Reconfigurando nuestra imagen histórica
Por JUAN LLADO
Al Santo Domingo albergar los principales monumentos históricos de la nación, su paisaje urbano está plagado de un mar de incongruencias que horripilan la razón. Su estatuario y algunos monumentos conmemorativos de efemérides patrias revelan un subyacente Complejo de Guacanagarix al proyectar más lo extranjero que lo nuestro. Los turistas no lo notan porque tienen solo un superficial roce con esa mostrenca realidad. Pero mantener el statu quo impide que los nacionales desarrollen una correcta conciencia histórica, un requisito esencial de cohesion social y unidad nacional.
Algunos de los ejemplos más sobresalientes erizan los pelos de los dolientes. En la monumentalidad citadina, por ejemplo, existe un marcado desequilibrio en la representación de los protagonistas del periodo colonial de nuestra historia. Tanto en el Centro Histórico como en el Faro a Colon se privilegia en el estatuario a los poderes vencedores de la época: la monarquía española y la Iglesia. Casi todas las estatuas son de gente blanca y “jojota”. Los indígenas y los negros son mayormente ignorados, soslayando sus respectivas contribuciones a nuestra mezcla racial y a nuestra cultura. Estos últimos deben destacarse en la monumentalidad urbana si solo para mejor proyectar las raíces de nuestra identidad nacional frente al visitante extranjero.
La incongruencia más aborrecible es la del Faro a Colón, un adefesio elefantiásico que hoy supura deterioro, abandono y obsolescencia. La paradoja es que tenemos el más grande monumento de las Antillas dedicado a una figura histórica controvertida, en vista de que ya se sabe que no fue quien “descubrió” América y que muchas de sus actuaciones rayaron en lo bárbaro y sanguinario. Sin embargo, a la figura histórica de Juan Pablo Duarte, columna vertebral de nuestra nacionalidad, no le hemos dedicado nada comparable. Esa es una imperdonable inversion de valores que revela que no hemos sido capaces de sacudirnos y librar nuestra pátina neural de los siglos de esclavitud y obligada genuflexión bajo la dominación europea.
Pedir la demolición del Faro hoy día no sería descabellado. Pero lo preferible seria reconvertirlo para que refleje la totalidad de nuestra historia. El lugar debe rebautizarse con el nombre augusto de Plaza de la Libertad, introduciendo elementos que resalten el ethos libertario del pueblo dominicano. Hay que remodelar el edificio del Faro para que funcione como nuestro Panteón Nacional y ostente ese nombre. Habrá que erigir, en su extremo este, una gigantesca estatua del insigne patricio y dos adyacentes de menor tamaño para Sanchez y Mella. Vaciando el actual Panteón, los restos de los demás proceres se empotrarían en los vacíos espacios interiores del edificio. Así se liberarían esos restos del vaho religioso que las arropa al estar hoy enclavados en un antiguo templo jesuita. No olvidemos que nuestra Constitución consagra la libertad de cultos y creencia y la separación entre Iglesia y Estado.
Construido a principios de los años noventa a un costo de US$70 millones, tanto los Padres de la Patria como los demás proceres merecen la grandiosidad propia del actual Faro. Está claro que nuestros proceres merecen una inversion estatal cuantiosa. Si hemos sido capaces de invertir una millonada para beneficio de los poderes coloniales, debemos serlo para importantizar a nuestros proceres republicanos. Lo propuesto más arriba, sin embargo, no implicaría una inversion tan elevada como la que está haciendo el Estado en la construcción del Santuario Nacional del Cristo de los Milagros de Bayaguana (RD$600 millones). Ese privilegio no es solo cuestionable constitucionalmente, sino que revela una extraviada mezquindad frente a nuestros proceres.
Podríamos dejar los restos de Colón donde están, pero el recinto debe llenarse de otros ornamentos históricos. Los principal seria la ubicación de tres estatuas monumentales en las esquinas del triángulo isósceles que forma el recinto del Faro. Estas serían 1) Fray Antón de Montesinos, por su introducción de la doctrina de los derechos humanos en el continente; 2) el Cacique Enriquillo, porque su sublevación contra la opresión de los conquistadores españoles fue el primer grito de libertad en el continente, y 3) el negro cimarrón Sebastián Lemba por su sublevación contra la opresión de la esclavitud. Todas son figuras que se asocian con la cultura de la libertad y que reflejan los orígenes raciales y culturales del pueblo dominicano.
En el Centro Histórico se requieren varias modificaciones. La primera es defenestrar el nombre de Ciudad Colonial porque lo colonial en ese recinto son solo cuatro calles (Las Damas, Isabel la Católica, Merino y Hostos). (Su nombre colonial se originó en el Decreto No.1650 de 1967, luego refrendado por la Ley No.492-69.) A los 52 años de su delimitación se deben incorporar, por su ligazón a las puertas de la Misericordia y el Conde, los parques Independencia y Cervantes, además del Cementerio de la Avenida Independencia, lugar de descanso de muchos mártires que fueron fusilados por los haitianos y de muchos héroes de la Revolución de 1965.
Entre los desequilibrios del Centro Histórico resalta la cantidad de museos. Casi la mitad de los 53 museos que tiene el país están ubicados allí. Tal realidad sugiere que algunos de ellos deben consolidarse con los existentes en la Plaza de la Cultura. Por ejemplo, los museos de la Resistencia y de la Dignidad, hoy día residentes en el Centro Histórico, podrían ser salas especiales del Museo del Hombre. A este último hay que cambiarle el nombre para que este más a tono con la equidad de género. Y debe fusionarse con el Museo de Historia y Geografía, un elefante blanco cuya colección se arruino mientras esperaba la remodelación del edificio. Un mejor nombre para el ambidextro seria Museo de la Cultura Dominicana.
Mientras, en el edificio desocupado se ubicaría un Museo del Beisbol, añadiendo algunos rasgos decorativos a sus paredes exteriores que realcen su nueva misión. Este calificaría para estar en la Plaza porque pocos rasgos de la cultura dominicana son tan profundos como los asociados a ese deporte. Por otro lado, al Museo de Historia Natural se mudaría el Museo Nacional de Arqueología Subacuática y la Oficina correspondiente del Ministerio de Cultura. Y para hacerle justicia a su misión, al Museo de Arte Moderno se le llamaría solo Museo de Arte, trasladando a el toda las colecciones de pinturas y esculturas hoy desplegadas en otros edificios gubernamentales (p. ej. Aduanas).
La Plaza de la Cultura pide a gritos una gran reevaluación de su misión. Muchos son los analistas que piensan que no está cumpliendo bien con ella. Lo primero es que son muy escasas las visitas a sus cuatro museos y lo único que realmente justifica su existencia es el Teatro Nacional. Con las reconfiguraciones reseñadas más arriba podría incentivarse las visitas, especialmente de los escolares de todo el país. Pero quedaría pendiente proveer autobuses eléctricos para que los turistas extranjeros que visiten el Centro Histórico puedan tambien visitar la Plaza. La preferible opción de movilidad, sin embargo, sería la extensión del Metro desde la Estación Joaquin Balaguer hasta una estación en el Parque Independencia porque implicaría un túnel de menos de un kilómetro.
Al limitado repaso de la monumentalidad capitalina, finalmente, le falta incluir el complemento del Malecón. Como la más emblemática vía de la ciudad resulta absurdo que lleve el nombre de un extranjero y que su monumento principal sea el Obelisco, el cual conmemora el cambio de nombre de Santo Domingo a Ciudad Trujillo. No debe dilatarse el rebautizo a Paseo Juan Pablo Duarte y la demolición del Obelisco debe dar paso a una estatua gigantesca de eso coloso de la dignidad dominicana.
Ojalá y no sigamos viviendo de espaldas a nuestra realidad histórica. La desidia de la sociedad y del gobierno respecto a las incongruencias reseñadas más arriba hace daño. Es preciso que a la poblacion se le proyecte adecuadamente esa realidad para que pueda orientarse mejor hacia el futuro. Tal vez se justifica actuar como Guacanagarix frente a los turistas extranjeros, pero no se justifica privilegiar a los “dioses” extranjeros en nuestro estatuario y monumentalidad.