Trump vs. Brasil o cuando la venganza se convierte en política exterior

Por Julio Santana

“Ningún hombre es tan grande como para estar por encima de la ley, y ningún gobernante tan sabio como para gobernar solo.” — Thomas Jefferson.

En la historia contemporánea no hay paralelo para el fenómeno que representa Donald Trump. Vemos a un hombre que está convirtiendo la presidencia de la nación más poderosa del mundo en un espectáculo personal, donde cada decisión de Estado parece nacer de impulsos emocionales y ajustes de cuentas privados, más que de un cálculo estratégico o de una visión de futuro.

El último episodio confirma la peligrosidad de este estilo de liderazgo.

En una carta publicada en Truth Social, Trump amenazó a Brasil con la imposición de un arancel del 50 % sobre todas sus exportaciones a Estados Unidos, argumentando que la justicia brasileña lleva a cabo una “caza de brujas” contra el “muy respetado” Jair Bolsonaro, personaje que está siendo procesado por intentar revertir los resultados de las elecciones presidenciales de 2022.

La amenaza es un acto de represalia política que desborda los marcos tradicionales de la diplomacia y que evidencia hasta qué punto la política exterior estadounidense, bajo Trump, puede transformarse en una extensión de sus lealtades personales y de su narrativa de persecución. En su carta a al presidente Lula da Silva, Trump advierte que los aranceles se aplicarán a partir del 1 de agosto de 2025 y que cualquier respuesta brasileña provocará represalias adicionales.

La reacción de Lula no se hizo esperar:

“Brasil es un país soberano con instituciones independientes y no aceptará ninguna tutela”, escribió en X, subrayando que la investigación contra Bolsonaro es competencia exclusiva del poder judicial brasileño y no está sujeta a injerencias externas. Más allá del pulso entre dos presidentes de estilos radicalmente opuestos, lo preocupante es el efecto corrosivo de este tipo de medidas sobre el orden internacional.

Estados Unidos es el segundo socio comercial más importante de Brasil, después de China, y la relación bilateral incluye sectores estratégicos como aeronaves, combustibles y equipos de alta tecnología. Un arancel del 50 % no solo sería devastador para la economía brasileña, sino que pondría en tensión las cadenas de suministro y los mercados globales, afectando sin dudas a los intereses estadounidenses.

El ataque de Trump a Brasil se inscribe también en su creciente hostilidad hacia el bloque BRICS. Apenas días antes había amenazado con aranceles adicionales del 10 % a todos sus países miembros, acusándolos de intentar “destruir el dólar como estándar global”. La acusación carece de fundamento. Los líderes de este poderoso grupo de naciones no se cansan de declarar que no buscan debilitar la moneda estadounidense, señalando más bien que es el propio uso abusivo de las sanciones y la política monetaria de Washington lo que erosiona la confianza internacional en el dólar.

Trump construye así una política exterior basada en la intimidación, el unilateralismo y la improvisación. Es lo que la Casa Blanca llama con eufemismo “ambigüedad estratégica intencionada”, pero que en realidad revela un peligroso vacío de estrategia y una tendencia a actuar según estados de ánimo y animadversiones personales.

Expertos como James Poniewozik señalan que Trump “piensa en el Despacho Oval como un escenario de televisión, donde los buenos y los malos se eligen según su grado de lealtad al protagonista”. Esta visión deformada del poder convierte a aliados históricos en objetivos de ataques punitivos y a instituciones democráticas extranjeras en obstáculos que deben ser derribados.

Acento

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