Si el país va bien, ¿acaso es necesaria una reforma?
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Juan T. Monegro
El crecimiento económico va bien y luce hasta espectacular. Pero la reforma fiscal (RF) es necesaria y su postergación indefinida dice nada bueno para el gobierno ni para la sociedad.
Puntos clave
El crecimiento económico va bien, al tiempo que la guagua de la calidad de vida de la mayoría va en reversa. Es el contraste de visiones entre, de un lado: el relato oficial de siempre sobre el desempeño de la economía en el debido afán de infundir o dispensar optimismo, confianza, tranquilidad, certeza, esperanza y seguridad a quien se deje, principalmente a los mercados, a los inversionistas locales y extranjeros, y a la ciudadanía. Y del otro lado: las lamentaciones, quejas, y los comentarios crecientemente adversos de la población.
Cada vez con mayor frecuencia se oyen murmullos como que esto está duro; que a la gente se la está llevando San quépalo, o que la gente está tragando aire. A pesar del mucho osar de cada día, hacen mayoría creciente aquellos que sienten el rigor de su condición o situación. O, ¿acaso será sólo pura percepción el sentimiento de que el camión del desarrollo del país luce enchivado? ¿Cómo si yendo en reversa? A lo mejor es sólo eso, una mala percepción. Pudiera ser.
Sin embargo, siempre es mejor para todos, el gobierno incluido, saber a tiempo qué es lo que es, en vez de hacerse el que no sabe. Nunca es bueno para nadie que coyunturas indeseables cojan a uno asando batata. Y menos al gobierno.
La RF es una necesidad impostergable, dado lo insostenible del déficit estructural ingreso-gasto, que es crónico.Contamos con la adecuada claridad del estado de situación del problema fiscal. También, con la apropiada comprensión del diagnóstico de condiciones y capacidades (fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas) de la economía y del sistema tributario para emprender una RF con la profundidad e integralidad que es preciso.
Gestionar la economía política subyacente
Sin embargo, hay un problema. ¿Tenemos garantizada la adecuada gobernanza que lidere y gestione como Dios manda la economía política que implica el proceso de una RF?
Lograr los objetivos de una RF integral precisa un liderazgo efectivo capaz de gobernar el proceso desde la fase inicial (su diseño, negociación previa y aprobación congresual) hasta los resultados. Requiere de instituciones sólidas, con unas capacidades humanas que inspiren confianza, que despierten reconocimiento de liderazgo técnico, y que reflejen autoridad, equilibrio, independencia de criterio. Es que, se trata de un proceso complejo cuya gestión demanda capacidades especiales de coordinación eficiente entre los actores involucrados: gobierno, legisladores, sector empresarial, sector social, grupos de la sociedad civil, y más. Sacar la RF supone un sistema de toma de decisiones que sea inclusivo, legítimo y capaz de gestionar los intereses divergentes de las partes.
Gobernar es complicado. Puede sostenerse que es el arte de saber hacer los deberes de política pública y gestionar los resultados en procesos que, como el de una RF, suelen ser complejos. En los cuales, a menudo no es cierto aquello de que querer sea poder. ¡Verdad de Dios, que no!
La economía política subyacente a la gestión de un proceso de RF supone unos liderazgos políticos y técnicos capaces de convencer sobre los beneficios y costos de la misma, y de superar las naturales resistencias y conflictos que seguramente surgen de los intereses afectados.
¿Contamos aquí y ahora, con las capacidades adecuadas para manejar la economía política propia de un proceso como el de referencia? ¿Para manejar las dinámicas de poder, intereses y tensiones entre los diferentes grupos?: clases sociales, grupos empresariales, sindicatos, partidos políticos, iglesias y más, que están ahí siempre prestos asumir posición (de resistencia o apoyo) al proyecto de RF.
Sin una gobernanza adecuada que gestione con sagacidad la economía política subyacente, los procesos RF suelen fracasar. Con todo y la inevitabilidad de la RF, es de sensatez política reconocer que, posiblemente, aquí y ahora, ya no es viable. Seguramente habrá que manejarse y esperar lo que se pueda, hasta el 2028.
Un buen servicio que haría la actual administración a la sociedad dominicana y al gobierno que venga para entonces, de la parcela política que sea, sería dejar la RF como legado para que la implemente la siguiente administración. La historia se lo reconocería.
Criterios de bondad estructurantes
Decirlo es fácil, pero no. Sacar adelante el “puzzle” de la RF precisa la activación de un conjunto de capacidades o habilidades para gestionar movimientos e intereses. Buscando realizar objetivos que, a menudo, hacen un trade-off: lograr uno implica sacrificar parcial o totalmente el otro. Siendo cada uno determinante de la calidad y la integralidad de la reforma.
Son criterios de bondad a veces contrapuestos.
Primero, está el principio de la equidad tributaria: que agregue valor de justicia al sistema. Que la RF sea progresiva. Esto es, que los que más tienen contribuyan proporcionalmente con más, sin cargar excesivamente a las clases medias y bajas. Es un equilibrio tan delicado como necesario e innegociable, definitorio de la calidad de un sistema tributario.
Asimismo, apostar a reducir la informalidad. En el contexto de la alta informalidad propia del caso dominicano, el objetivo de ampliar la base tributaria sin desalentar la formalización de los negocios es un gran desafío.
También, la racionalización y control del gasto público. El gobierno necesita enviar señales convincentes, efectivas y contundentes de un compromiso firme con metas de transparencia y eficiencia en el uso de los recursos; sólo esto contribuye a neutralizar la desconfianza y la resistencia de la población a cualquier propósito de RF, que implica inevitablemente sacrificios para el sector privado (las familias y las empresas). Lo mismo debe ser para el gobierno.
De importancia no menor es, además, la gestión inteligente del entrechoque de intereses: económicos, sociales, políticos. Saber gestionar las resistencias de los grupos de poder, prestos siempre a ejercer su capacidad de influencia para proteger privilegios fiscales o evitar ajustes que afecten sus sectores es uno de los mayores desafíos. Esos grupos son poderes reales que defienden a calzón quitao y desde la respectiva posición dominante los propios intereses. Usarán las más diversas herramientas a su disposición para bloquear la aprobación de toda medida estructural que altere el statu quo, que entienden como un derecho adquirido. Las reglas de juego que defienden como conquista de clase. Así son, poco más o menos los conozco. Anduve por ahí.
También, el impacto social y económico. Es un desafío no menor para el liderazgo de la RF equilibrar las ingentes necesidades de, por un lado: aumentar los ingresos públicos, al tiempo que, por el otro: no frenar el crecimiento económico y la competitividad. Además, sin exacerbar la desigualdad social y el desempleo. Esto evidencia la complejidad del proceso.
Finalmente, gestionar el rechazo ciudadano y la erosión del capital político. La percepción generalizada de que los recursos públicos son mal administrados exacerba la resistencia de la población a la imposición de nuevas cargas tributarias. Lo que extrema aún más el desafío, y aumenta el riesgo de erosión del capital político propio del gestor del proceso.
Sin embargo, se mueve
Ningún gobierno está excusado atender el desafío de una RF cuando se está ante un déficit estructural ingreso-gasto que año a año no sabe otra cosa que crecer, a contrapelo de la recomendación insistida de las sucesivas misiones de Capítulo IV del FMI. La generalidad de los economistas está conteste en que el desafío hay que encararlo más bien antes que después.
Es bastante concurrido el criterio de que, por más que se brinque y salte, con puras medidas administrativas, sea por el lado de la recaudación como por el del gasto, el esfuerzo no daría para alcanzar metas razonables de consolidación fiscal; menos aún, para sustentar la implementación el desarrollo sostenible consignado en la END.
Sin embargo, es posible que, por ahora, aquí no vuelva a hablarse de RF hasta 2028. El tiempo ideal para sacarla adelante en la actual administración ya pasó. La experiencia indica que el esfuerzo es más viable al inicio o durante el primer año de una gestión de gobierno, cuando el capital político es aún elevado, las próximas elecciones están aún distantes y la mayoría con que se cuenta en el congreso (que es el caso) es más sólida y más compromisaria con la causa. El año que viene, la escobita ya no será nueva, el capital político estará más erosionado, y las resistencias de las fuerzas y grupos de interés, así como la oposición política tendrán mayor capacidad para bloquear cualquier iniciativa. El gobierno contará con menos espacio para capitalizar los potenciales logros de la RF.
Para la actual administración sería difícil volver a plantear una RF. Posiblemente esté ya bien lastrada la voluntad política de correr riesgo de gastar más pólvora en garza. Amén de ya es mucha la que ha gastado, pues está ahí la verdad bíblica aquella (por lo del gallo que cantó) de que a las tres son la vencida. En las tres veces (2021, 2022 y ahora en 2024) es considerable la fuerza derramada sin que la RF saliera avante. Cada intento fracasado es una merma al liderazgo moral, político y social que es siempre es mejor preservar y conservar lo más posible, pa´ por si acaso. Por si la del loco viene. Nunca se sabe.
Finalmente. Aplica la expresión atribuida por la tradición a Galileo Galilei tras ser obligado por la Santa Inquisición a retractarse de decir lo que era de a de veras: “E pur si mouve”. Sin embargo, se mueve.
Aplicada al punto: la RF es necesaria, y su postergación es una irresponsabilidad de gobierno y sociedad, en la medida en que ello significa sumar peso y complejidad a un déficit fiscal que se vuelve insostenible en el tiempo; y que, en algún punto inevitablemente estallaría como crisis.
Cuando una sociedad (gobierno incluido) esquiva la responsabilidad de pagar las cuentas de lo que gozó en la fiesta, eso es equivalente irse de lechuza, como se dice en la jerga de los militares dominicanos. O sea, irse sin pagar la cuenta de los tragos que se bebió en la fiesta que bailó.
Algo así como que, el que venga atrás que arree. Que la paguen ellos: nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. Sus familias. ¡Vaya perla de responsabilidad intergeneracional!
¡Así no es! No debe ser.