¿Por qué importa tanto el reto de la derecha alternativa?

Juan Temístocles Montás

Entre el 21 y el 24 de febrero se celebró en Washington el encuentro anual de la Conferencia Política de Acción Conservadora, CPAC, en la que se reunieron lideres y activistas de la derecha alternativa, conocida como alt-right. Este evento contó con la presencia de los presidentes de El Salvador y Argentina, Nayik Bukele y Javier Milei, así como de Nigel Farage (principal impulsor del Brexit), y Santiago Abascal (líder del partido de derecha español Vox). Pero la estrella de la reunión fue Donald Trump, quien se perfila como el candidato presidencial de los republicanos para las elecciones de noviembre.

El objetivo de la reunión quedó patente en el lema levantado por la CPAC: Where globalism goes to die (Donde el globalismo va a morir). Esto expresa el repudio de la derecha alternativa a lo que se conoce como globalismo, por su vinculación con el multiculturalismo, la ideología de género y el cambio climático.

Para la alt-right, el referido globalismo es una ideología que pretende acabar con el Estado-nación como marco de la administración política para sustituirlo por un gran Estado mundial que promueva el libre comercio. Ulrich Beck, en su libro ¿Qué es la globalización?, define el globalismo como la concepción según la cual el mercado mundial desaloja o sustituye al quehacer político. Es la ideología del dominio del mercado mundial. Para el autor, el globalismo es unidimensional (diferente a la globalización) y niega la distinción entre economía y política al afirmar el imperio de lo económico.

Un hecho que ha marcado el funcionamiento político del mundo en lo que va del siglo XXI es la emergencia de la derecha alternativa. Este movimiento político surgió en los Estados Unidos a principios del presente siglo como reacción al progresismo y se ha ido consolidando a nivel global, adoptando posturas radicales en temas como la inmigración, la globalización, la identidad cultural y la política exterior.

Entre las posiciones de los que participaron en la CPAC se encuentran la negación de la emergencia climática, sostener que las mujeres trans son hombres, que los inmigrantes son invasores, que los impuestos son un robo, que el aborto es un asesinato. La derecha alternativa divide el universo político entre «nosotros» (el pueblo) y «ellos» (las élites). Son claramente populistas.

La derecha alternativa considera que las Naciones Unidas ha derivado hacia una posición woke, por su compromiso con una conciencia social y política sobre cuestiones de justicia social, igualdad y derechos civiles. Señalan, además, que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, entre otras organizaciones, son las promotoras del globalismo.

La derecha alternativa levanta la teoría conspirativa del Gran Reemplazo, que plantea la existencia de un plan ideado por las élites políticas y económicas de Occidente para convertir a la población blanca en minoría. Esa teoría fue desarrollada por el escritor francés Renaud Camus, quien, en el 2011, publicó un libro con ese título, convirtiéndose en la teoría que levantan los partidos de extrema derecha en Europa.

En Francia, Marine Le Pen y Éric Zemmour, ambos aspirantes presidenciales, se refieren sin rubor a los peligros de la sustitución de la cultura europea a causa de la inmigración. Víktor Orban, primer ministro de Hungría, habla de una “bomba de relojería” contra los valores cristianos; y Santiago Abascal, el líder del partido derechista Vox ha planteado que muchos españoles “viven en la inseguridad cultural” por culpa del “multiculturalismo”.

En Estados Unidos, Donald Trump es el principal abanderado de la derecha alternativa. Se opone a las propuestas del progresismo y levanta un discurso radical contra la inmigración, plantea mayores controles fronterizos y se identifica con el nacionalismo económico. Además, en política exterior pone en primer plano los intereses de Estados Unidos, y valora la acción gubernamental en función de si ayuda o no a los estadounidenses.

Es innegable que las posiciones de la derecha alternativa han ganado apoyo creciente en el mundo. Concretamente, en los países desarrollados, el deterioro de la clase media y la percepción de incertidumbre sobre el futuro han contribuido a dicho fortalecimiento.

Las implicaciones políticas y de política pública son obvias, y representan un enorme reto para las fuerzas progresistas.

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