Putin, Europa y nosotros
Por ISIDORO SANTANA
Siempre he pensado que si en los años 30’s del siglo pasado la economía mundial hubiera estado tan globalizada como ahora, Hitler no hubiera podido ni mínimamente hacer todo lo que hizo, ni la Segunda Guerra Mundial durado tantos años.
La razón es que de ninguna manera Hitler podría haber conseguido el suministro de todo el carbón y el acero que necesitaba para instalar y operar esa maquinaria de guerra; y si el sistema bancario hubiera estado tan interconectado como con el código SWIFT, sencillamente no hubiera podido financiar aquel ejército, ni las armas ni mucho menos su formidable industria militar. Y lo más probable es que hubiera terminado por generar una hambruna en su propio país, y hubiera caído mucho antes.
Esto viene a cuento a raíz de lo que está haciendo Putin en Ucrania. Salvo los más fanáticos, pocos dejarán de reconocer las legítimas razones de Rusia para sentirse insegura si continuaba expandiéndose la OTAN hacia sus fronteras, conociendo de las invasiones que ha sufrido motivadas en el interés occidental por su enorme territorio y recursos naturales, pero pocos esperaban que se atreviera a emprender una campaña así de destrucción y muerte, en aras de conseguir algo que podía conseguir por otros medios.
Sabemos que está empecinado en ganar militarmente, y no hay dudas de que terminará ganando, pues si Rusia fue capaz de ganar la Segunda Guerra Mundial (claro, con la ayuda de la propia Ucrania), hasta colocar sus tanques ante las mismísimas puertas de Berlín, sería impensable que no pueda derrotar a Ucrania. Pero terminará como Pirro al decir “con otra victoria así, estamos perdidos”.
Si el costo de derrotar el ejército nazi fue perder un cuarto de siglo de crecimiento económico, esta vez puede ser peor. Como economista me resulta difícil entender las razones que llevaron a Rusia a dejar caer su antigua base industrial para concentrarse en la exportación de minerales, combustibles y alimentos. Ya sabemos que su industria no era competitiva tecnológicamente, pero conociendo su gran capital humano, experiencia productiva y desarrollo tecnológico (puesto en evidencia con su industria militar, su carrera aeroespacial y el hecho de haber desarrollado una vacuna contra la COVID primero que cualquier país occidental), luce que era más fácil modernizar su industria que desaparecerla para convertirse en país primario exportador, como cualquiera latinoamericano.
Y ahora no tiene forma de salirse con la suya. Europa, después de pasarse siglos peleándose entre ellos, la constitución y expansión de la Unión Europea ha sido uno de sus mayores logros. Pasadas siete décadas, nadie habría imaginado antes que aquella Comunidad Europea del Carbón y el Acero habría de convertirse en el más formidable tratado de paz y confraternidad que conozca la historia de la humanidad. Y si bien es cierto que lucía debilitada, ahora la Unión Europea se rejuvenece.
Habían surgido movimientos políticos divisionistas alentados por el propio Putin y paradójicamente, por Trump, que habían hecho cuestionar algunos de los fundamentos de la UE, el más agresivo de los cuales fue el Brexit, pero ahora de golpe todo se recompone. Putin está provocando lo contrario de lo que buscaba.
Si el fortalecimiento de la Unión Europea es un resultado positivo, habrá otros muy negativos, como el surgimiento de una nueva carrera armamentística y, lo que es peor, el rearme de Alemania, algo que siempre rehuyeron tanto en Oriente como en Occidente.
Y esta carrera restará recursos para el progreso de la humanidad, justamente cuando más los necesita para combatir la desigualdad y la pobreza, los costos del envejecimiento de la población, el cambio climático, el desplazamiento de empleo activo por los cambios tecnológicos y las presiones migratorias procedentes de países de menores ingresos.
No hay forma de que de esta guerra alguien gane, pero quien más va a perder, después de Ucrania, es la misma Rusia, y quién sabe si hasta la cabeza o el poder del propio Putin. También saldrán muy dañados los vecinos europeos y, en el Tercer Mundo, los que somos importadores de combustibles, metales, cereales y grasas comestibles. Y los destinos turísticos.
La República Dominicana es un poco de todo eso y, aunque produce la mayor parte de sus alimentos, el único cereal en que somos autosuficientes es el arroz, dependiendo de la importación de los demás para el “ensamblaje” de huevos, pollos y cerdos, además de una parte del ganado vacuno. Y por si todo ello fuera poco en términos de inflación y trabas en las cadenas de suministros, ahora vuelve el COVID a provocar paralización y confinamientos en China