¿Qué pasa con el dólar?
Leonel Fernández
Cuando a finales del 2020 los precios de los artículos empezaron a subir, generando una nueva ola inflacionaria, las actuales autoridades del gobierno del PRM no parecían encontrar una explicación.
No comprendían por qué subía el precio del pollo. A qué se debía el alza del precio del arroz, de la carne, de las habichuelas, del aceite y de otros productos básicos de la canasta familiar.
Buscaban infructuosamente una aclaración sobre ese fenómeno que diariamente afectaba el bienestar de la población. Al final, parecieron haberla encontrado en una supuesta práctica de especulación o agiotismo por parte del sector comercial.
Por tal motivo, se procuró suscribir acuerdos entre el gobierno y los dueños de supermercados. Se elaboraron programas como el Del Campo al Colmado, el Combo de INESPRE y Siembra RD. Pero los precios no bajaban. Al revés, tendían a subir cada vez más.
No salían del desconcierto. Fue entonces cuando una especie de iluminación les aclaró la idea de que la causa fundamental de la inflación en aquel momento se debía a la aplicación de una política de flexibilidad monetaria implementada por el Banco Central para reactivar la economía nacional, afectada por la severa contracción generada por la pandemia del Covid-19.
Se hizo una emisión de 225 mil millones de pesos en marzo del 2020, una cifra sin precedentes en la economía nacional. Al ser esa la principal causa de la inflación, para reducirla se requirió de la aplicación de una medida contraria a la que la había generado, en este caso, una política monetaria restrictiva.
De esa manera, se procuraba sacar del mercado los recursos que habían sido colocados mediante un incremento de la Tasa de Política Monetaria por parte del Banco Central. Con eso, ciertamente se lograba disminuir la presión inflacionaria, pero al mismo tiempo una desaceleración del crecimiento económico.
El caso del dólar
Algo parecido sucede con la suerte que ha corrido el tipo de cambio en nuestro país. En su intervención de rendición de cuentas el pasado 27 de febrero, así como frente a la Cámara Americana de Comercio, el presidente Luis Abinader presenta un cuadro idílico de la realidad nacional.
En la República Dominicana, según el jefe del Estado, todo anda maravilloso. No hay problema alguno. Somos el referente de la región y del mundo. Sin embargo, en esas intervenciones suyas no podía dejar de hacer referencia a lo que en la actualidad constituye una de las principales preocupaciones de la vida nacional.
Nos referimos, claro está, a la volatilidad del tipo de cambio que ha llevado a una devaluación del peso dominicano, como no se había visto desde hace 20 años cuando se produjo la crisis bancaria del 2003-2004.
Cuando empezó a esparcirse la noticia, a fines de la semana pasada, de que el precio del dólar se estaba cotizando a 63.44 pesos dominicanos por cada dólar estadounidense, el pánico cundió entre sectores humildes de la población, pequeños empresarios, comerciantes, productores nacionales, grupos profesionales y grandes empresarios.
Nadie quedó al margen de la desorientación y la perplejidad. La preocupación llegó al borde cuando algunos economistas advirtieron que tal como se proyecta hoy en día, la tasa de cambio para final de este año, 2025, podría llegar a RD$70 por dólar.
Eso no fue lo que originalmente consignaron los ministerios de Economía, Planificación y Desarrollo, Hacienda y el Banco Central. De conformidad con sus cálculos, durante este año, la depreciación del peso dominicano sería de un 5.5%, lo que indica que para diciembre del 2025, la devaluación de nuestra moneda con respecto al dólar sería de 63.11 pesos por cada unidad de la moneda norteamericana.
Por eso es que la confusión se ha extendido por todos los estratos de la familia dominicana; y es porque en tan solo tres meses ya se ha sobrepasado lo previsto para todo el año, cuando aún faltan nueve meses por delante.
No hay bola de cristal
El aumento en la depreciación de 5.7% en 2024 del peso dominicano, pone de relieve una desviación en el alza de la tasa de cambio respecto al promedio histórico de 3.5%. Eso refleja una brecha de 2.2% porcentuales, que es lo que motiva las crecientes presiones cambiarias desde el año pasado.
Eso, por supuesto, evidencia que en estos momentos, el país está viviendo una peligrosa situación de inestabilidad cambiaria. Con la devaluación del peso, los bancos han incrementado la tasa activa a los préstamos de sus clientes, con lo cual aumenta la deuda financiera de empresas que podrían ser forzadas a la quiebra.
En la actualidad, muchas de las transacciones comerciales, de compra y alquiler de inmuebles, de adquisición de vehículos de motor, de inversiones en zonas turísticas y de servicios, en sentido general, se cotizan por su valor en dólar.
Este comportamiento acentúa las presiones cambiarias y plantea el riesgo de que, de persistir esa tendencia, el tipo de cambio continúe alejándose de los objetivos establecidos para el cierre del año.
Se requiere, por consiguiente, que las autoridades adopten las medidas pertinentes para estabilizar el tipo de cambio, mejorando, de esa manera, el poder adquisitivo de la población.
El Banco Central, que venía acumulando reservas desde la pandemia, vendió una parte significativa de las mismas. Esto así, para poder absorber el excedente de liquidez en pesos que estaba generando la política que había adoptado de reducción de su deuda doméstica.
De un nivel de 16,200 millones de dólares que habían alcanzado en junio de 2023, las reservas fueron cayendo hasta cerrar en 12,605 millones en enero de este año. Todo eso equivale a decir que, en la actualidad, el dólar anda sin freno, las reservas disminuyen, las tasas de interés arruinan a la gente y el crecimiento se desploma.
Frente a semejante drama, el gobernador del Banco Central, quien criticó a los que calificó como “aves agoreras” que pronostican lo peor sobre la tasa de cambio, admitió, sin embargo, que no sabe hasta dónde ésta podría llegar, ya que él no tiene una bola de cristal.
Listín Diario