Putin: de espía a pirómano planetario

Quizás todos estemos conscientes de las implicaciones que para la paz mundial tiene la escalada de la guerra desatada a partir de la invasión rusa a Ucrania aquel 22 de febrero de 2021. Lo que muchos todavía no asumen es el calibre exacto del personaje detrás de este desastre. Vladimir Vladimirovich Putin no es un jefe de Estado convencional; es el resultado quirúrgico de una mentalidad imperial, rencorosa y fría, con décadas de entrenamiento en espionaje y eliminación de opositores. Su historial como jefe de la KGB no fue casualidad. Tampoco es casual que cinco años después de esa “operación especial”, que nadie en su sano juicio ya llama así, el mundo esté al borde de una guerra abierta entre potencias nucleares.
Desde el Kremlin, Putin sigue operando con una lógica que mezcla nostalgia soviética, ambición territorial y desprecio absoluto por los principios elementales del derecho internacional. Los rusos que se atreven a disentir —esos héroes sin estatua— han terminado en exilio, prisión o cementerio. Sin embargo, lo realmente preocupante ya no es su modo interno de gobernar (aunque debería indignarnos), sino su creciente voluntad de incendiar el vecindario geopolítico y, si le dan chance, el planeta entero.
Europa bajo fuego y la OTAN con los nervios en la garganta

Esta semana, desde la base francesa de submarinos nucleares en Brest, se dispararon alarmas y balas contra drones intrusos que violaron el espacio aéreo. ¿Sospechosos? Por supuesto: Rusia. Este patrón provocador se ha venido repitiendo con intensidad quirúrgica en otras regiones de Europa. Los países nórdicos, especialmente Dinamarca, han denunciado violaciones similares. Pero el episodio que debería mantenernos despiertos por las noches ocurrió en Polonia, que este fin de semana puso en alerta su fuerza aérea tras una ola de bombardeos rusos contra Ucrania, tan intensos que reavivaron las alarmas de la OTAN.
Lo que hace esto más peligroso no es solo el fuego cruzado, sino la actitud chulesca del Kremlin. Putin, con la calma cínica que lo caracteriza, le ha dicho al continente: “Si Europa quiere guerra, estamos preparados”. Traducción libre: “Estoy listo para el caos, ¿ustedes lo están?”. No hay diplomacia posible cuando uno de los interlocutores juega a la ruleta rusa —literalmente— con ojivas nucleares.
Trump, la paz y el chiste que nadie entendió

Mientras tanto, desde la Casa Blanca, el Presidente Donald Trump (sí, otra vez) ha presentado un plan de paz que, más que una propuesta seria, parece una carta escrita en una servilleta durante una cena con Putin. No hay una sola concesión realista a Ucrania, ni garantías serias de respeto a su integridad territorial. El Kremlin ya respondió: “No gracias”, mientras sigue bombardeando hospitales, centrales eléctricas y edificios civiles en Kiev, Dnipró y Járkov.
Los muertos siguen aumentando, las promesas de paz se diluyen entre columnas de humo, y la comunidad internacional —esa entelequia burocrática— sigue atrapada entre la diplomacia tibia y el miedo paralizante a provocar al oso ruso. El resultado: más de lo mismo. Más bombas, más desplazados, más niños enterrados en silencio mientras las cancillerías del mundo emiten comunicados “enérgicos” que no asustan ni a un gato.
Ucrania hoy, Estonia mañana

Pero la verdadera jugada maestra de Putin no se limita a Ucrania. No. El zar del siglo XXI tiene una agenda más ambiciosa. Lo suyo es una reedición sin complejos del expansionismo soviético. Ha sido claro: si logra tragarse a Ucrania, el mensaje a las exrepúblicas soviéticas no alineadas con la OTAN —como Estonia, Georgia, Moldavia— será simple: “Ustedes son las próximas”. Un dominó trágico donde las piezas caen con sangre, y el mundo observa con estupor y pasividad.
Desde esta trinchera advertimos que no estamos ante un simple conflicto regional. Esto es una guerra con potencial de convertirse en incendio global. Putin no está improvisando. Está ejecutando un plan de reposicionamiento geopolítico a sangre y fuego, mientras Occidente titubea entre sanciones, cumbres diplomáticas y un liderazgo cada vez más escéptico de su propia fuerza.
¿Y nosotros? Bien, gracias

Desde América Latina, incluyendo República Dominicana, vemos este conflicto como algo lejano, como una telenovela geopolítica que se transmite desde los noticieros internacionales. Pero no nos equivoquemos: los efectos del conflicto nos atraviesan. Aumentos en los precios del petróleo, alimentos, fertilizantes, amenazas a la estabilidad global… todo forma parte del paquete. La guerra de Putin también es nuestra, aunque aún no lo sintamos en carne viva.
La paz mundial hoy pende de un hilo. Y ese hilo lo sostiene, con una sonrisa torcida y un misil en el bolsillo, un exagente de la KGB convertido en presidente vitalicio. Así de fino es el equilibrio. Así de grotesco es el siglo XXI.

