su lamento al enterarse de que al recibir el documento había comenzado a vivir (en el mejor de los casos) los últimos diez años de existencia con cierta movilidad, capacidad “para ofender,” ánimos para disfrutar, buena vista para leer.

Al pasar balance del tiempo transcurrido, Pérez Vidal debió reflexionar sobre la terrible parábola que es la vida, transcurridos aquellos locos años en donde todo era posible, no existía el pasado y el futuro era apenas un pretexto de los viejos para dañarnos la fiesta.

Si fuese cierto, como asegura Don Julio, que 33 años “son media vida”, tendríamos que aceptar entonces que 66 son una vida entera. O sea que, todo lo que nos queda a partir de ahora a los Titos del mundo, son unos escasos años para agradecer, perdonar, amar, meditar y celebrar casi feliz el no haber olvidado nunca lo principal, ¡ay!, lo principal que es lo que permite a un hombre salvarse del horror que acompañó a Iván Ilich, el del Tolstoi, llegado el momento de enfrentarse a la condición inevitable de la muerte y la bendita levedad de la existencia.

Listín Diario

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