Un país abierto y generoso con los inmigrantes

Teófilo Quico Tabar

La Restauración y la celebración de la coronación de la Virgen de la Altagracia me llevan a reflexionar en el sentido de que ningún país con costumbres y tradiciones acepta de buen gusto que los visitantes de otras nacionalidades se comporten diferentes o pretendan cambiarlas. Sobre todo, si estos llegan sin cumplir los procedimientos que los protocolos establecen. Así sucede en cualquier parte del mundo. Y eso ha sido causa de muchos malestares que han generado situaciones de conflictos en varios países, incluso del llamado mundo desarrollado.

Porque en todas las épocas y por diversas razones, las personas se han visto en la necesidad de emigrar a otras latitudes. Ya sea en busca de trabajo, en procura de paz, de libertad política o religiosa, o tratando de elevar sus niveles de educación, económica o de oportunidades.

Por ejemplo: muchos de los inmigrantes de origen árabe que llegaron a principio del siglo pasado procedentes fundamentalmente de Siria, Palestina y el Líbano, lo hicieron por algunas de esas razones que señalamos anteriormente.

Por la situación que imperaba en esa época en el Medio Oriente, bajo el dominio del Imperio Otomano (Turquía). Muchos jóvenes eran llamados al ejército y participar en guerras que para ellos no tenía sentido, teniendo en cierta forma que aceptar las normas musulmanas, siendo la mayoría de ellos cristianos, lo que obligó a muchos de nuestros abuelos y padres a emigrar hacia donde pudieran encontrar paz y desarrollarse libremente.

Cuando llegaron al país por barco, con sus pasaportes turcos y fueron aceptados en el país, se integraron a las costumbres dominicanas. Se aplatanaron y comenzaron a participar en todas las actividades hasta hoy día. Por esa razón se les dice turcos a los árabes o descendientes, la mayoría de las veces de forma amigable. Igualmente ha ocurrido con muchos inmigrantes de diferentes nacionalidades.

El caso de los inmigrantes haitianos hay que analizarlo desde otra óptica. Pues además de que todavía influyen las confrontaciones históricas, se trata de una isla compartida por dos naciones con costumbres bastante diferenciadas y de no fácil o rápida adaptación. Agravado porque ellos ocuparon nuestro territorio.

Muchos dominicanos van a otros territorios. En algunos casos, si no tienen niveles educativos ni de comportamientos sociales similares al promedio de los habitantes de los países donde emigran, son vistos con cierto resquemor o distanciamiento. Pero cuando sus niveles educativos y de comportamiento son similares o muestran todo su brillo, desaparecen o disminuyen los problemas.

Porque cada país es libre y soberano para aceptar ciudadanos de otras latitudes, si cumplen con las normas establecidas. Por eso hay que aclarar, difundir y lograr que el mundo, que nos tiene bajo la mirada, lo entienda. Debemos demostrarles que no se trata de un sistema que pueda catalogarse de persecutor, si no, con normas claras que deben regir para que los ciudadanos extranjeros, no importe la nacionalidad, deban cumplir.

Pero hay que corregir los errores y debilidades. Fortalecer y reordenar el régimen migratorio a tono con las circunstancias y lograr que la comunidad internacional colabore en ese sentido. Porque este ha sido y es un país abierto y generoso con los inmigrantes.

Publicado originalmente en Hoy

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