Putin quiere destruir la identidad ucraniana

Flavio Darío Espinal

Son varias las razones que Vladimir Putin ha dado para justificar la invasión militar rusa en Ucrania desde el 24 de febrero de 2022, la cual ha causado -y sigue causando- cientos de miles de muertos en ambos lados del conflicto, millones de ucranianos desplazados y refugiados, miles de niños ucranianos raptados por las fuerzas militares rusas y una destrucción material espantosa en el territorio ucraniano. En un principio la propaganda rusa dijo que Ucrania estaba gobernada por un grupo de nazis, a pesar de que su presidente es judío, luego que se sentía amenazada por un supuesto ingreso inminente de Ucrania a la OTAN, a pesar de que ningún presidente estadounidense ni ningún líder relevante europeo había aprobado o siquiera propuesto dicho ingreso, y más tarde que Rusia tiene derecho a Crimea y toda la zona del Dombás al este de Ucrania, a pesar de los procesos históricos que prueban la legitimidad de Ucrania de ejercer su soberanía sobre esos territorios.

Además de lo territorial, hay algo más en las pretensiones rusas sobre Ucrania. Lo que pretende Putin es «rusificar» Ucrania, destruir su identidad y desfigurar el alma del pueblo ucraniano. Entre los blancos de ataques del ejército ruso sobre el territorio ucraniano están las universidades, de las cuales ya ha destruido cinco, la última de las cuales tuvo lugar la noche del domingo previo al viaje del presidente Volodímir Zelenski y un grupo de líderes europeos a Washington, DC para reunirse con el presidente Donald Trump. Según el Comisionado de Derechos Humanos de Ucrania, a julio de 2025 las fuerzas militares rusas han afectado 3,798 instituciones educativas, de las cuales 365 han sido totalmente destruidas, mientras que la UNESCO reportó que, a marzo de 2024, 1,443 edificios pertenecientes a 177 instituciones científicas habían sido dañados o destruidos, con un costo de reconstrucción de alrededor de mil millones de dólares.

Más aún, de la reciente reunión en Alaska entre Putin y el presidente Trump surgió la información de que el primero desea que se restaure la Iglesia ortodoxa rusa en Ucrania como religión de Estado y que el idioma ruso se oficialice como segunda lengua de ese país en otro esfuerzo más de socavar la identidad ucraniana. Irónicamente, uno de los efectos de la invasión militar rusa en Ucrania es que una buena parte de la población ruso-parlante ha sido desplazada por los propios rusos, por lo que, según dijo recientemente Andrey Kurkov, el más prominente escritor ucraniano vivo, cuando termine la guerra, si es que termina en un tiempo relativamente corto, habrá cuatro millones menos de personas de habla ruso en Ucrania, quienes han tenido que refugiarse en otros países por la destrucción material y humana que la guerra ha causado en sus comunidades.

En realidad, lo que Putin no quiere ver al lado de Rusia es un país próspero, con instituciones liberales, con pluralismo político y religioso, integrado económicamente a Europa y con niveles de vida superiores a los de una Rusia atrasada, con un PIB que no pasa del 12% del PIB de la Unión Europea, a pesar de sus vastos recursos naturales y el poder militar que posee. Esto explica que no haya tenido la más mínima compasión al momento de decidir destruir materialmente las instituciones escolares, universitarias y científicas de Ucrania, además de hospitales, hogares de ancianos y centros cívicos, como para que quede claro que lo que pretende es pulverizar esa nación y hacer que a ésta le tome décadas recuperarse si es que en algún momento se le permite a Ucrania tener una vida independiente del dominio ruso.

Lo que Putin no parece entender es que su ambición de dominio cultural, lingüístico y religioso sobre Ucrania no la podrá lograr con el uso de la fuerza militar; más bien lo contrario. Mientras más duras y destructivas sean las acciones rusas en Ucrania más se fortalece la identidad, la unidad y el patriotismo del pueblo ucraniano. Por ello, aun si Rusia termina controlando parte o todo el territorio ucraniano, su dominio tendrá que sostenerse sobre la base de la imposición militar y no del consentimiento de los ucranianos.

A propósito, como recientemente algunos dirigentes rusos han recurrido al uso de una simbología y un lenguaje de la era soviética, tal vez les convendría leer al intelectual y líder comunista italiano Antonio Gramsci, quien, con una lucidez impresionante, tras romper con el estalinismo, desarrolló el concepto de hegemonía cultural, el cual, muchos años después, el pensador estadounidense Josep Nye llamó «poder blando», que no es más que el uso de las ideas, la persuasión y el consenso como forma de ejercer un liderazgo efectivo. Obviamente, esto no va con Putin, para quien lo que vale es la fuerza bruta y sus pretensiones imperiales, ahora más infladas luego de ser recibido en alfombra roja, con aplauso incluido, en su breve y todavía indescifrable visita a Anchorage.

Aunque hay tantos aprestos para terminar la guerra en Ucrania, es sumamente difícil pronosticar cómo quedarán las cosas con un sujeto como Putin a quien será extremadamente difícil de convencer para que firme un acuerdo de paz, a menos que se le otorgue todo lo que quiere, incluyendo territorio ucraniano que ni siquiera ha conquistado a través de la guerra, no garantía de seguridad de ningún tipo para Ucrania y poder de veto sobre cualquier decisión de este país para asociarse con otros países u otras organizaciones, entre otras demandas propias de un gobernante que ha probado ser una mezcla de zarismo y estalinismo.

Para su pesar, sin embargo, puede ser que Putin logre todo o mucho de lo que procura, aunque eso está todavía por verse, pero lo que seguro no logrará es domesticar o erradicar el componente moral y cultural que define al pueblo ucraniano, que le da su identidad y razón de ser, su valor para resistir y mantenerse en pie. Esto está más allá del alcance de los misiles, los drones, los tanques y las bayonetas, así como de las maniobras de la diplomacia y el juego de los diferentes sujetos que interactúan en este drama. Esa guerra -moral, cultural, política, ideológica- no la ganará Putin, ni ahora ni nunca.

Diario Libre

Comentarios
Difundelo