Rodrigo Cortés ilumina las tinieblas del gueto de Varsovia en su nuevo filme
Madrid, 24 nov (EFE).- Rodrigo Cortés, uno de los directores españoles con más proyección internacional, viaja al gueto de Varsovia durante la ocupación nazi en su última película, «El amor en su lugar», un nuevo ejercicio de virtuosismo cinematográfico y una historia de supervivencia a través del amor y el arte.
En todo lo que hace este cineasta y escritor gallego, desde que hace una década dio la vuelta al mundo con un filme («Buried») sobre un tipo (Ryan Reynolds) metido en un ataúd, hay algo inusual, sorprendente y retador. «Cuando algo me da miedo y no estoy seguro de salir con vida de ello, me siento atraído», justifica.
«El amor en su lugar» acaba de ver la luz en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y llegará a los cines el próximo 3 de diciembre sin que apenas se haya sabido nada del proyecto hasta hace bien poco. «No era tanto por buscar el secreto como por trabajar sin ruido de fondo», señala a Efe el cineasta, «concentrarte en la creación y emerger cuando realmente importa».
La historia se basa en hechos reales. En lo más crudo del crudo invierno polaco, en 1942, cientos de miles de judíos llevan un año confinados, pero los dilemas de vida o muerte que se juegan entre bambalinas no impiden a un grupo de actores representar cada noche una comedia musical que les hace olvidar por unos momentos lo difícil de su situación.
El guión, coescrito junto al novelista alemán David Safier, recrea la puesta en escena en el gueto de la obra «Milosc Szuka Mieszkania», escrita por el dramaturgo judío Jerzy Jurandot y que se representó realmente aquel invierno de 1942 en el teatro Fémina de Varsovia.
«Si en ‘Buried’ le encendía las velas a Hitchcock esta vez invocaba a Billy Wilder, con ese humor vitriólico, casi cínico pero enormemente lúcido y a la vez ese pesimismo estructural pero que confía en el amor», explica Cortés sobre este filme que es una paradoja en sí.
«En un océano oscuro aparece una isla de magia, cuando la ves de lejos es dorada y cálida, pero cuando te acercas ves los remiendos, y todo es verdad a la vez», describe.
Desde el plano secuencia inicial de más de once minutos, que permite al espectador sentir en primera persona cómo era un día en la vida del gueto, a la narración en tiempo real alternando lo que ocurre en escena y entre bambalinas, el filme es un constante salto mortal.
«Sentía que me iba a meter en un pollo grande que le habría gustado mucho a Orson Welles», sostiene el director de «Luces rojas» (2012), «tiene una relojería, una mecánica muy precisa y a la vez ese amor por la escena».
Fue Welles quien con «Sed de mal» (1958) inauguró esa tradición cinéfila del gran plano secuencia inicial. «Todos nos vemos impelidos a usarlo pero tienes que dotarlo de significado, en este caso tenía que ver con convertir la película en una experiencia física y sensorial a la que uno acceda no solo como observador, sino como protagonista».
Aunque el grueso de la obra transcurre en el escenario o detrás de él, la apertura permite a Cortés mostrar cómo era la vida en el gueto, «con sus controles, sus cacerías, sus arbitrariedades, las ruinas, cadáveres en el suelo olvidados hasta que alguien los retiraba en una carreta».
El elenco de actores, un reparto internacional y poco conocido encabezado por la danesa Clara Rugaard y el irlandés Ferdia Walsh-Peelo, también sale más que airoso del reto de cambiar constantemente de registro con una gran intensidad emocional y además cantar (en directo) y bailar.
«Para un actor es un lujo poder hacer varios papeles en un filme, y además con música y baile», dice Rugaard, que se dio a conocer en 2019 con el filme de suspense y ciencia ficción «I am mother», junto a Hilary Swank.
De las canciones de la obra original de Jurandot sólo sobrevivió la letra, por lo que la música ha sido compuesta para la película inspirada en la tradición del teatro musical del momento.
Magdalena Tsanis