POLÍTICA Y CULTURA
Posición del presidente Abinader y Cancillería
Tony [email protected]
El respeto a la diversidad, a la pluralidad de expresiones vitales, nos enriquece humana y socialmente. El hecho de que nuestra isla sea la única isla en el mundo dividida por dos Repúblicas, con dos culturas diferentes, nos hace reflexionar sin perder el sentido humano de la solidaridad y la vocación de cooperación y humanidad.
Nuestra historia accidentada nos condujo, a diferencia de los países hermanos del continente americano, a concretar nuestra Independencia, no de las metrópolis colonialistas de la época, sino del Estado vecino. Este accidente histórico, esta casualidad sin precedentes en el contexto de las luchas en el continente durante el siglo 19, había creado el antecedente invocado por Toussaint Louverture, y retomado por Jean Jacques Dessalines, quien expulsó a los franceses, arrogándose la idea de que la isla era única e indivisible. Se trató entonces, de enfrentar a las potencias colonialistas europeas, en su pretensión de adueñarse de la isla y atentar contra la naciente creación del Estado haitiano. Esta concepción ignoraba que ya, en la parte Este de la isla, había una comunidad cuyos vínculos y lazos culturales se diferenciaba esencialmente de la experiencia histórica de la lado oeste.
Bajo el pretexto de salvaguardar la isla de la voracidad colonialista europea, se intentó aniquilar la profunda corriente histórica de la dominicanidad en ciernes, la intentaron sepultar sobre la base arbitraria de negación de los elementos nodales, social y culturalmente forjados al amparo de las coordenadas de la lengua, la tradiciones, creencias, convivencia y lazos comunes de expresión propia y diferenciada. Entre 1801 y 1805, el ejército haitiano realizó incursiones a la parte oriental de la isla, con enardecidas tropas comandadas por el general Jean Jacques Dessalines.
Las tropas militares dirigidas por Dessalines, quien se hizo Emperador, fueron las que más daño produjeron a la parte oriental de la isla en toda su historia. Todavía no había Patria pero sí existía una comunidad vehiculada y diferenciada culturalmente, gestándose en el vientre de la historia. Nunca nuestro país ha invadido Haití.
Sólo en abril de 1963, el presidente Juan Bosch dispuso la movilización general de las Fuerzas Armadas en defensa de la honra mancillada, cuando tropas duvalieristas violaron territorio diplomático dominicano en busca de opositores, en Puerto Príncipe. Esas aristas históricas se reproducen en diversos continentes entre países que colindan sus fronteras con vecinos que tienen contradicciones religiosas, sociales y culturales significativas. El tirano Trujillo decretó un salvaje genocidio de 15 mil haitianos en las poblaciones fronterizas, pretendiendo con ello, liberar al país de los asentamientos masivos irregulares en esas zonas e invocó una pose nacionalista, que no asumió cuando sirvió como lacayo durante la ocupación militar norteamericana en 1916-24.
Invocamos el respeto mutuo para regir relaciones entre naciones, y en ese sentido, resaltamos la loable la actitud del presidente Luis Abinader de apelar a la comunidad internacional y a la conciencia humana, frente a este drama que parece desbordado en sus cauces institucionales, así como por su entereza patriótica y su condición de estadista. Por igual el rol desempeñado por la Cancillería dominicana con serena y oportuna defensa de los valores sagrados de la nacionalidad.