Recordando a Evo Morales en la UASD
Por Manuel Jiménez V.
El 22 de enero de 2006 tuve el privilegio de estar presente en el Palacio del Congreso de Bolivia, cuando Evo Morales Ayma juró por primera vez como presidente de ese país suramericano. Viajé a La Paz invitado por el entonces vicepresidente dominicano Rafael Alburquerque, quien encabezaba la delegación dominicana en representación del presidente Leonel Fernández.
Fue una jornada histórica y profundamente simbólica, no sólo para Bolivia, sino para todo el continente latinoamericano. Evo no sólo ascendía al poder como el primer presidente indígena del país andino, sino que lo hacía con una narrativa reivindicativa que lo conectaba directamente con las luchas sociales, los movimientos campesinos y la izquierda popular.
Aquella ceremonia fue una experiencia rica en matices, llena de momentos que aún esperan por ser contados en su justa dimensión. Pero hoy, al observar el declive político y personal de Evo Morales —expulsado de su propio partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), y enfrentado al presidente Luis Arce, su antiguo aliado—, resulta inevitable establecer paralelismos con procesos vividos en otras latitudes, como la división del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 2019, que también pagó el precio del poder dividido.
En ambos casos, la unidad se quebró por la arrogancia de las élites políticas y la incapacidad de procesar las diferencias internas sin recurrir al exterminio del otro.
Un año después de aquel ascenso glorioso en Bolivia, Evo Morales visitó la República Dominicana. Fue en noviembre de 2007. Y en medio de su agenda oficial, se apartó por unas horas para asistir a un acto público en el Aula Magna de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Yo estuve allí. Esa noche fue todo un espectáculo político-cultural digno de ser rememorado.
El Aula Magna estaba repleta mucho antes de su llegada, a pesar de tratarse de un domingo por la noche. La izquierda dominicana, en todas sus corrientes y matices, estaba allí representada. Viejos y nuevos militantes, líderes históricos y figuras emergentes, todos acudieron como si se tratara de una misa solemne en la que el predicador principal era uno de los suyos.
Narciso Isa Conde, Fernando Peña, Jorge Puello Soriano, Virtudes Álvarez, Ramón Almánzar y Raúl Pérez Peña (El Bacho), entre otros, ocuparon la primera fila, atentos a cada gesto, cada palabra y cada pausa del líder cocalero que se había convertido en presidente gracias a una coalición de partidos progresistas.
Cuando Morales entró, el auditorio estalló en una ovación de pie. Y al tomar la palabra, con su estilo pausado pero insistente, recorrió su trayectoria desde el sindicalismo cocalero hasta su llegada al Palacio Quemado. Habló de sus dudas iniciales ante la candidatura presidencial, de su temor a convertirse en otro político que promete mucho y olvida más. Fue entonces cuando el público respondió al unísono: “¡Igualito que aquí!”
Evo, con ese tono didáctico que lo emparentaba discursivamente con Fidel Castro y Hugo Chávez, recordó cómo fue expulsado del Congreso boliviano tras denunciar que allí operaba “la primera mafia del país”. Y el auditorio volvió a estallar: “¡Igualito que aquí!”
Pero el momento más memorable —y quizá más incómodo— llegó cuando Morales contó que en las elecciones del año 2000, su partido recibió fondos públicos para la campaña, y al finalizar, sobró dinero. Él decidió devolver al Estado esos 100 millones de bolivianos. A pesar de la oposición de algunos miembros de su equipo, se impuso y regresó el dinero. Al día siguiente, los titulares en La Paz hablaban de un hecho sin precedentes: un candidato presidencial que devolvía fondos no utilizados.
Esa parte de su intervención, que uno hubiese pensado encendería al público con otra ronda de vítores, produjo, en cambio, un silencio rotundo. Y en medio de ese silencio, una voz —fina, sarcástica, casi venenosa— emergió desde el fondo del Aula Magna: “¡Igualito que aquí!” Fue el desquite perfecto. Una daga verbal lanzada desde algún rincón de la izquierda local, quizá por alguien consciente de que aquí, cuando los fondos públicos sobran —si acaso lo hacen— no se devuelven ni por accidente.