Por una paz mundial duradera
Por Carlos Despradel
Debe llamar a una profunda preocupación el deterioro que se ha estado produciendo en el mundo en los dos últimos años durante los cuales han estado escalando sistemáticamente los conflictos bélicos entre grandes potencias militares que podrían llevarnos a una catástrofe mundial. Es por tanto responsabilidad de todos los ciudadanos del mundo, hacer esfuerzos para contribuir a que se restablezca la cordura y las relaciones fraternales entre todas las naciones. Este escrito va en esa dirección y tiene ese propósito.
Debido a que los Estados Unidos es la nación más poderosa del mundo, la política exterior que adopte ese país en los próximos años será determinante para la paz mundial. Por esta razón nos enfocaremos en tratar de analizar los elementos fundamentales que aparentemente han influido en esa política. Antes de entrar en materia, quisiéramos señalar que la trayectoria pública que hemos seguido en todas las manifestaciones de nuestra vida profesional no dejan lugar a dudas sobre cual es nuestra posición ideológica, lo que nos permite abordar el tema que pensamos desarrollar sin que se puedan hacer falsas interpretaciones.
Lo que queremos expresar es que consideramos que en los últimos 30 años la política exterior de los Estado Unidos pudo haber estado mejor orientada, de acuerdo no sólo a nuestro criterio, sino también al de prestigiosos ciudadanos de esa gran nación, tanto en el área política, la diplomática, la académica, la periodística e incluso la militar.
Debemos iniciar indicando que de acuerdos a destacados intelectuales mundiales la desintegración de la Unión Soviética constituyó lo que Francis Fukuyama llamó el “ fin de la historia”, pues debió ser no sólo el fin de la Guerra Fría, sino también el éxito del modelo ideológico occidental, tanto en lo económico como en lo político y consecuentemente la democracia liberal y el capitalismo ya no debieron tener rivales. Así lo entendió el nuevo presidente de Rusia Boris Yeltsin y así también pensamos que lo entendió posteriormente el presidente Vladimir Putin. Prueba evidente fue la determinación de la nueva Rusia del 1991 de renunciar a la doctrina comunista y de adoptar una economía de libre mercado. Asimismo, mostraron en reiteradas ocasiones el deseo de iniciar relaciones amistosas con las potencias occidentales. Más evidente aún, fue el interés de establecer sólidos vínculos económicos y comerciales con occidente, lo cual auspiciaba excelentes resultados económicos y sociales para todo el planeta.
Consideramos que así también lo entendió incluso China, país que adoptó hace muchos años una pragmática política dual bajo el liderazgo de Deng Xiaoping que le permitió mantener una parte de su economía dirigida por el Estado y al mismo tiempo incorporar elementos de libre empresa dentro de su economía a fin de poder establecer fructíferas relaciones comerciales y económicas con todas las naciones del mundo, las cuales se comenzaron a implementar de acuerdo a las reglas de la libre competencia dictadas por las naciones occidentales. El rápido desarrollo de la llamada “Ruta de la Seda” ha sido el exitoso vehículo utilizado por China para expandir su ámbito de influencia en todo el planeta y lograr así, una de las tasas de crecimiento económico más altas del mundo. De ahí que, se pudiese asegurar que a ese país no le conviene la confrontación militar con occidente, ni tampoco está interesado en exportar su régimen político a otras naciones, lo que debería ser apreciado por sus potenciales rivales en el campo ideológico.
De esta forma, el mundo de las últimas décadas debió ser muy diferente al de la confrontación ideológica prevaleciente en la Guerra Fría, durante la cual era legítima la preocupación de occidente ante la amenaza de la penetración de la doctrina comunista, la cual era totalmente contraria a la tradición democrática, religiosa, así como a las libertades que sirven de sostén a las naciones occidentales. A pesar de que expertos internacionales consideran que actualmente Rusia es una sociedad conservadora, mayormente cristiana y apartada del sistema comunista, lamentablemente parece que influyentes políticos de los Estados Unidos y de otras potencias occidentales no acaban de entender que hubiera sido más conveniente si las relaciones entre todas las naciones se adaptasen a esa nueva realidad mundial.
También es preciso entender que los tiempos de un mundo unipolar controlado totalmente por una potencia militar hegemónica está terminando, pues el adelanto tecnológico de China, Rusia, India, Irán, Corea del Norte y otros, no lo permitirían y que en lo adelante el poder de las armas no podrá ser el determinante, ni tampoco el más aconsejable para dirimir las diferencias entre naciones, sino que habrá que darle paso al de una sana competencia económica que permita el desarrollo de todos.
En esta nueva etapa de la humanidad los Estados Unidos tiene todo para ganar y así poder mantener su supremacía mundial , pues no sólo es un ejemplo de libertad y de democracia que todos deseamos, sino que tiene, por mucho, la economía más desarrollada, lo que le permite convertirse en el verdadero líder de la mayor parte del mundo si dedica esos cuantiosos recursos en proyectos de desarrollo económico en todo el planeta.
Desafortunadamente ese país ha estado dando señales de que algunos de sus ideólogos más influyentes todavía piensan y actúan al igual que lo hacían durante la Guerra Fría. Es posible que esto se deba a que tanto su doctrina militar, como su estructura de seguridad nacional y su política exterior están diseñadas y fundamentadas en la confrontación ideológica, lo cual es difícil de reorientar para que esté acorde con una nueva realidad mundial. Incluso, ese comportamiento podría obedecer también a que la estructura productiva del país, especialmente la industrial, es altamente dependiente de la industria armamentista.
En este sentido, muchos consideran que la peligrosa situación que vive actualmente la humanidad tuvo su origen cuando las potencias occidentales no aprovecharon la magnifica oportunidad que significó la desintegración de la Unión Soviética y el surgimiento de una nueva Rusia totalmente diferente, lo que hubiera permitido construir una sólida paz mundial. Por eso importantes ciudadanos de los Estados Unidos consideran que el gran desacierto de la política exterior de las potencias occidentales se produjo cuando decidieron expandir la OTAN y evitar que Rusia ingresara a esa organización , como era el deseo de las nuevas autoridades de ese país, pues esto creó nuevamente un clima de desconfianza de Rusia en las intenciones políticas de occidente.
En efecto, distinguidos ciudadanos norteamericanos se opusieron a la expansión de la OTAN e hicieron oportunas advertencias sobre sus efectos futuros. Entre ellos, se puede citar al exdirector de la CIA William Burns quien dijo: “la decisión de expandir la OTAN es prematura e innecesariamente provocadora”. Asimismo lo señaló el influyente funcionario norteamericano George Kennan al decir: “la expansión de la OTAN será el error mas grande de la política americana posterior a la guerra fría” y agregó que: “ será el inicio de una nueva guerra fría que no hay ninguna razón para hacerlo”. En iguales términos se expresó el embajador norteamericano Jack Matlock, quien indicó que: “ Washington ha repetido el error cometido en Versalles en 1919 cuando excluyó a Rusia después de la primera guerra mundial”. Incluso un grupo de 50 destacadas personalidades de los Estados Unidos le advirtió al Presidente Clinton que: “ la expansión de la OTAN era un error de proporciones históricas”. Veamos algunas de las consecuencias directas o indirectas de esta decisión.
Tomemos como primer caso la absurda guerra en Afganistán que duró alrededor de 20 años, durante los cuales de acuerdo a Los Angeles Times, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos gastó unos US$778,000 millones en gastos militares y la AID otros US$44,000 millones en asistencia social. Con el agravante de que al final, la situación política terminó con el triunfo de los Talibanes que era lo que se quería evitar. Una situación diametralmente opuesta hubiese sucedido si esa astronómica suma la hubiese invertido los Estados Unidos para consolidar sus relaciones políticas y económicas con todas las naciones.
De igual forma tenemos las costosas intervenciones militares en Libia, Siria e Irak. Por ejemplo, en el informe titulado “Sangre y dinero: los costos humanos y el presupuesto de Estados Unidos en 20 años de guerra en Irak y Siria (2003-2023)” realizado por la universidad de Brown, se estima que tuvieron un costo de alrededor de US$100,000 millones anuales y no obstante, aparentemente han tenido un resultado contrario al esperado pues estas dos naciones están actualmente muy desestabilizadas políticamente y han terminado siendo posibles aliados de la República Islámica de Irán, nación que los Estados Unidos considera como uno de sus principales enemigos en el Medio Oriente.
En el caso de Libia la situación no pudo ser mas desastrosa. Después del derrocamiento de Gadafi, no ha quedado allí nada que se parezca un estado funcional, así pues un país rico en petróleo y gas, es ahora una verdadera anarquía de la cual Rusia se podrá aprovechar finalmente. En conclusión se podría decir que con un mejor uso de esos cuantiosos recursos gastados militarmente en esos tres países y con una política exterior mejor orientada, los Estados Unidos hubiesen podido estar mejor situado en esa importante región, sin necesidad de depender tanto de Israel y sus controversiales gobiernos.
Otro caso que debe llamar la atención es que de acuerdo a un informe del “Conflict Management and Peace Journal”, se estima que los Estados Unidos tiene unas 254 bases militares desplegadas en todo el mundo (algunos consideran que son muchos más ) con una dotación de tropas superior a los 170,000 efectivos, lo que requiere una parte considerable del presupuesto de defensa de ese país el cual llega a unos US$700,000 millones anuales. Lo peor de todo es que ese enorme gasto se ha financiado con endeudamiento público, provocando que la deuda pública de los Estados Unidos haya llegado a la astronómica cifra de US$35,000,000,000,000 millones de dólares, la cual muchos entendidos consideran que será casi imposible de pagar.
Si la Guerra Fría ya terminó hace muchos años y tanto Rusia como China lo que están deseando es competir mundialmente a través del comercio y las inversiones, quizás una significativa parte de este enorme gasto militar anual lo pudiera dedicar los Estados Unidos con mejores resultados en el desarrollo de una mayor capacidad competitiva y para atraer nuevos socios económicos y políticos.
El caso reciente de Ucrania podría también señalarse. Existen algunas evidencias de que ese conflicto lamentablemente fue provocado intencionalmente por algunas potencias occidentales. Para llegar a esa conclusión, bastaría leer el libro del consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski: “El Gran Tablero Mundial”; el informe de la Ran Corporation del 2019 titulado: “Como Desestabilizar a Rusia”. También habría que considerar la expansión sistemática de la OTAN, contrario a lo inicialmente acordado al término de la Guerra Fría, cuando James Baker prometió que no se expandiría: “ni una sola pulgada”. A esto se agrega el fallido acuerdo de Minsk que buscaba establecer la paz en Ucrania; el golpe de estado del 2014 en ese país donde la Subsecretaria de Estado Victoria Nulan desempeñó un papel relevante. Asimismo deben consultarse las conferencias del profesor Jeffrey Sachs; las declaraciones del embajador Chas W. Freeman; las ponencias del profesor John Mearscheimer; o las comparecencias del Coronel Douglas Macgregor, por citar sólo algunas de las evidencias más relevantes.
Consideramos que esa desafortunada e innecesaria guerra posiblemente no favorecerá a mediano y largo plazo los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos. Sin embargo, se estima que desde febrero del 2022 ese país ha enviado a Ucrania unos US$75,000 millones en efectivo y equipamiento y muchos miles de millones más por otros conceptos, independientemente de los US$95,300 millones que fueron aprobados hace unos meses por el Congreso para ser destinados principalmente a Ucrania. Lamentablemente lo peor es que aunque todavía no se sabe cómo terminará ese conflicto, por el momento parece que no será favorable a los intereses de las potencias occidentales y mientras tanto se estima que más de 400,000 jóvenes ucranianos y otros tantos rusos han perdido sus vidas inútilmente. El único objetivo que ha logrado aparentemente los Estados Unidos con esta guerra es alejar la posibilidad de que Rusia se convierta en una potencia económica europea, pero esto a costa de fortalecer alianzas económicas y políticas entre Rusia y China, que es quizás menos favorable para los intereses norteamericanos.
El fortalecimiento y expansión de los BRICS en los últimos dos años y la creciente simpatía que ha despertado esa organización a nivel mundial, así lo demuestra. De no haberse expandidos los conflictos bélicos en estos dos años posiblemente los BRICS se hubiese quedado como una organización intrascendente, muy diferente a la fortaleza que hoy exhibe y al peligro que representa para la hegemonía norteamericana.
Otro acontecimiento difícil de entender fue la voladura de los gasoductos Nord Stream 1 y 2. El primero, que estaba en pleno funcionamiento, fue construido a un costo de 7,400 millones de euros por parte de Alemania y Rusia , el cual proveía de gas a varios países europeos principalmente a Alemania. De acuerdo a las investigaciones del afamado y laureado periodista norteamericano Seymour Hersh, la acción parece que fue ejecutada por los Estados Unidos con la complicidad de Noruega. Obviamente el propósito era dañar la economía rusa afectando su exportación de gas, pero finalmente el país más perjudicado ha sido Alemania, cuya economía al estar basada en la actividad industrial, es altamente dependiente del suministro externo de gas, lo que ha provocado el estancamiento económico de ese país en los últimos años y con ello el desajuste que afecta a toda Europa. Esto ha creado grandes resquemores en la clase pensante de esa nación que hasta entonces era considerada la “locomotora económica de Europa”.
Lo que llama la atención es que los Estados Unidos mantiene su mayor base militar en la localidad de Ramstein en Alemania, donde habitan unos 53,000 norteamericanos. Esta base fue construida a finales de la segunda guerra mundial aparentemente para defender a esa nación de la agresión soviética y por tanto, la voladura del gasoducto parece una contradicción, a menos que todavía tenga vigencia las palabras del primer secretario general de la OTAN, Lord Ismay, quien dijo que el propósito de esa organización era: “to keep the Americans in, the Russians out and the Germans down”.
Muchos otros casos podrían ser presentados para sustentar nuestros argumentos, como lo es la actual guerra en el medio oriente, pero consideramos que es innecesario. Como corolario se podría concluir señalando que el dilema que enfrentará la sociedad y la clase política de los Estados Unidos en los años venideros, es si decidirán dedicar su prestigio político y sus cuantiosos recursos económicos, para estrechar sus relaciones políticas y económicas con sus potenciales aliados, tanto del norte como del sur, o si por el contrario seguirán apoyándose en su poderío militar y en la búsqueda de potenciales enemigos, muchos de los cuales aparentemente sólo desean competir en el ámbito económico y comercial, que es el que finalmente determinará quien será el triunfador en la geopolítica mundial.
A la luz de estas consideraciones, parecería más sensato que el objetivo de la política exterior norteamericana tuviese como prioridad fortalecer su capacidad competitiva en lo económico y no exclusivamente en su fortaleza militar, pues la continuación de la política actual finalmente no le favorecerá y además podría contribuir a la destrucción de todo lo que con muchos esfuerzos la civilización ha construido. Ese mismo pensamiento lo tuvo el presidente Kennedy en el histórico discurso que pronunció hace 60 años en la American University, cuando dijo estas palabras: “ A que clase de paz me refiero. No la pax americana impuesta al mundo por las armas de guerra norteamericanas. No la paz de la tumba, ni la seguridad de la esclavitud. Estoy hablando de una paz genuina, del tipo de paz que hace que valga la pena vivir la vida en la tierra, el tipo que permita a hombres y naciones crecer, tener esperanzas y construir una mejor vida para sus hijos”.
El reciente triunfo de Trump abre una nueva esperanza de un cambio en la política exterior de los Estados Unidos. Todos deseamos que “América sea grande de nuevo”, pero esa grandeza debería fundamentarse en su fortaleza económica, en su apego tanto a los principios democráticos como a la justicia social y a su determinación de cooperar con todas las naciones que comparten esos principios.
Acento