Perú en llamas: la víspera de una esperanza
Oleg Yasinsky
23 enero 2023
Hace unos 20 años llegué al Perú por primera vez y lo que más me impresionó fue la increíble coexistencia de diferentes tiempos y mundos en un mismo espacio. El Perú indígena, el de los pobres, que hablaba en sus diversas lenguas, vestía sus ropas y conservaba su modo de ser propio, desafiando los 500 años de desprecio, negación y genocidio, y el otro, el de los mestizos y los blancos que desde su otro paradigma cultural giraba en torno a sus aspiraciones del progreso y desarrollo; todo esto en medio de una bestial desigualdad social con la sensación de estar en un tiempo detenido y un aire de resignación y cansancio de siglos.
Más del 80% de las grandes culturas precolombinas de América del Sur nacieron en las tierras que hoy son parte del Perú: un territorio de increíble riqueza natural, cultural y humana, con la comida más rica del Nuevo Mundo, que con los amigos siempre solíamos recomendar como el primer país para conocer América Latina. Un mundo que sorprende, maravilla, enamora y siempre deja con ganas de seguir conociéndolo.
Desde una de estas exploraciones turísticas a la selva peruana, hace unos años escribí lo siguiente:
«Por el Amazonas navega un crucero turístico con extranjeros. Los guías locales fingen tratar de mostrar a los turistas animales salvajes, sabiendo que todos los animales hace tiempo fueron comidos por la población local que pasa hambre. Tres días de este tour cuesta casi 5.000 dólares por persona. Son unos 10 turistas y más o menos el mismo número de guías y personal de servicios. Cada uno de ellos gana unos 300 dólares al mes. Si los turistas no dejan la propina recomendada, que son 120 dólares por persona, el personal se quedará sin la mayor parte de sus ingresos. Uno de los turistas desde Texas repudia la política de Obama, quien no puso en su lugar a los negros que se rebelaron por el asesinato policial de un negro que robó una tienda. El capitán del crucero es un privilegiado. Cuando el barco por la noche está anclado y yo trato de pescar algo desde la cubierta, él se acerca con un whisky y confiesa. Su sueldo es de casi 1.000 dólares. Le ofrecieron este trabajo porque él es de confianza de los dueños, es un jubilado de las fuerzas especiales de la marina, que hace unos dos años luchó en esta zona contra los terroristas. La población local apoyaba a los terroristas, ya que ellos prestaban ayuda médica gratis y ayudaban con los alimentos, y como las organizaciones de derechos humanos están lejos, los militares tenían orden de no tomar prisioneros. Todos los terroristas detenidos se eliminaban junto con los indios que les ayudaban. ‘Los terrucos’, dice el capitán. Los turistas están felices de navegar por el Amazonas, les sirven ‘chicken’ y en las excursiones por la selva lograron ver loros y patos salvajes. Alrededor del crucero juegan los delfines del río. Perú. Unión de los ríos Marañón y Ucayali con el Amazonas. Principios del siglo XXI. Planeta Tierra».
Esta descripción debería estar ilustrada con el paisaje de total miseria de la población indígena alrededor, que viven sin ningún servicio social en medio de los basurales y la abundante oferta de prostitución infantil en las afueras de Iquitos, que no es otra cosa que el derecho de violar a una niña en una canoa por unos cuantos dólares. Los únicos colores de las viviendas de los habitantes de este infierno, son los de las pinturas que los partidos políticos les regalan a los pobres cada cuatro años antes de las elecciones.
Lucas Aguayo Araos / Anadolu Agency
Ese es el Perú que hoy está en las calles. Hace casi un mes y medio, los poderosos, apoyados por el Gobierno de los EE.UU. y sus satélites en la región, dieron un golpe de Estado derrotando al legítimo presidente, Pedro Castillo. Castillo no era un gran estadista y cometió muchos errores, pero fue un presidente democráticamente electo y fue el primero, en varias décadas, que no representaba a la oligarquía local ni a los grupos económicos internacionales. Y esta gente, los excluidos, los pobres, los indios, los mineros y los campesinos se levantaron. Según la estadística oficial ya son 60 civiles muertos. El verdadero número de víctimas hoy no lo dirá nadie. El gobierno ilegal de Dina Boluarte, que actualmente tiene el rechazo del 80 al 88% de la población peruana, amenaza, ordena reprimir, desprecia a ese pueblo alzado y el miedo que tienen los que están en el poder aumenta la violencia.
El periodista chileno-francés Luis Casado, editor de la revista ‘Politika’, analiza el aspecto mundial de los dramáticos acontecimientos en el Perú: «En un marco ampliado de relaciones de fuerza a escala mundial, Estados Unidos y sus aliados y subalternos, en medio de una crisis de hegemonía planetaria contra China y sus adeptos, desde hace años viene impulsando los denominados ‘golpes institucionales o parlamentarios’ en América Latina. Ya ocurrieron en el 2004 en Haití contra Jean-Bertrand Aristide, en el 2009 contra Manuel Zelaya en Honduras, en el 2012 contra Fernando Lugo en Paraguay, en el 2016 contra Dilma Rousseff en Brasil, y en el 2019 contra Evo Morales en Bolivia. El imperialismo norteamericano precisa asegurar las relaciones de subordinación históricas que ha sostenido con Latinoamérica para enfrentar ordenadamente esta suerte de segunda guerra fría. Por ello, el desenvolvimiento de la lucha del pueblo peruano cobra inmediatamente carácter anticolonialista y antiimperialista».
Mientras el Perú hace varias semanas que ya vive una verdadera rebelión ciudadana y el número de asesinados dramáticamente aumenta cada día, la gran prensa internacional, que siempre y con tanta generosidad tenía sus primeras planas para todos los maidán, ‘revoluciones de colores’ y ‘protestas ciudadanas’ en Venezuela, Cuba, Rusia o Irán, simplemente no ve el drama peruano
Tampoco lo ven las organizaciones regionales y mundiales de derechos humanos, igual que hace siglos, niegan estos derechos a los indios peruanos que luchan y mueren defendiendo el estado de derecho occidental, hoy destruido por la oligarquía peruana. La misma postura mantiene la mayoría de los ‘gobiernos progresistas’ de la región, que no se atreven a nombrar el imperialismo ni a la dictadura por sus nombres y se conforman con vagas y ambiguas declaraciones.
Es difícil esperar que la actual crisis cambie la historia del Perú: frente a la creciente presión popular, el poder tiene muchos recursos de maniobra, regeneración y la letra chica. Lo importante ahora es salvar las vidas y convertir este formidable y espontáneo movimiento ciudadano en una nueva organización política que pueda proponer un proyecto de profundo cambio social que el país necesita y un día, ojalá no tan lejano, ponerlo en práctica.