Trump reanuda la ayuda exterior, favoreciendo a los multimillonarios en aprietos
Por Nicholas Kristof
The New York Times
Columnista de Opinión
Informar sobre el mundo puede romperte el corazón. Los periodistas cubrimos guerras, terremotos y masacres, y a pesar de todo el blindaje emocional de nuestro profesionalismo, nos atormentan los recuerdos de cadáveres de niños.
Así que este año ha sido doloroso porque he hecho tres viajes a África para reportar sobre los niños que mueren como consecuencia del recorte de los programas de ayuda humanitaria por parte del presidente Donald Trump, su política más letal. En una aldea tras otra he encontrado niños que perecían por falta de mosquiteras antipalúdicas de 2 dólares o medicamentos contra el sida de 12 centavos al día.
Sin embargo, aunque la política de Trump me pareció cruel, al menos parecía coherente y arraigada en una ideología clara: no creía en la ayuda exterior. Del mismo modo, cuando Trump detuvo la entrada de la mayoría de los refugiados a principios de este año, su motivación parecía obvia: no quiere refugiados.
Sin embargo, ahora la trama se complica. Resulta que a Trump le gusta alguna ayuda y le parecen bien los refugiados blancos.
Trump respalda un paquete de rescate de 20.000 millones de dólares para Argentina, y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, habla de elevar el total a 40.000 millones de dólares, más que todo el presupuesto mundial de USAID del año pasado.
No hay nada intrínsecamente malo en rescatar a un país que se enfrenta a una crisis financiera: Estados Unidos lo hizo en 1995 con México. Una diferencia es que el salvataje de México estuvo bien elaborado y tuvo éxito, mientras que por ahora no es obvio qué política ha cambiado en Argentina para que la ayuda financiera de Trump logre la estabilidad en un país que sigue en problemas tras más de 20 rescates anteriores (incluido uno esta misma primavera por parte del FMI).
Otra diferencia es que nosotros teníamos un enorme interés en la estabilidad de México como nuestro vecino y principal socio comercial. Incluso Trump reconoce que el rescate de Argentina no refleja intereses vitales estadounidenses: “No tenemos que hacerlo”, dijo este mes. “No va a suponer una gran diferencia para nuestro país”.
Entonces, ¿por qué gastaría Trump tanto dinero para intentar engrandecer a Argentina? En parte para intentar rescatar a un aliado derechista de Trump, el presidente Javier Milei, quien ahora se tambalea.
El rescate también podría beneficiar significativamente a una serie de ricos inversores estadounidenses de fondos de alto riesgo, entre ellos dos multimillonarios amigos de Bessent que trabajaron anteriormente con él, según ha informado el Times. De acuerdo con algunos informes, incluidos los de la prensa argentina, uno de ellos pidió a Bessent que interviniera. Al comprar el peso y elevar su valor, Estados Unidos da a esos inversores la oportunidad de deshacerse de sus malas apuestas.
Así pues, Estados Unidos está cortando el tipo de ayuda exterior que mantiene vivos a los niños por 12 centavos al día, pero está dispuesto a invertir sumas mucho mayores en un dudoso esfuerzo por apuntalar una economía distante, al tiempo que subvenciona de hecho a los magnates que hicieron malas inversiones.
No estoy sugiriendo que Trump y Bessent estén gastando 20.000 millones de dólares estadounidenses con el objetivo principal de rescatar a sus amigos de los fondos de cobertura; la vida es más complicada que eso. Pero muchos ricos conservadores estadounidenses invirtieron grandes sumas en la Argentina de Milei porque les deslumbró la idea de un liderazgo similar al de Trump en Argentina y por las primeras mejoras económicas que se produjeron allí, y el gobierno de Trump está intentando ahora rescatar a Milei por razones similares, de forma que también beneficiará enormemente a los multimillonarios que creyeron en él. La ideología y los intereses financieros personales coinciden.
“No es malo que Estados Unidos utilice sus bombas financieras para intentar sacar a los países de sus problemas”, señaló Charles Kenny, investigador principal del Centro para el Desarrollo Global de Washington. “El gran problema de la situación de Argentina es que, a menos que algo cambie, realmente es dinero tirado por el desagüe”.
El discurso de Bessent sobre aumentar el rescate a 40.000 millones de dólares parecía indicar que los primeros 20.000 millones probablemente serían insuficientes. Enmarcó la segunda ronda como procedente de bancos y otros inversores privados, pero es difícil ver por qué arriesgarían su capital sin incentivos del Tesoro. El Wall Street Journal informa de que los bancos buscan algún tipo de garantía o compromiso para asegurarse de que recuperan su dinero.
“El gobierno estaba dispuesto a encontrar esa cantidad de dinero para lo que parece, al menos de momento, un paquete de rescate mal diseñado que probablemente no funcionará”, dijo Kenny, “cuando no puede encontrar dinero para programas bien diseñados que realmente salvaban vidas”.
Dean Karlan, economista especializado en desarrollo de la Universidad Northwestern, quien anteriormente fue economista jefe de USAID, sugirió aplicar la métrica que Trump afirmó adoptar al principio de su gobierno: ¿Avanza la ayuda los intereses estadounidenses?
Gran parte de la ayuda humanitaria tradicional cumplía ese criterio, me dijo Karlan. Los trabajadores humanitarios suprimieron el ébola para que no se propagara a Estados Unidos. Las iniciativas contra la pobreza pueden haber hecho que la gente sea menos propensa a emigrar o a apoyar a grupos terroristas. Los programas de nutrición pusieron dinero en manos de los agricultores estadounidenses. En general, la ayuda reforzó el poder blando de Estados Unidos en todo el mundo.
“Todas estas son cosas que nos interesan”, dijo Karlan, y añadió: “Gastar 20.000 o 40.000 millones de dólares en un rescate de Argentina es mucho más dudoso que sea un buen uso del dinero de los contribuyentes”.
En cuanto a los refugiados, el Times obtuvo documentos que indican que el gobierno está considerando una revisión radical para dar prioridad como refugiados a los angloparlantes, a los sudafricanos blancos y a los europeos de extrema derecha. El límite máximo de admisión de refugiados se reduciría en un 94 por ciento, y los que entrarían serían en su mayoría sudafricanos blancos y europeos. El Washington Post informa de que hasta 7000 de los 7500 cupos disponibles irían a parar a afrikaners blancos de Sudáfrica.
Pienso en los refugiados congoleños a los que entrevisté hace poco en Uganda tras huir de asesinatos y violaciones masivas, en los afganos que conocí que mantuvieron con vida a soldados o trabajadores humanitarios estadounidenses, en los cristianos paquistaníes o los seguidores del bahaísmo iraní que se enfrentan a la persecución, o en las mujeres y niñas víctimas de la trata, y esas personas no pueden acceder a Estados Unidos mientras pagamos billetes de avión a afrikaners blancos en mejor situación económica que, al menos en un caso, se quejan de lo difícil que es encontrar sirvientes en Estados Unidos.
Así que el humanitarismo se está convirtiendo en algo opuesto a su sentido inicial. En lugar de alimentar a niños hambrientos, parte de la ayuda exterior recompensará a los fondos especulativos. Y el estatuto de refugiado podría concederse no a los más necesitados del mundo, sino a algunos de los más blancos del mundo.
The New York Times

