Turismo de lujo dominicano: nueva estrategia para la diversificación

Por Magaly Toribio

El turismo mundial atraviesa una profunda transformación en los últimos años: los viajeros más pudientes ya no buscan en su diario vivir solo objetos de lujo, sino experiencias que les devuelvan el sentido de lo auténtico. Los bolsos y relojes han cedido su protagonismo a los destinos turísticos y vivencias únicas. Viajar se ha convertido en el nuevo símbolo de estatus. Así lo confirma el prestigioso diario The Economist al señalar que, mientras las ventas de bienes personales de lujo caerán este año entre un 2 % y un 5 %, el gasto en hoteles y viajes de lujo crecerá más de un 60 % para el 2028. La riqueza, parece, ya no se mide por lo que se tiene, sino por lo que se vive.

En el reciente Foro sobre Turismo Sostenible organizado por la Asociación Dominicana de Empresas Turísticas e Inmobiliarias (ADETI), Francesca Ranieri —CFO del Grupo Punta Cana y presidenta de la Cámara Americana de Comercio (AMCHAMDR)— fue contundente: “El turismo de lujo no es un modelo de élites, sino una palanca de desarrollo inclusivo, si lo sabemos diseñar”. Su planteamiento invita a ver este segmento no como exclusión, sino como oportunidad: un turismo que genera empleos especializados, impulsa proveedores locales y eleva los estándares del país ante los ojos del mundo.

Este nuevo viajero, explica Ranieri, busca privacidad, gastronomía de excelencia, servicio personalizado y conservación ambiental. En otras palabras, busca destinos que respiren autenticidad, equilibrio y propósito. La sostenibilidad es, cada vez más, parte del verdadero lujo.

A pesar de la incertidumbre económica y las tensiones geopolíticas, el segmento premium mantiene la rentabilidad del sector turístico a nivel mundial. El informe The State of Tourism and Hospitality 2024 de McKinsey & Company señala que el crecimiento más acelerado del turismo de lujo proviene, sorprendentemente, del segmento de los viajeros aspiracionales: personas con patrimonios entre 100.000 y 1 millón de dólares, muchas de ellas jóvenes, que gastan una proporción creciente de su riqueza en experiencias únicas. Este grupo representa ya el 35 % del mercado global de viajes de lujo.

De su lado, los viajeros de alto, muy alto y ultra alto patrimonio siguen prefiriendo destinos exóticos, privacidad extrema y servicios personalizados, pero con un creciente interés en la sostenibilidad y el contacto local. En ese cruce entre exclusividad y conciencia, se redefine el verdadero lujo contemporáneo.

 McKinsey estima que el gasto global en hospitalidad de lujo superará los 390 mil millones de dólares en 2028, frente a los 239 mil millones de 2023. En Chase Travel (de JPMorgan Chase), las reservas de vuelos en primera clase crecieron más del 20 % entre junio y agosto 2025. Además, se prevé la entrega de 820 jets privados en 2025, un aumento del 7,3 %, según la consultora aeronáutica IBA.

En este contexto, la República Dominicana busca dar un salto cualitativo: pasar de ser un destino de turismo masivo a uno capaz de seducir también al viajero de alto nivel. La llegada de inversiones internacionales como The Ritz-Carlton, Four Seasons, The St. Regis, Amanera y  Eden Roc, y nacionales como el Tortuga Bay,  junto a más de 4800 habitaciones de esta categoría que entrarán en operación en los próximos dos años, confirman que el país inicia una nueva etapa para captar viajeros de alto poder adquisitivo.

Sin embargo, el reto no es solo atraer inversiones, sino garantizar que este modelo preserve la esencia dominicana: la hospitalidad genuina, el talento humano y la belleza natural que han hecho del país un referente caribeño.

El crecimiento de este segmento también conlleva riesgos. McKinsey advierte que la expansión acelerada de la oferta podría replicar los errores del sector de la moda: la pérdida de exclusividad y la masificación. La consultora prevé que las habitaciones de lujo pasarán de 1.8 millones a casi 2.2 millones en el mundo, en 2030.

La clave, como demuestran modelos exitosos como Hermès o el Rocco Forte Group, no está en multiplicar la oferta, sino en mantener el toque humano, la personalización del servicio y la autenticidad del relato de marca. En el Brown’s Hotel de Londres, el portero aún saluda al huésped por su nombre: ese toque humano es, quizás, la esencia del lujo moderno.

Nuestro país tiene la oportunidad de crear su propio sello de lujo caribeño, fusionando sofisticación con identidad. El lujo dominicano no necesita ser importado. Puede expresarse en un hermoso atardecer sobre una playa de Samaná, una exquisita cena  preparada por un chef de prestigio en playa Esmeralda, Miches, un retador torneo de golf frente al mar Caribe en Punta Cana o una villa decorada con artesanía local en La Romana.

Entiendo, por mis más de 30 años en la industria de la hospitalidad y el turismo, que en nuestro caso, ambos modelos —el turismo tradicional y el de lujo— pueden coexistir, siempre que se planifique y especialice la oferta. Mientras el turismo de masas puede seguir siendo el principal motor económico, el turismo de lujo puede convertirse en su mejor aliado: un laboratorio de innovación, sostenibilidad y excelencia. Uno aporta volumen, el otro valor. Uno genera cifras, el otro prestigio.

Los nuevos destinos: Miches y Punta Bergantín, así como las nuevas inversiones hoteleras, están llamados a concentrar sus esfuerzos en crear una oferta de lujo que satisfaga las necesidades de este exclusivo segmento de mercado.

El lujo del futuro no será lo que deslumbre, sino lo que conmueva. Y si algo tiene la República Dominicana, es precisamente eso: la capacidad de sorprender y provocar grandes emociones.

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