Política económica: ciencia y arte
Por Magín J. Díaz
El año terminará con una inflación en torno del 3% y un crecimiento que, pesos más, pesos menos, duplicará el de 2023. Si nos comparamos con la región, pocos países pueden exhibir una combinación de alto crecimiento y baja inflación. Por enésima vez doblaremos el crecimiento promedio de América Latina y el crecimiento de nuestro índice de precios se coloca a octubre por debajo del de países como Colombia, Uruguay, Bolivia, Honduras, México, Chile, Nicaragua, Paraguay, Brasil y ni hablar de Venezuela y Argentina. Nada mal para un pequeño país caribeño.
El proceso de control de la inflación fue tortuoso sin dudas: bajarla tiene costos y eso lo vimos en una desaceleración de la economía en 2023 con una tasa de crecimiento de 2.4%, algo bajo para nuestros estándares (aunque similar al promedio regional). Ese era un precio que había que pagar.
No hacer nada, como pregonaban algunos, y dejar que la inflación bajara sola no era opción. El Banco Central tuvo que desplegar sus herramientas de restricción monetaria y aumentos de tasas de interés para mantener ancladas las expectativas de inflación y desacelerar la demanda agregada en lo que iban cediendo los choques de precios externos, que en primera instancia fueron los responsables del brote inflacionario.
Los legendarios profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Rudiger Dornbusch y Stanley Fischer, dos de los pilares del análisis de la macroeconomía moderna, definieron en un trabajo de 1993 lo que ellos llamaron inflación moderada, es decir, niveles en un rango de 15-30%; una inflación que claramente no es baja (concepto asociado con inflaciones de un dígito); ni una inflación desbordada, las cuales solo se pueden dar cuando los bancos centrales financian a los Gobiernos o permiten de alguna forma desbordamientos de los agregados monetarios (como en los rescates bancarios).
Si utilizamos el rango inferior de 15% del esquema que proponen Dornbusch y Fischer ¿cuál ha sido la experiencia de RD? En los últimos 20 años solo hay un episodio de inflación interanual mayor a este umbral: 18.8% en enero del 2005. Esa fue la última vez. Y aun así nos quejamos.
En enero cumpliremos 240 meses consecutivos con inflación controlada. Esa es la realidad: los brotes inflacionarios en este periodo están exclusivamente asociados a choques externos fuera de control de las autoridades y que no se deben a políticas fiscales ni monetarias irresponsables.
Y ahora la pregunta del millón: si la inflación ha estado controlada desde hace meses ¿Por qué el Banco Central ha mantenido este año una política restrictiva que se ha evidenciado en tasas de interés de mercado relativamente altas? Ahhhhh, ahí entramos a otro tema.
Lo que ha pasado este año con las tasas de interés y el tipo de cambio está en todos los textos de macroeconomía intermedia y fue expuesto en trabajos pioneros en la década de 1960 por los economistas Robert Mundell, ganador del premio nóbel en 1999 y Marcus Fleming del Fondo Monetario Internacional: un país no puede tener al mismo tiempo un tipo de cambio estable, libre movilidad de capitales y política monetaria independiente. Es lo que se conoce como la trinidad imposible en política económica.
Como país nos ha funcionado un tipo de cambio relativamente manejado, con movimientos previsibles, ya sea hacia arriba o abajo. El Banco Central no está comprometido con un valor fijo. De hecho, durante el 2020 el tipo de cambio se depreció más de 10%. Luego vivimos un periodo de apreciación sin precedentes no tanto por la magnitud, sino por la duración que fue de 24 meses consecutivos a partir de junio del 2021.
Lo que ha pasado entonces es que el mundo cambió: Estados Unidos decidió aumentar las tasas de interés para hacer su propio combate a la inflación. Y eso puso una presión importante a nuestra moneda: los inversionistas están tentados a buscar mayores rentabilidades fuera y aumenta la demanda de dólares.
Entonces, aunque la inflación bajó, el Banco Central no podía permitir que las tasas de interés domésticas se desplomaran. Si lo hacía, el tipo de cambio “se le iba a la porra”. Lo que hizo también para amortiguar las presiones cambiarias fue utilizar sus reservas internacionales, las cuales se acumulan para utilizarlas cuando se necesiten. Algo así como una póliza de seguros.
La otra opción, que es la que utilizan la mayoría de los países que tienen esquemas de meta de inflación, es que el tipo de cambio sea perfectamente flexible. Y si las críticas han llovido este año contra el Banco Central por mantener tasas de interés relativamente altas, imagínense cómo fueran si el tipo de cambio estuviera cerrando este año a 75.
Personalmente prefiero que el tipo de cambio cierre el año en el entorno de 61, con una pérdida de reservas internacionales moderada, pero con un sistema financiero estable, con inflación controlada y con una economía que (hasta ahora) sigue creciendo. No hay dudas de que ha sido un año difícil para el sector financiero; y para los sectores que dependen de las tasas de interés activas del sistema, como el sector construcción y el de adquisición de viviendas, por citar algunos.
La política económica no es perfecta. Es una combinación de ciencia y arte. Pero, sobre todo, de dilemas y disyuntivas. Para controlar la inflación tuvimos que aceptar una desaceleración de la economía en 2023. Para evitar en 2024 que el tipo de cambio se fuera a las nubes, hemos tenido que aceptar tasas de interés relativamente altas. No hay de otra.
¿Que esto podría traer una desaceleración de la economía en los próximos meses? Claro que sí. Es de hecho probable. Pero eso lo sabe el Banco Central y por eso acaba de hacer una importante liberación de encaje de RD$ 35,000 millones y tendrá que tomar otras medidas en los próximos meses, tal vez incluso aceptar una mayor depreciación del peso de ahora en adelante.
¿Queremos darle mayor holgura al Banco Central para el manejo de la política económica? Fácil: solo hay que aumentar la presión tributaria a un 20% del PIB. ¡A ver quién se anima!
Acento