Samaná

Eduardo García Michel

En estos últimos días estuve inmerso en actividades relativas a la península de Samaná. En primer lugar, como invitado al estreno de la película Amanece en Samaná, proyectada en gala premier en el Teatro de Bellas Artes, promovida por el grupo Piñero, con intereses hoteleros importantes en el país.

Este grupo suscribió un acuerdo de cooperación con el ministerio de Cultura. Alberga razones para hacerlo, pues posee propiedades en la península y en otras áreas de la geografía nacional que por su ubicación le confieren ventaja relativa en la explotación del negocio hotelero.   

Se trata de una película rodada en Cayo Levantado con actores españoles de prestigio. Por el desenvolvimiento de la trama ahí se descubre la belleza incomparable de esa área geográfica. Puede ser útil para dar un impulso a la llegada de turistas a ese destino.

En segundo lugar, porque estuve de visita en Puerto Bahía, en viaje de encuentro familiar y de agradecimiento al Altísimo por dones recibidos en materia de salud. Pude disfrutar del entorno y, a la vez, tomar apuntes mentales sobre lo que vi.

La península es única, pródiga en paisaje montañoso, islotes, mogotes, playas, ensenadas, golfos, promontorios. Es como si una explosión de creatividad, armonía y serenidad la hubiera cincelado. Es una irreverencia alterar lo que el orden sobrenatural tuvo el gusto de crear. Hay que detener ese empeño irreflexivo antes de que el peso de la culpa caiga sobre tantos por omisión o comisión. 

La carretera que conduce desde Rincón de Molinillos (Gran Estero) hasta Samaná debe ser intervenida. A ambos lados y a todo lo largo de la vía se percibe un proceso febril de construcción de casas, apartamentos, locales de negocios. De hecho, se está formando un pueblo de una sola calle, la carretera, desde Sánchez a Samaná.

Es el anuncio del caos por venir. De no atajarse, será muy costoso levantar una calzada digna del valor que atesora esa región.

Aunque sea arar en el desierto, es perentorio impedir que se siga edificando a la orilla de la carretera. Establecer con rigurosidad el derecho público de vía, delimitarlo, ampliarlo en previsión de la futura adición de más carriles, y aislar las edificaciones permitidas al lado de la vía para que solo pueda penetrarse a ellas por calles marginales.

El sábado recorrimos en bote parte del litoral desde Puerto Bahía hasta el hotel Vista Mar y desde ahí enfilamos hacia Cayo Levantado. Y nos reafirmamos en la convicción de que se trata de una joya (toda la bahía). Requiere de cuidado para que intereses particulares no destruyan lo que la naturaleza legó con tanta generosidad.

¿Qué se observa? La destrucción de hermosos mogotes o lomas pródigas para levantar urbanizaciones, complejos turísticos, viviendas y vender solares. Echo de menos la actuación de las autoridades para poner orden y evitar la destrucción de aquello que privilegia la zona, sus riquezas naturales.

Arribamos a Cayo Levantado. Su hermosura, calidad de la arena y aguas cristalinas, impresionan. Desembarcamos por el muelle público. Luce destartalado, con tablas sueltas y rotas. No puede descartarse que en cualquier día ocurra una tragedia.

La playa es una bendición para los sentidos. La infraestructura pública una desdicha. Baños públicos con el tejado descubierto, es decir, sin techo. Ausencia de agua en el servicio, salvo en escasas cubetas que algunas personas administran.

El concepto de que lo público debe ser sin costo y sin calidad ni garantía de funcionamiento debe ser cambiado. Quienes pagan un desplazamiento en bote para visitar lugares como Cayo Levantado y sentirse en el paraíso, bien podrían incluir en su costo una cuota para el disfrute de servicios sanitarios limpios, bien provistos de todo lo necesario, y garantizar la disponibilidad de agua para la satisfacción de necesidades. El Estado debe vigilar y asegurar de que se haga de esa manera.

Después de retirarnos del lugar me llegó a la mente el cuestionamiento de qué se hace con la basura que se genera en el lugar. Lo tendré pendiente para despejar la inquietud en una próxima visita.

Siempre es posible mejorar lo ya existente. No tengo dudas de que Samaná fue esculpida por el creador con generosidad rebosante. Lo comparo con la belleza de la costa italiana por el lado del litoral genovés, con sus hermosas y bien protegidas montañas, y sus pueblos que cuelgan de acantilados, por ejemplo, Sorrento, todo bien ordenado y disciplinado.

Samaná merece atención, cuidado y mimo; no dejar que se la conduzca a merced de intereses primarios.

La península es única, pródiga en paisaje montañoso, islotes, mogotes, playas, ensenadas, golfos, promontorios. Es como si una explosión de creatividad, armonía y serenidad la hubiera cincelado. Es una irreverencia alterar lo que el orden sobrenatural tuvo el gusto de crear.

Diario Libre

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