Que el dolor no se convierta en silencio

José Joaquín Joga E.

La madrugada del martes 8 de abril quedará marcada en la memoria nacional como una de las tragedias más impactantes en espacios de entretenimiento de nuestro país. El colapso del techo de la icónica discoteca Jet Set dejó más de 200 muertos y decenas de heridos. Pero más allá del dolor, este hecho nos obliga a mirar hacia atrás y hacia afuera: ¿qué aprendimos de tragedias similares en el mundo? ¿Qué consecuencias tuvieron y qué estamos dispuestos a corregir?

En 2013, en Brasil, la discoteca Kiss fue escenario de una tragedia comparable. Un incendio provocado por fuegos artificiales en el escenario dejó 242 muertos. El local tenía solo una salida funcional. Los dueños del negocio y miembros de la banda fueron condenados a penas de hasta 22 años, aunque el fallo fue anulado y aún está en apelación. Las autoridades también enfrentaron demandas por no fiscalizar adecuadamente.

Argentina vivió su propio infierno en 2004 con la tragedia de República Cromañón. Murieron 194 personas. El empresario Omar Chabán fue condenado a 20 años de prisión. También fue destituido el jefe de gobierno de Buenos Aires por omisión en sus funciones. Esta tragedia obligó a revisar y endurecer la legislación sobre espectáculos públicos.

En Rusia, el club Lame Horse se incendió en 2009 durante una fiesta. Las víctimas fueron 156. Doce personas, entre empresarios y funcionarios, fueron condenadas. La investigación reveló permisos irregulares y materiales inflamables en el techo.

En Filipinas, el Ozone Disco se convirtió en una trampa mortal en 1996: 162 jóvenes murieron. Las puertas estaban cerradas con llave. Aunque la justicia llegó tarde, en 2014 se dictaron condenas contra funcionarios y empresarios.

Tailandia, China y otros países también han vivido tragedias similares: fuegos artificiales en interiores, sobrecupo, salidas bloqueadas, permisos otorgados sin inspecciones. Y en casi todos los casos, las consecuencias legales incluyeron condenas, destituciones y reformas normativas.

El patrón se repite: negligencia empresarial, ausencia de controles estatales, colusión con inspectores, falta de salidas de emergencia, uso de materiales inseguros y permisividad institucional. Pero hay algo peor: el olvido. Porque si algo agrava estas tragedias es la rapidez con la que se pasa la página sin consecuencias reales.

La tragedia del Jet Set no puede ser otro capítulo sin justicia. No se trata solo de señalar culpables, sino de sentar precedentes. Que los responsables —empresariales, técnicos y oficiales— respondan ante la ley. Que se revisen licencias, estructuras, permisos y fiscalizaciones. Que se implementen protocolos de evacuación y se forme al personal. Que se actúe antes del desastre, no después.

Entre tú y yo, lo ocurrido debe dolernos como país, pero también despertarnos como sociedad. Las víctimas no pueden ser solo números ni titulares que se desvanecen. Detrás de cada nombre hay familias rotas, sueños truncados y una confianza ciudadana que se tambalea.

Y esa confianza solo se recupera cuando hay verdad, justicia y cambios reales.

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