Una fiesta musulmana habitualmente alegre recuerda a las familias en Gaza la crueldad de la guerra

DEIR AL-BALAH, Franja de Gaza, 15 junio — El verano pasado, los palestinos de la Franja de Gaza celebraron la fiesta musulmana del Eid al-Adha como se supone que debe ser: con grandes banquetes en familia, compartiendo carne con los menos afortunados y con ropa nueva y regalos para los niños.

Pero este año, tras ocho meses de una devastadora guerra entre Israel y Hamás, muchas familias tomarán comida enlatada en precarias tiendas de campaña. No hay apenas carne o ganado vivo en los mercados locales, ni dinero para comprar caprichos o regalos. Solo hay guerra, hambre y miseria, sin un final a la vista.

“Este año no hay Eid”, dijo Nadia Hamouda, cuya hija murió en la guerra. Hace meses que huyó de su casa en el norte de Gaza y ahora vive en una tienda de campaña en Deir al-Balah, en el centro del sitiado enclave. “Cuando oímos la llamada a la oración, lloramos por los que perdimos y por las cosas que perdimos, y lo que nos ha ocurrido y por cómo vivíamos antes”.

Musulmanes de todo el mundo celebrarán durante cuatro días el Eid al-Adha, o Fiesta del Sacrificio, a principios de la próxima semana. Conmemora la voluntad del profeta Ibrahim a sacrificar a su hijo, Ismail, según relata el Corán. En las tradiciones judía y cristiana, a Abraham se le pide que sacrifique a su otro hijo, Isaac.

Gaza era ya un territorio empobrecido y aislado antes de la guerra, pero la gente se las arreglaba para celebrar la fiesta colocando adornos de colores, sorprendiendo a los niños con golosinas y regalos y comprando carne o sacrificando a un animal para compartir con los que menos tenían.

“Era un verdadero Eid”, señaló Hamouda. “Todo el mundo estaba feliz, incluso los niños”.

Ahora, gran parte de Gaza está en ruinas y la mayoría de sus 2,3 millones de habitantes han huido de sus hogares. Tras la sorpresiva incursión de Hamás sobre el sur de Israel el 7 de octubre, en la que los insurgentes mataron a unas 1.200 personas y tomaron a otras 250 como rehenes, Israel lanzó una masiva ofensiva terrestre y aérea sobre el enclave.

La guerra se ha cobrado la vida de más de 37.000 palestinos, según el Ministerio de Salud, gestionado por Hamás. Además, destruyó la mayor parte de la producción agrícola y de alimentos de la Franja, por lo que la población depende ahora de una ayuda humanitaria que se ha visto restringida por Israel y por los continuos combates.

Las agencias de Naciones Unidas advirtieron que más de un millón de personas — casi la mitad de la población — podría padecer el nivel más alto de inanición en las próximas semanas.

A principios de mayo, Egipto cerró el paso fronterizo con la ciudad sureña de Rafah luego de que Israel capturó el lado palestino de la frontera, sellando la única vía de entrada y salida del territorio. Esto supone también que prácticamente ningún palestino de Gaza puede realizar la peregrinación anual del haj, en Arabia Saudí, que precede al Eid.

Ashraf Sahwiel, uno de los cientos de miles que huyó de la Ciudad de Gaza al inicio de la guerra y que vive también en una tienda de campaña, no tiene idea de cuándo podrá regresar, o de su podrá hacerlo.

“Ni siquiera sabemos qué ha ocurrido con nuestras casas, si podremos volver a vivir en ella, o si será posible reconstruirlas”, afirmó.

Abdelsattar al-Batsh contó que él y su familia de siete miembros llevan desde que estalló la guerra sin comer carne. Un kilo (dos libras) de carne cuesta 200 shekels (unos 50 dólares). Una oveja viva, que antes costaba solo 200 dólares, ahora vale 1.300, cuando las hay.

“Hoy solo hay guerra. No hay dinero. No hay trabajo. Han destruido nuestras casas. No tengo nada”, dijo al-Batsh.

Iyad al-Bayouk, propietario de una granja ganadera, ahora cerrada, en el sur de Gaza, apuntó que la grave escasez de ganado y piensos debido al bloqueo israelí ha incrementado los precios. Algunas granjas de la zona se han convertido en albergues.

Por su parte, Mohammed Abdel Rahim, que lleva meses refugiado en las instalaciones de una de esas granjas vacías en el centro del enclave, dijo que las condiciones eran especialmente malas en invierno, cuando olía a animales y estaba infestada de bichos. Con la llegada del calo, el piso se secó y es más llevadero, añadió.

Abdelkarim Motawq, otro desplazado desde el norte de Gaza, solía trabajar en la industria cárnica local, por lo que antes de las fiestas estaba muy ocupado. Este año, su familia apenas puede permitirse arroz y frijoles.

“Ojalá pudiera volver a trabajar”, manifestó. “Era una temporada de mucho trabajo para mi, durante la cual traía dinero a casa y compraba comida, ropa, frutos secos y carne para mis hijos. Pero hoy no queda nada”.

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