Subsidiar no es malgastar
Margarita Cedeño
@Margaritacdf
En medio del debate sobre el rol del Estado, es esencial recordar que no todos los subsidios son iguales ni responden a los mismos fines. Existe una diferencia clara entre el despilfarro y la política social, entre la improvisación y el compromiso real con el bienestar colectivo. Por eso debemos afirmar, con responsabilidad y convicción, que subsidiar no siempre es malgastar, si se realiza en el marco de lo que establece nuestra Constitución, que la República Dominicana es un Estado social y democrático de derecho.
Un subsidio bien diseñado, focalizado a través de instrumentos como el SIUBEN, no es una dádiva. Es una herramienta de equidad y justicia social, orientada a corregir desigualdades históricas, crear oportunidades y garantizar condiciones mínimas de dignidad para quienes más lo necesitan. Lejos de ser un gasto innecesario, es una inversión en cohesión social y en desarrollo humano sostenible.
En nuestro país, los programas sociales han sido determinantes para acompañar a cientos de miles de familias en situación de pobreza o vulnerabilidad. Por supuesto, estos deben ser evaluados de forma constante, mantenerse dentro de un marco temporal y responder a criterios de eficiencia y transparencia. Esa es la diferencia entre protección social y asistencialismo, entre políticas de Estado y clientelismo. Desacreditar los subsidios por los errores de implementación recientes es negar su valor y su impacto transformador.
Quien ha estado cerca de una madre soltera que sostiene a su familia con esfuerzo, de un joven que lucha por educarse o de una persona adulta que aprende a leer por primera vez, sabe que esos apoyos no son privilegios, sino oportunidades reales de cambio.
Recuerdo una visita a una comunidad rural de Azua. Bajo la sombra de una mata de mango, una mujer se me acercó con lágrimas en los ojos. Me contó que gracias al programa Progresando con Solidaridad había aprendido a leer. “Ya no necesito que mi hija me lea los letreros del autobús ni las recetas. Ya sé firmar mi nombre, doctora. Ya no soy analfabeta”, me dijo con orgullo. A su lado, su nieto jugaba con una mochila que decía Quisqueya Aprende Contigo.
Esa escena me conmovió profundamente. No se trataba solo de alfabetización, sino de autoestima, dignidad y autonomía. Se trataba de alguien que, gracias a una política pública bien orientada, empezaba una nueva etapa en su vida. Como ella, cientos de miles de dominicanos y dominicanas han encontrado en estos programas una puerta abierta hacia la superación.
Los subsidios bien gestionados no generan dependencia, sino capacidades. El verdadero reto está en su administración, en que sean transparentes, articulados con programas de empleo, educación y desarrollo productivo. Como señalaba Amartya Sen, “la pobreza no es solo falta de ingresos, es la privación de capacidades básicas”. Y el desarrollo consiste en expandir esas libertades.
Organismos internacionales como la OCDE, el Banco Mundial y la CEPAL coinciden en que los subsidios bien aplicados pueden reducir la pobreza, fomentar la productividad y fortalecer la democracia. Pero eso exige visión de Estado, responsabilidad técnica y sensibilidad social.
Durante mi gestión como Vicepresidenta de la República y coordinadora de la política social del gobierno del PLD, lo demostramos con hechos: reducción de la pobreza, mejora del Índice de Gini y expansión de la clase media. Las cifras están ahí. Pero más allá de los indicadores, están las historias de vida transformadas.
Un país no se construye comprando votos, sino invirtiendo en su gente. Se construye con políticas públicas que empoderen, que reconozcan la dignidad de cada persona y que pongan al Estado al servicio de su pueblo, no de espaldas a él.
Por eso reitero: subsidiar, cuando se hace con criterios técnicos y sentido humano, no es malgastar. Es sembrar futuro. Es construir ciudadanía. Es hacer país.
Listín Diario