Reformas que promuevan la productividad es el gran desafío
Juan Temístocles Montás
En un trabajo publicado por los economistas Han Li y Diaa Noureldin en el blog del Fondo Monetario Internacional el pasado 10 de abril, los autores señalan que “la economía mundial tiene ante sí una realidad que invita a la reflexión. La tasa de crecimiento mundial —una vez eliminados los altibajos cíclicos— se ha desacelerado de manera continua desde la crisis financiera mundial de 2008-2009”; y sostienen que “si no se adoptan medidas de intervención ni se aprovechan las tecnologías emergentes, es poco probable que volvamos a ver tasas de crecimiento más altas”.
Según los referidos, la perspectiva de crecimiento a largo plazo también ha empeorado por la presencia de factores adversos. Plantean que, según las proyecciones a cinco años de FMI, el crecimiento mundial se ralentizará hasta poco más de 3% de aquí a 2029. En estos términos, el crecimiento podría situarse al final de la década alrededor de un punto porcentual por debajo del promedio del periodo previo a la pandemia (2000-2019), lo que echaría por tierra las mejoras logradas en las condiciones de vida, limitándose, además, las perspectivas de convergencia mundial de los niveles de ingreso.
Entre 2000-2019 el crecimiento promedio anual de la economía mundial fue de 2.8%, de manera que un punto porcentual menos de aquí a 2030 implicaría un crecimiento raquítico de alrededor de 1.8%.
Li y Noureldin anotan que un escenario persistente de bajo crecimiento, combinado con altas tasas de interés, podría poner en riesgo la sostenibilidad de la deuda, restringiendo la capacidad del gobierno para contrarrestar la desaceleración económica e invertir en bienestar social o iniciativas ambientales. Lo que se propone para hacer frente a la situación es priorizar las reformas que fomenten la productividad y ayuden a reactivar el crecimiento a mediano plazo.
El problema es que, esa propuesta surge en un contexto en el cual el crecimiento de la productividad en los países que impulsan el crecimiento mundial también se ha venido ralentizado. Eso es lo que se observa a partir de la crisis económica de 2008-2009.
Por ejemplo, la productividad medida en función del PIB por hora trabajada en Estados Unidos, que creció a una tasa promedio anual de 2.0% entre 1991 y 2007, se redujo a 1.2% entre 2009 y 2022. Para la Unión Europea el comportamiento de la productividad sigue el mismo patrón del de Estados Unidos. Entre 1996 y 2007 la tasa de crecimiento de la productividad (PIB por persona empleada) fue de 1.5%, mientras que entre 2009 y 2022 fue de 0.7%.
Si se mide el crecimiento de la productividad en función del PIB por personas ocupadas, los resultados muestran un comportamiento similar.
En el caso de República Dominicana, la tasa de crecimiento de la productividad, medida en PIB por hora trabajada, promedió 6.8% entre 1991 y 2007, y se redujo a 5.5% entre 2009 y 2019. Comportamiento aún más bajo se observa cuando se mide en función del PIB por personas ocupada.
Esto sugiere que, luego de la crisis financiera de 2008-2009, estamos asistiendo a un enfriamiento en el crecimiento de la productividad y eso impacta al crecimiento de la economía.
República Dominicana es un país de ingreso mediano alto que aspira a escalar a la categoría de país de ingreso alto en los próximos años. Para lograrlo, se requiere que la economía crezca alrededor del 5% de aquí a 2030. En un contexto de bajo crecimiento a nivel mundial, se precisa poner en marcha medidas que impulsen el crecimiento de la productividad. En este sentido, conviene prestar atención a un reciente informe del Banco Mundial titulado “Repensar la productividad para impulsar el crecimiento sin dejar a nadie atrás”
Dicho informe indica que extender el actual ciclo de expansión económica del país requerirá aumentar el crecimiento de la productividad, para lo que se proponen una serie de reformas estructurales que van desde el fortalecimiento del capital humano, fomento de la competencia, incentivos para la innovación, mejora en la eficiencia del gasto público y el sistema tributario, y el aumento de la resiliencia frente a choques externos y eventos climáticos.
Solo si se enfoca el accionar de las políticas hacia estas reformas se podrán esperar mejores resultados del desarrollo.