¿Tiene algo bueno la vejez?
Por: Mario Emilio Pérez
Corría el año 2018 cuando aquella mañana coincidimos en un supermercado tres amigos que cargábamos sobre nuestros hombros la pesada mochila de la octogenariedad, valga el término.
Como la capital dominicana ha crecido vertiginosamente para arriba y hacia los lados, llevábamos un paquetón de años sin vernos.
Por esa circunstancia fueron frecuentes los vistillazos curiosos, con la mal disimulada intención de ver cómo se había comportado con cada uno de nosotros ese invencible boxeador llamado Kid Tiempo.
No sé, porque no hablamos sobre los hallazgos del examen, cómo me vieron ellos a mí, pero me apenó ver que mis dos camaradas mostraban en el rostro y el resto de sus anatomías las huellas de los ataques del citado cruel geriatrizador.
Uno de ellos, con casi seis pies de estatura, y que en años juveniles y hasta en los inicios de la adultez hacía ejercicios con pesas, exhibía ahora pechuga ligeramente aplastada, contrastante con la dimensión de una ostensible barriguita, a lo mejor de origen cervecero.
Diestro conquistador mujeriego en sus años de gloria física, no puso el tema esta vez de sus éxitos de galán, algo que otrora era habitual en él.
El otro amigo había hecho fortuna a través de una exitosa empresa comercial, era de los tres era el más añejado, pero sólo consumía moderadamente bebidas emborrachantes, y jamás sus labios se posaron sobre un cigarrillo.
Por eso su rostro cargaba escasas arrugas, que quizás algún enllave contemporáneo envidioso atribuiría al trabajo de un cirujano estético, argumentando que “la gente con cuartos no soporta el arrugamiento”.
Como suele suceder en las conversaciones de personas de avanzada edad, los temas versaron, entre otros, sobre problemas de salud, y más que nada, acerca de los conocidos que habían cambiado sus residencias por cementerios.
Esto entristece a los viejos en demasía, porque entre los caídos mencionados no solo aparecen abuelos y padres, sino contemporáneos, algunos con menor cantidad de viajes en la guagua del almanaque.
Cuando nos despedimos para realizar nuestras compras, el larguirucho ex fortachón se volvió hacia cada uno de los dos que dejaba atrás para decir en voz alta:
-Por las edades, seguramente ustedes levantan pocas mujeres, y al levantarlas, también como yo pasarán a veces vergüenza porque no levantan.
La risa de los clientes más cercanos del establecimiento no tardó en producirse.