Resiliencia no resignación

Margarita Cedeño

@Margaritacdf

En momentos de incertidumbre, cuando la desesperanza parece querer imponerse, es necesario recordar quiénes somos y de qué estamos hechos. La historia de la República Dominicana es la historia de un pueblo que, una y otra vez, ha sabido levantarse de la adversidad con valentía, fe y optimismo.

Somos un país que ha enfrentado huracanes devastadores, crisis económicas, terremotos, pandemias y desafíos sociales de gran magnitud. Y, sin embargo, seguimos de pie. Más aún: cada golpe de la vida nos ha obligado a aprender, a reinventarnos, a buscar soluciones creativas y a descubrir en la solidaridad la fuerza que nos sostiene.

La resiliencia dominicana no es teoría; es práctica cotidiana. Está en la madre soltera que, con ingenio y tesón, saca adelante a sus hijos. En el joven que emprende con pocos recursos, pero con muchas ideas y determinación. En la comunidad que se organiza para abrir un camino, levantar un techo o devolver la dignidad a una escuela. En las manos que, en medio de una tormenta, se extienden para rescatar al vecino.

Esa resiliencia se alimenta de tres fuentes: la fe, la solidaridad y el optimismo. La fe nos da confianza en que siempre habrá un mañana mejor. La solidaridad nos recuerda que no estamos solos, que juntos somos más fuertes. Y el optimismo nos inspira a no quedarnos atrapados en la queja, sino a mirar hacia adelante con esperanza y determinación.

Tenemos grandes retos: pobreza, desigualdad, falta de oportunidades, alto costo de la vida, corrupción, sectores como la salud, la educación y energía en franco deterioro, creciente inseguridad y crisis globales que nos afectan. Pero también tenemos un capital humano invaluable, una juventud vibrante, mujeres que rompen barreras y una diáspora que lleva lo mejor de nuestra cultura al mundo entero. En cada rincón del país hay ejemplos de dominicanos que, con esfuerzo y creatividad, logran lo que parecía imposible, y a eso tenemos que seguir apostando.

Pienso, por ejemplo, en las cooperativas agrícolas de nuestras comunidades rurales, donde pequeños productores se unen para superar dificultades y sacar sus cosechas adelante. O en las iniciativas de jóvenes emprendedores que, utilizando la tecnología, encuentran maneras de conectar con el mundo y ofrecer servicios de calidad internacional. También en nuestras mujeres que, con perseverancia, fundan pequeños negocios para sostener a sus familias y, al mismo tiempo, generan empleo y bienestar para otros.

Lo que nos toca ahora es transformar esa resiliencia en motor de desarrollo. Que no sea solo resistencia pasiva, sino fuerza creativa, constructiva y dispuesta a dar la cara por su país. Apostar por la educación, la innovación, la participación política sin corruptos, la economía de cuidados y el respeto al medioambiente como caminos para un futuro más justo y sostenible. Una resiliencia que no solo se defienda del golpe, sino que lo convierta en oportunidad para crecer y avanzar.

Nuestra resiliencia también tiene un rostro cultural. Está en la música que nos acompaña incluso en los momentos más difíciles; en el merengue y la bachata que celebran la vida, aun cuando arrecian los problemas. Está en la fe que mueve multitudes, en la sonrisa de un niño que juega en la calle, en la calidez de una familia que abre su casa para compartir lo poco que tiene. Esa capacidad de encontrar luz aun en medio de la tormenta es, sin duda, una de nuestras mayores fortalezas como nación.

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