Una historia compartida
Eduardo García Michel
La Embajada de España acaba de publicar el libro Una Historia Compartida, rico en contenido y bello en la forma, en el cual se destaca la contribución de aquella nación al desarrollo de la República Dominicana. Aparte de los españoles ha habido otros grupos étnicos que también han contribuido a la caracterización de nuestra nacionalidad.
Entre los autores citados en la obra Manuel García Arévalo y Francis Pou afirman que «el primer contingente significativo de pobladores canarios se produjo hacia mediados del siglo XVII, como forma de contribuir a la defensa de Santo Domingo. Con este grupo ascendente a 543 personas se fundó, en 1694, la Villa Nueva de San Carlos de Tenerife».
Rubén Silié estima que entre 1684 y 1764 llegaron unos 4,137 canarios e introdujeron costumbres y tradiciones como «el carabiné, la poesía, décimas, cantos de cuna, bordados, tejidos, gastronomía (sancocho y gofio), raspaduras, frutas almibaradas y bienmesabe, alfarería (tinajeros), la cestería».
Fray Vicente Rubio señala que «durante el reinado de Fernando VI se inicia la labor de repoblación (luego del daño causado por las devastaciones de Osorio). Reaparecen poblaciones antiguas como Puerto Plata (1736), San Fernando de Montecristi (1749), y San Juan de la Maguana (1757). Y se crea Santa Bárbara de Samaná (1756). Carlos III continuará esta política repobladora: Sabana de la Mar (1760). San Rafael de la Angostura (1761). Baní (1764). Santa Cruz de Neiba (1765). San Gabriel de las Caobas (1768). San Joaquín de Dajabón (1768). San Miguel de la Atalaya (1768)».
Según Fray Vicente «casi todas estas poblaciones fueron creadas en proximidad a la entonces frontera trazada entre la parte francesa y la parte española de nuestra isla. Sin duda, queríase con ello fortificar con buen contingente de habitantes hispanos la línea fronteriza para la mayor seguridad de ella».
Como se sabe, buena parte de esos territorios dejaron de pertenecer a nuestra nación por ocupación realizada por los haitianos.
Bruno Rosario Candelier atisba el nacimiento del sentido nacional ya en el siglo XVIII. Dice: «No es obra del azar que fuera Luis José Peguero el primer criollo nacido, criado y educado en la isla de la Española en usar el gentilicio dominicano en su producción poética para identificar a los nativos de esta isla…en el siglo XVIII, pues, el país dominicano no era un Estado autónomo, sino un territorio colonial de España, pero para esa época éramos ya una nación con sentimientos de patria…».
En un reciente opúsculo publicado por el AGN, Joan M. Ferrer afirma que: «La resistencia a las despoblaciones (1606) da cuenta de la aparición de una conciencia colectiva y constituye, si se quiere, el germen de una cosmovisión criolla que fue prefigurando, de ahí en más, el ethos de los dominicanos».
García Arévalo y José del Castillo anotan que «La inmigración española a la República Dominicana no tuvo una connotación cuantitativa, sino que más bien fue notable por su naturaleza cualitativa». Estos grupos se dedicaron a actividades diversas y se establecieron definitivamente en el país.
Los autores citados ponen de relieve que «La presencia española constituye uno de los componentes sociales, económicos y culturales más significativos de la sociedad dominicana contemporánea, ya que la acción constructiva de los inmigrantes permeó todas las instancias de la vida nacional… que van desde motorizar la esfera económica, así como su incidencia en el desarrollo urbano con sus modernas edificaciones, hasta fomentar la religiosidad, la enseñanza, la política, las artes…».
Un caso especial, destacado por Francis Pou de García, es el de la llegada entre 1955 y 1956 de 4,131 inmigrantes españoles, que se instalaron en Baoba del Piñal, Vallejuelo, Dajabón y Constanza, entre otros ámbitos.
Francis acoge el testimonio de un agricultor dominicano del valle de Constanza: «Los españoles, tanto los que vinieron solos como los que llegaron con sus familias, nos han ofrecido un ejemplo con su trayectoria de vida y sus buenas costumbres, así como por la laboriosidad de sus mujeres, quienes también han enseñado a las jóvenes de estos lugares a hacer manualidades propias de las artesanías, mientras que los hombres hemos aprendido a trabajar incansablemente y a aprovechar mejor las tierras».
Somos un país de inmigrantes que fueron recibidos con los brazos abiertos de acuerdo con las necesidades de cada época, asimilaron nuestras costumbres y transformaron nuestra sociedad y cultura. Entre quienes estaban y los que llegaron se fue construyendo la nación dominicana que mantiene el derecho a decidir a quienes acoge en su territorio y a quienes no conviene hacerlo.
Somos un país de inmigrantes que fueron recibidos con los brazos abiertos de acuerdo con las necesidades de cada época, asimilaron nuestras costumbres y transformaron nuestra sociedad y cultura. Entre quienes estaban y los que llegaron se fue construyendo la nación dominicana que mantiene el derecho a decidir a quienes acoge en su territorio y a quienes no conviene hacerlo.
Diario Libre