Trump y su diplomacia de las cañoneras

Miguel Mejía

Donald Trump es quizás el expresidente y presidente electo de los Estados Unidos más ignorante en temas culturales y políticos de toda su historia, desde George Washington hasta Joe Biden, vencedor, por amplio margen, en la enconada competencia por ocupar dicho sitial.

Es conocido y comprobado que Trump solo sabe hacer dinero apelando para ello a trucos, delitos y omisiones inmorales, por lo que nadie debe abrigar ni la más remota esperanza de que respetará las normas internacionales en temas políticos, ni que formulará estrategias decentes para cumplir su promesa imposible: la de devolver a su país la grandeza imperial irremediablemente perdida.

Como buen tahúr, Trump ya ha empezado a amenazar con las cartas triunfadoras que no posee para asustar y paralizar a sus rivales en el tablero geopolítico mundial y nada mejor para ello que resucitar la vieja y desprestigiada figura de la llamada Diplomacia de las Cañoneras.

En el siglo XIX y principios del XX se conocía bajo este concepto a la estrategia de imperios como el francés, el británico y el norteamericano de enviar buques de guerra a presionar a los gobiernos de diversos continentes que no hubieran acatado sus órdenes, le debieran empréstitos o se negaran a ser brutalmente expoliados en sus recursos, como era norma de la época. Dicho resumidamente, se trataba del uso de la fuerza bruta para imponer intereses colonialistas e imperialistas frente a naciones más débiles.

Entre los ejemplos históricos más notables de este proceder están el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata; las Guerras del Opio, en China (1839 y 1856); el bloqueo naval de Venezuela (1902-1903) la separación de Panamá de Colombia (1903) y la toma del puerto de Veracruz, en México, en 1914, a lo que deben agregarse las invasiones a Haití, en 1915 y a República Dominicana, en 1916.

Este recurso, violatorio del Derecho Internacional, ha reaparecido por estos días, traído de la mano por Trump, expresado en sus declaraciones de que, por sus intereses de seguridad y de reconquista del espacio geopolítico y económico perdido, los Estados Unidos están interesados en adquirir o presionar por todos los medios posibles a los gobiernos de México, Canadá, Dinamarca y Panamá para que les cedan territorios, sean completamente anexados sus países o entreguen su soberanía sobre el canal de Panamá y Groenlandia.

Nueva ola imperialista

En 1898, hace ya 127 años, el gobierno de William McKinley protagonizó una primera ola de apropiación de territorios de ultramar. Al vencer en la guerra contra España, o por maniobras anteriores, como fue el caso de la truculenta anexión de Hawái, el naciente imperialismo norteamericano se apropió de Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Guam.

Durante las Guerras Mundiales, y debido a conflictos bélicos ulteriores, como las guerras de Corea y Vietnam, el mundo se fue llenando de bases militares norteamericanas. En la actualidad, su gobierno posee 800 bases fuera de sus fronteras, 76 de las cuales están en América Latina y el Caribe. Se trata, sin lugar a dudas, de otra forma de llevar a cabo la Diplomacia de las Cañoneras para el logro de objetivos idénticos.

Esto es lo que Trump intenta resucitar, en su esencia chantajista y agresiva, en detrimento de las demás naciones soberanas. No les importa ni el Derecho Internacional, ni los pueblos, sino el despliegue de fuerza para amedrentar e imponer sus intereses imperialistas, amenazados por el desarrollo y fortalecimiento de potencias como Rusia, China y organizaciones mundiales como los BRICS.

Los pretextos para “fundamentar” tales pretensiones pueden ser disímiles, teniendo como denominador común la manoseada condición excepcional de Estados Unidos, su “derecho” a pisotear fronteras, naciones y pueblos, si esto les concede ventajas y cerrar el paso, por las malas y bajo amenaza de un holocausto mundial, a competidores que ya los sobrepasan en numerosos campos, como lo es China.

En el caso de América Latina y el Caribe, a esta pretensión se agrega el volver a traer a la vida a un zombi del pasado, como es la Doctrina Monroe, que establece que ninguna potencia extracontinental puede tener presencia en el hemisferio occidental, el cual, el imperialismo norteamericano siempre ha considerado su patio trasero intocable. La realidad es que, a pesar de lo absurdo e inmoral de tales pretensiones de Trump, lo que se declara es que los Estados Unidos no se detendrán ante nada con tal de recuperar el poder hegemónico mundial en extinción, sustituido por un nuevo orden mundial multipolar, que ellos no aceptan.

La historia nos muestra que el imperialismo norteamericano no respeta límite alguno, si de sus intereses se trata. Toda la amplia armadura de métodos ilegales y arteros, inhumanos y desprestigiados, viejos y nuevos será utilizada, y ya lo están siendo, no solo contra sus rivales y potenciales competidores, sino incluso, contra sus socios europeos y de los demás continentes.

Lo anterior explica el auge inducido y atizamiento de conflictos internos en Georgia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, México, Irán, Rusia, Siria y China; el uso de títeres para hacer el trabajo sucio en América Latina, como los gobiernos de Milei, en Argentina o Noboa, en Ecuador; las sanciones comerciales incrementadas, los bloqueos y aranceles contra cualquier país, como son los casos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, especialmente, siempre que esto refuerce la supeditación y la renuncia a la soberanía, a lo que debe agregarse el uso de un gendarme sangriento y genocida, como es el del régimen nazi-sionista de Israel, en el Medio Oriente.

Todo lo previsible y lo inimaginable ya está siendo usado en esta nueva guerra mundial del imperialismo norteamericano contra el resto de las naciones del planeta: intensificación de la guerra cultural y la destrucción de las culturas y las historias nacionales; la manipulación y control de las redes sociales utilizando para ello las fake news y la posverdad, como en el más reciente caso de Venezuela; el aliento a planes terroristas y de cambio de régimen, como las llamadas revoluciones de colores: el control del espacio, el ADN, los eventos climáticos, el agua, los recursos minerales estratégicos, la biodiversidad y las migraciones, entre otros.

No, las declaraciones de Donald Trump no son expresión del delirio de un megalómano ignorante y brutal; no son un exabrupto, ni fruto de la improvisación, sino el despliegue de un plan global de reconquista imperial, al estilo del desplegado por los neoconservadores alrededor de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 conocido entonces como “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano”.

Para los neoconservadores, la meta era “lograr el orden a través del caos”. Para los trumpistas, expresión final de la decadencia irreversible imperial, se trata de “llegar a la paz por la fuerza.” No hay diferencia alguna.

Una alerta en República Dominicana

Con una historia convulsa, expresión de su irrenunciable vocación de libertad, independencia y soberanía, y tras sufrir dos ocupaciones militares norteamericanas, la República Dominicana no escapa a las tensiones geopolíticas en las que se adentra el mundo en el 2025 y bajo la presidencia de lo que representa Donald Trump.

El desafío para el gobierno dominicano es preservar esa independencia y soberanía en su política exterior, priorizando los intereses nacionales, sin dejarse arrastrar a escenarios que beneficien solo a terceros, que ya se sabe, no tienen amigos, sino intereses.

Al respecto, es de utilidad pública hacer una nueva alerta sobre la política exterior que desarrolla el gobierno dominicano, expresión de lo cual es la próxima llegada al país de la comitiva convocada y organizada por el gobierno norteamericano como expresión de apoyo al derrotado candidato venezolano a la presidencia de ese país, Edmundo González Urrutia.

Hablemos claro: se trata de un show mediático y cansón, a fuerza de repetirse sin la menor creatividad, cuya puesta en escena ya hemos visto, con los mismos personajes principales, idénticos directores de escenas y casi la misma comparsa de pésimos actores secundarios.

República Dominicana ha sido uno de los cuatro países escogidos por el gobierno norteamericano para recibir, a bombo y platillo y con carácter de Jefe de Estado, a la versión 2.0 de Juan Guaidó, sin respeto alguno a las relaciones tradicionales con el gobierno y el pueblo venezolano, ni a la prudencia y defensa de los intereses nacionales. Los otros países visitados por este circo son Argentina, Uruguay y próximamente Panamá.

Junto al lloroso González Urrutia disfrutarán de la hospitalidad gubernamental y recibirán las finezas habituales de los organizadores por el tiempo que dedicarán al viaje, nueve exmandatarios latinoamericanos de derecha que conforman el grupo conservador IDEA (Iniciativa Democrática de España y las Américas), los mismos jarrones decorativos que sacan al sol cuando hace falta para la propaganda. Y, ahora pretenden inclinar la mano de Trump, veamos por qué:

En su gabinete, Trump ha nombrado como Secretario de Estado a uno de los feroces halcones contra Venezuela, el desmeritado Marco Rubio, y a su vez, ha nombrado al diplomático Richard Grenell como su “Enviado Especial para Misiones Difíciles”, entre ellas Venezuela, lo que indica que el trumpismo ha dejado fuera a Venezuela del ámbito de incidencia de Marco Rubio, lo que deja entrever que puede existir un interés especial de negociación directa con la Patria de Bolívar y Chávez, lo cual, según el propio Trump es posible e incluso necesaria, con dos temas importantes para él: Petróleo y emigración.

Esa estrategia de Trump ha preocupado y desesperado a la oposición golpista venezolana con el tapiz que le han colocado a Marco Rubio. Esto evidencia las contradicciones entre los mismos actores o, mejor dicho, el choque de intereses. La gira del referido grupo con Edmundo a la cabeza tiene el propósito de sabotear la estrategia de Trump. Y cuentan con el apoyo de la actual administración estadounidense que, a través de su Secretario de Estado, Antony Blinken, a finales de diciembre pasado, le expresó vía telefónica a los opositores Urrutia y Machado el “compromiso de Estados Unidos de apoyar la voluntad del pueblo venezolano como fue expresada en las urnas y la restauración pacífica de la democracia en Venezuela.” Y, días antes, un portavoz de la administración Biden dijo al derrotado y autoexiliado candidato Edmundo Urrutia que “Estados Unidos podría colaborar en su regreso al país si así lo pidiera.”

Al respecto, ni en un sentido u otro, Trump en cambio nada ha dicho.

Cabe destacar, además, las recientes declaraciones del senador republicano Bernie Moreno, a través de un canal televisivo: “Trump trabajará con Maduro porque él es el que va a tomar posesión del cargo la próxima semana (…) al final del día, los intereses de EE.UU. son detener el tráfico de drogas, que reciban de vuelta a todos los venezolanos ilegales.”

Entre esas corrientes de aguas del mismo manantial movidas en distintas direcciones, entre contradicciones e intereses individuales y grupales están poniendo a nadar la República Dominicana, pisoteando su soberanía, con el auspicio del presidente Abinader y del sello gomígrafo del Departamento de Estado, su canciller Roberto Álvarez. Y a pesar del dinero de los contribuyentes norteamericanos derrochado en esta nueva farsa de la contraofensiva imperial, el 10 de enero asumirá la presidencia de Venezuela quien resultó electo en los recientes comicios: Nicolás Maduro Moros. Y me honra estar presente en esa juramentación.

Esa es la expresión irrevocable de la voluntad popular, que ningún show mediático, ninguna campaña en las redes, ningún aquelarre de viejos figurones de la política latinoamericana, ni la ignorancia y prepotencia de Donald Trump y sus cañoneras van a poder derrotar.

El caribe

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