Trump deshumaniza a los inmigrantes
Gina Montaner
La candidata demócrata Kamala Harris pasó con “notable” un debate histórico por la expectación de verla por primera vez cara a cara con su oponente, Donald Trump. Para el ex presidente se trataba de su séptimo debate presidencial y casi todo el mundo daba por sentado que, si se ceñía a los temas relevantes, para él sería un paseo. La primeriza Harris, convertida en candidata de la noche a la mañana al retirarse Joe Biden de la contienda, era quien tenía mucho que perder.
La actual vicepresidenta llegó con nervios contenidos al encuentro, pero muy pronto su nerviosismo dio paso a un gesto que oscilaba entre la impaciencia y el asombro por las respuestas de su contrincante a los moderadores de la cadena ABC. Trump lo tenía fácil. Era cuestión de abordar con sustancia los puntos de la administración Biden-Harris que preocupan a los votantes: la economía, la inflación, la inmigración. Sin embargo, una vez más tiró de una retórica inflamada y llena de odio dirigida a los inmigrantes que entran irregularmente por la frontera con México. Casi no hubo preguntas que no respondiera vinculando cualquier mal del país a la presencia de inmigrantes. Es evidente que parte de su preparación, asesorado por agitadores de la extrema derecha conspiranoica, se centró en demonizar a este grupo humano.
En vez de proponer medidas razonables para gestionar el flujo migratorio, Trump se hizo eco de teorías de conspiración que los ultras propagan impunemente en las redes sociales. En realidad, lleva años siendo un abanderado de este discurso tóxico que retrata, principalmente, a latinoamericanos como “criminales” y “violadores”, hasta igualarlos a un personaje de ficción, Hannibal Lecter, un asesino en serie que en las novelas de Thomas Harry llega a comerse los sesos de sus víctimas. En el debate del pasado martes, el magnate afirmó que había inmigrantes en la localidad de Springfield, Ohio, que se estaban “comiendo” las mascotas de los americanos. Hubo momentos bajos en su errática intervención, pero ese fue en el que tocó fondo por la malignidad de sus palabras e intenciones. Es importante no caer en la trampa de que se trata de un comentario que surge de un desvarío mental. En verdad, es toda una estrategia que echó a rodar Trump ( y que prendió en sus bases) desde su irrupción en la política hace ocho años: la demonización de cierto tipo de inmigrante que, de acuerdo a una mitología relacionada al supremacismo blanco, “contamina” la supuesta pureza de la sociedad “netamente” americana; una teoría infundada en una nación forjada por oleadas de inmigrantes que incluye la inmigración forzada de los seres que llegaron de África bajo el yugo de la esclavitud. No olvidemos el relato falso de que el ex presidente Barak Obama no había nacido en Estados Unidos, sino en Kenia, y habría “falsificado” su certificado de nacimiento. Había que sembrar la duda sobre el primer presidente negro del país. Las creencias más venenosas estaban detrás del movimiento Birther que impulsó en su día Trump.
Desde que ganó las elecciones en 2016 y tomó las riendas del Partido Republicano para que sirviera a los intereses del trumpismo (o sea, para su beneficio personal), el ex presidente no ha hecho más que avivar la ojeriza a los inmigrantes que llegan a Estados Unidos y aspiran a regularizar su situación. Aunque los datos echan por tierra sus mentiras (los moderadores se lo señalaron), él insiste en que el crimen está relacionado a la presencia de estos hombres y mujeres. En este debate aseguró que están “destruyendo” el país. Sobre la “matanza” de perros y gatos, su “fuente” eran las invenciones que los extremistas diseminaron en las redes sobre grupos de haitianos que han llegado a Ohio; calumnias que las propias autoridades del lugar han desmentido porque en los hogares campean vivos y coleando los mininos y canes. Fue su compañero de fórmula, JD Vance, quien días antes divulgó una falsedad que pretende relacionar al inmigrante con prácticas caníbales. Forma parte de prejuicios atávicos que denigran y distorsionan la presencia foránea.
Trump volvió a repetir que desde distintas partes del mundo sacan de las cárceles y de los manicomios a los sujetos más peligrosos para que “invadan” Estados Unidos, convirtiéndolo en un parque temático del crimen importado. Sin datos algunos que les den credibilidad a sus palabras, insiste en que en Venezuela ha bajado la criminalidad por la cantidad de “malhechores” que el gobierno de Nicolás Maduro “envía” al extranjero. Según su discurso, la diáspora venezolana, compuesta por casi ocho millones de personas, está plagada de “malandros”. Nada más lejos de la realidad. El analista político venezolano Alexis Ortiz, exiliado en Miami, ha escrito al respecto: “los venezolanos y haitianos merecemos respeto. Deploramos que por razones electorales no se nos respete.”
Lo que resulta descorazonador es que los inmigrantes que viven en Estados Unidos, muchos de ellos descendientes de personas que llegaron de modo irregular y acabaron por tener vidas provechosas en una tierra de oportunidades, no pongan el grito en el cielo colectivamente cuando un candidato presidencial los vilifica ante 67 millones de espectadores. No hay discurso más peligroso que el que deshumaniza al otro. Más que locura, encierra mucha maldad. Lo único bueno que tiene Donald Trump es que no la oculta. Están avisados. [©FIRMAS PRESS]
Listín Diario