Sobreexposición de «buenas noticias»
Guillermo Caram
El pasado jueves fue prolijo de “buenas noticias” emanadas de altas esferas gubernamentales. En la mañana, el Presidente movía la primera palada para construcciones turísticas en Samaná. El responsable de la comunicación palaciega, temprana la tarde, invitaba a esperar “anuncio importante” que luego se comprobó se refería a la tarifa eléctrica. Casi simultáneamente el Presidente anunciaba ampliación de la cobertura de SENASA para enfermedades catastróficas mientras dos funcionarios de alto rango anunciaban congelaciones presupuestarias.
Entendiendo la necesidad gubernamental de proporcionar buenas noticias para mantener esperanza ante crisis presente, la sobreexposición, emanada de altas esferas, no conocidas espontáneamente por propagación espontánea de su puesta en práctica, pudiera resultar contraproducente. En primer lugar, porque una anularía impacto de otra, lo que en jerga periodística calificase “matar noticia”.
De hecho, sucedió ahora. Si el propósito de la abundancia de “buenas noticias” era desactivar protestas convocadas contra aumentos de tarifa eléctrica, la revisión tarifaria resultó opacada, pudiendo incluso provocar el efecto contrario: exacerbar protestas.
En segundo lugar porque abundar simultáneamente con “buenas noticias” emanadas de altas esferas pudiera reflejar nerviosismo, desesperación y temores; contrario a la serenidad que debe primar en autoridades. Mal diseño-torpe, abusivo y subrepticio- y peor implementación del aumento tarifario, y de su rectificación, agrava situación.
Se descargó responsabilidades en el natimuerto “Pacto Eléctrico”, cuestionado e impugnado legalmente por interlocutores de éste y sin haber cumplido las previsiones no tarifarias contenidas en el mismo.
Lo impusieron funcionarios que simultáneamente se incrementaron sus remuneraciones en una “proporción desproporcionada”, impropia de una austeridad decretada, que restó legitimidad a los aumentos tarifarios.
El subterfugio de rectificarlo via el CES, organismo cuya productividad deja mucho que desear, evidenciado por el hecho de encontrarse empantanada la mas de la docena de reformas pendientes, restó credibilidad a las intenciones rectificadoras.
Convendría que las autoridades orquestaran adecuadamente sus “buenas noticias”. Y se preocuparan mas porque las buenas noticias se conocieran y propagaran al ponerse en práctica; en lugar de recurrir a sobreexposiciones de anuncios de dudosa ejecutabilidad y riesgosas interpretaciones.
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