Spielberg, las escaleras mecánicas y los Óscar: Viaje al interior de la gala

Los Ángeles (EE. UU.), 13 mar – Para llegar a determinadas zonas de la gala de los Óscar, hay que subir por unas escaleras mecánicas que chirrían. Es el interior del teatro Dolby de Los Ángeles (California), incrustado dentro de un centro comercial de aire algo anticuado, donde de repente se hace la luz y aparece Steven Spielberg.

Un año más este teatro en pleno bulevar de Hollywood ha acogido la ceremonia de los Óscar; un evento de tinte «kitsch», donde el glamur lo ponen los artistas.

Metros y metros de cortinas de color rojo daban la bienvenida al lugar, donde este año los asistentes tuvieron que atravesar una alfombra de color beis, aunque que en realidad eran dos alfombras: una para los nominados a los premios y sus acompañantes, y otra para el resto de invitados, que pasaban por detrás de los fotógrafos.

Una vez dentro, no faltaba la bebida. La comida escaseaba más: pizza, palomitas con sabor a caramelo picante y frutos secos.

«Tengo hambre, sed y me duelen las piernas», resumía la actriz estadounidense de origen mexicano Eva Longoria, que presentó uno de los premios, en declaraciones a EFE, mientras recordaba que tiene una casa en Marbella y que suele viajar bastante a España.

Longoria se encontraba en el vestíbulo de la planta baja del teatro, donde solo tienen acceso los nominados y los presentadores de los premios.

En otro rincón se encontraba el actor Ricardo Darín, que había acudido por la nominación de «Argentina, 1985» como mejor filme extranjero; una estatuilla que finalmente se llevó la alemana «All Quiet on the Western Front».

«No soy resultadista, lo importante es el camino», indicó Darín a EFE, al tiempo que rememoraba la primera vez que había acudido a los Óscar, después de los atentados del 11S, con la cinta «El hijo de la novia». «El ambiente era como raro, nadie tenía ganas de celebrar».

Más allá de Darín, en otra parte de vestíbulo había varias personas alineadas vestidas de negro, junto a una de las entradas al anfiteatro. Son lo que se denomina en inglés «seat fillers», es decir, voluntarios que ocupan las sillas vacías para que el auditorio no se vea vacío.

Aun así, no es que hubiera muchos asientos libres, y ni mucho menos en la platea, sino que el movimiento de gente que entraba y salía a lo largo de la gala fue incesante. Personas que se quedaban un rato dentro, salían un momento al baño o a tomar un bebida y regresaban al anfiteatro. Y así todo el tiempo.

Lo cierto es que la gala es monótona, y más este año, que tras el drama de la pasada edición con la bofetada de Will Smith a Chris Rock, la Academia de Hollywood estaba resuelta a pasar página. Prueba de ello fue la mera disposición de los asientos en la platea, que estaban en filas, como en un cine, y no como el año pasado que eran mesas, de tal forma que era más fácil llegar al escenario.

En la primera parte de la gala el público se notaba falto de energía, aunque solo bastó que salieran unos bailarines para interpretar el tema «Naatu Naatu», de la película india RRR, para que la audiencia se animara. De hecho, una de las mayores ovaciones de la noche fue para este montaje. «Naatu Naatu» se llevó el óscar a la mejor canción.

Vista desde dentro, la ceremonia está pensada para la televisión y en el interior del teatro casi se tiene la sensación de estar en un plató. Muchos de los ornamentos dorados ni siquiera son dorados de verdad, sino que son luces.

Todo parece que es trampa y de cartón, pero de repente ahí está Steven Spielberg y el resto de trabajadores de la industria cinematográfica que hacen que Hollywood sea Hollywood y que los Óscar sean la mayor fiesta del cine.

El director de 76 años caminaba lentamente hacia el vestíbulo de la planta baja, a esta gala trajo su cinta más personal, «The Fabelmans», que finalmente se fue con las manos vacías.

«He venido no sé cuantas veces», dijo Spielberg a EFE, recordando que, aparte de las nominaciones que ha tenido en el pasado, ha presentado numerosos premios, aunque esta vez era especial porque habían acudido sus hermanas.

No muy lejos de allí se encontraba el hispano-alemán Daniel Brühl, actor y productor de uno de los filmes triunfadores de la noche, «All Quiet on the Western Front», con cuatro estatuillas.

«Es una pasada estar en los Óscar con una película tan pequeña», apuntó a EFE antes del inicio de la gala, cuando subrayó que tienen una productora en Berlín con «tres personas».

Con siete óscar, la gran vencedora de la edición fue «Everything Everywhere All at Once», de los directores Daniel Kwan y Daniel Scheinert, conocidos como los «Daniels». Y esto se notó en una de la fiestas que hay tras la ceremonia, el llamado «baile de los gobernadores», donde los ganadores van a que fijen la placa con su nombre en la estatuilla.

Música de Michael Jackson para comenzar y una carpa en la azotea del teatro acogieron a los triunfadores. Allí estaba claro que «Everything Everywhere All at Once» era la que mandaba.

«Es maravilloso», dijo a EFE la ganadora del óscar a mejor actriz, la malasia Michelle Yeoh, de 60 años, quien aseguró que no se preparó su discurso, en el que animó a las mujeres maduras a no permitir que nadie les diga que se les ha pasado «la flor de la vida».

Yeoh desapareció en una nube de fotógrafos, espontáneos y conocidos, y llegaron los «Daniels», con la estatuilla al mejor director. Kwan afirmó a EFE que lo iba a celebrar descansando, aunque al medio segundo cambió de opinión: «Creo que seguiré por ahí con la fiesta».

Y es que el espectáculo debe continuar.

Susana Samhan

EFE

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