Putin ha perdido algo peor que una guerra
Por Michael Kimmage
The New York Times
Kimmage es historiador de la Guerra Fría y experto en relaciones entre Estados Unidos y Rusia.
Cuando Vladimir Putin invadió Ucrania en 2022, estaba apostando contra Occidente. Occidente —entendido como Europa y Estados Unidos— no tendría el temple necesario para salvar a Ucrania, supuso seguramente. Ni unido ni eficaz, tenía un largo historial de fracasos en Afganistán, Irak, Libia y Siria. La victoria de Rusia demostraría que la edad de oro de Occidente había terminado, liberando a Rusia para asociarse con China y otros países emergentes, reafirmándose en la escena mundial.
La apuesta de Putin no ha dado resultado. A medida que la guerra se prolonga, el Kremlin ha adoptado un doble enfoque respecto a Occidente. En el interior, el Kremlin lo ha demonizado, animando a los rusos a unirse en torno a Putin en una batalla civilizatoria. En el exterior, Rusia ha tratado de dividir a Occidente, apartando a los escépticos y a los disidentes de la coalición que apoya a Ucrania. En este proyecto, la elección de Donald Trump en noviembre debía ser un punto de inflexión. Occidente se desgarraría, dejando a Ucrania en manos de Rusia.
Esas esperanzas han resultado ser ilusorias. Tras el entusiasmo inicial, Trump se ha enfriado respecto a su homólogo ruso, refiriéndose recientemente a él como “loco”. Es posible que siga actuando conforme a su deseo declarado de hacer negocios con Putin, pero no podrá entregar ni a Ucrania ni a Occidente. Los hechos lo prohíben. La brutal guerra de Rusia ha horrorizado y aterrorizado a Occidente, y logró generar un esfuerzo colectivo de contención que ha hecho que Europa definitivamente se posicione en contra de Rusia. Estos acontecimientos, lejos de ser triviales o temporales, limitarán las perspectivas de seguridad y prosperidad de Rusia durante las próximas décadas.
Rusia siempre ha necesitado a Occidente y se ha beneficiado de su contacto. A causa de una guerra innecesaria, Putin lo ha perdido para siempre.
Lejos de estar desconectada, Rusia ha sido una parte orgánica de los asuntos europeos desde el siglo XVII. En el siglo XVIII, Rusia era un imperio en Europa, tras haberse unido a Prusia y al imperio de los Habsburgo en la división de Polonia. Los soldados rusos llegaron a París en 1814 y, a lo largo del siglo XIX, Rusia fue fundamental para la guerra y la paz en Europa. La dinastía Romanov tenía parientes cercanos en la mayoría de las capitales europeas, mientras que la asimilación de la cultura europea provocó un renacimiento artístico en Rusia. El comercio y la tecnología procedentes de Europa aumentaron la riqueza y el poder de Rusia.
Las fases de aislamiento marcaron el siglo XX de Rusia. Sin embargo, la Unión Soviética, hija de la guerra y la revolución, nunca dejó de ser una potencia europea. Apreció a Karl Marx, un pensador europeo, y su objetivo siempre fue influir en Europa, que en 1945 se había convertido en una realidad complicada para innumerables europeos. Tras la Segunda Guerra Mundial, Moscú gobernó media Europa, y generó preocupaciones en la otra mitad por la amenaza soviética. En 1989, cuando el poder soviético empezó a disolverse, los movimientos reformistas de la Unión Soviética se cruzaron con los movimientos revolucionarios de Europa Central y Oriental, y viceversa. Mijaíl Gorbachov habló líricamente de un “hogar común europeo” desde Lisboa hasta Vladivostok.
Las relaciones de Putin con Occidente han sido menos cordiales. Obsesionado con los supuestos fracasos de la década de 1990, trató de bloquear categóricamente la expansión de la OTAN en lugar de negociar un conjunto razonable de exigencias sobre las bases, la designación de soldados y el despliegue de misiles. Al no haber logrado una relación de trabajo con la OTAN, Putin dejó que sus temores a la independencia de Ucrania hicieran metástasis. En 2014, esto condujo a la anexión rusa de Crimea y a la incursión en el este de Ucrania. Ocho años después, su afán de dominio sobre Ucrania estalló en una terrible guerra, provocando la ruptura más grave con Occidente en la historia moderna de Rusia.
Pero es un error decir que Putin pretendía romper las relaciones de Rusia con Occidente. Quería reorientarlas a su favor, reclamando un papel en los asuntos europeos mediante el debilitamiento de Occidente. Si Rusia hubiera ganado rápidamente su guerra en 2022, podría haber logrado lo que quería. Rusia podría haber reclamado un lugar en Europa Oriental. Un Occidente escarmentado podría haberse doblegado ante las proezas rusas, haciendo retroceder la alianza de la OTAN. Los países vecinos, presas del pánico, podrían haberse separado de la OTAN o de la Unión Europea, ganándose el favor de Moscú. La relación transatlántica, piedra angular de Occidente, podría haberse resquebrajado.
Nada de eso ha sucedido. En lugar de eso, Putin ha hecho algo mucho peor para su país que iniciar una guerra innecesaria e imposible de ganar: ha obligado a Europa a organizarse como un contrapeso militar de Rusia. Alemania se está rearmando rápidamente; nuevos modelos de consulta y cooperación militar se están extendiendo por toda Europa; Finlandia y Suecia se han unido a la OTAN; y el brexit ha quedado marginado por un acuerdo de seguridad significativo entre el Reino Unido y la Unión Europea. Se están reuniendo recursos formidables para mantener a Rusia fuera de Europa. El único camino de Rusia hacia una futura asociación con Europa es poner fin a la guerra en condiciones ucranianas, cosa que Putin no hará.
Putin también ha logrado alienar a un presidente estadounidense rusófilo. Trump no ha podido lograr que Rusia regrese al Grupo de los 7 —organización que dictaminó su expulsión en 2014— ni de incluir a Rusia en los procedimientos normales de la diplomacia europea. Cuando Trump volvió al poder, no pareció comprender a qué había renunciado Putin al recurrir a la guerra. Rusia ya no puede emplear la persuasión en Ucrania ni en Europa y no tiene ni de lejos la fuerza suficiente para conquistar la primera, por no hablar de la segunda. Putin se ha desterrado a sí mismo de Europa. Trump, aunque quisiera, no puede rescatar a Rusia de su aislamiento.
En la cumbre de la OTAN de esta semana, habrá acalorados debates sobre todo lo que la alianza no ha logrado desde el inicio de la guerra en Ucrania. Los ucranianos siguen sufriendo. Rusia sigue tomando territorio. China, Irán y Corea del Norte siguen apoyando el esfuerzo bélico ruso. La economía rusa todavía se las está arreglando; no hay ningún movimiento antibélico visible en el país. Pero también se ha detenido efectivamente a Rusia en Ucrania, y Europa puede vivir sin Rusia, al igual que Estados Unidos. Occidente puede permitirse perder a Rusia, por muy agradable que sería tener una Rusia pacífica a su lado.
En cambio, el hecho de que Rusia pierda a Occidente es un grave revés que podría tardar generaciones en superarse. Esa es la elección de Putin y la tragedia de Rusia.
The New York Times