Una película antifascista en un momento fascista

Por Michelle Goldberg

The New York Times

Columnista de Opinión

Una batalla tras otra, la magnífica nueva película de Paul Thomas Anderson, llegó a los cines la semana pasada, pero se filmó en el Estados Unidos anterior al regreso de Donald Trump. Al verla, no dejaba de preguntarme si una película tan abiertamente antifascista podría producirse en este momento en Hollywood.

La película, un thriller político impregnado de humor absurdo, tiene varias escenas que podrían haber parecido imaginativamente distópicas cuando se filmaron, pero ahora parecen tomas descartadas de un noticiero. Su villano, un militar llamado Steven Lockjaw, es un fanático antimigración que asedia una ciudad santuario con el deshonesto pretexto de luchar contra los cárteles. La película plantea la existencia de una camarilla nacionalista blanca en los niveles más altos del poder estadounidense —con el divertido nombre del Club de los Aventureros Navideños— cuya retórica no es muy diferente de la de Trump. “Nuestro objetivo y el tuyo son el mismo”, le dice un miembro a Lockjaw, quien aspira a unirse a ellos. “Encontrar lunáticos peligrosos, odiadores y gentuza y detenerlos. No más lunáticos”.

Una batalla tras otra ha recibido reseñas entusiastas, y los críticos tienen razón: es la mejor película nueva que he visto en años. El éxito artístico del filme no debería reducirse a su política. Pero en un momento en el que un gobierno autocrático intenta someter a las instituciones culturales, resulta estimulante ver una película de Hollywood tan intrépida en sus convicciones progresistas. Una batalla tras otra tiene un discurso complejo sobre la violencia política de izquierda y el radicalismo interesado, pero se posiciona claramente en la lucha más amplia entre el autoritarismo y la resistencia.

La película de Anderson se inspira libremente en Vineland de Thomas Pynchon, un libro protagonizado por antiguos hippies y militantes de la década de 1960 a la deriva en el Estados Unidos de Ronald Reagan. Sitúa la historia en el presente, una decisión arriesgada. Se supone que debemos aceptar que existía una célula revolucionaria de izquierda al estilo de la organización Weatherman llamada los French 75, que operaba aproximadamente en 2008 o 2009. Esta cronología contemporánea crea algunos anacronismos discordantes; la estética radical chic y las fantasías milenaristas de los French 75 no encajan en los primeros años de Obama. Pero a medida que la película avanza y retoma la cuestión de por qué vale la pena luchar en un momento de derrota y desilusión, deja de parecer disonante.

Al igual que Vineland, Una batalla tras otra tiene como núcleo una especie de triángulo amoroso. Los French 75 están liderados por una glamurosa militante negra llamada Perfidia, interpretada por Teyana Taylor, cuyo nombre es una pista poco sutil sobre su personaje. Leonardo DiCaprio interpreta al experto en explosivos del grupo y amante de Perfidia. Cuando comienza la película, están liberando un campo de detención de migrantes dirigido por Lockjaw. Perfidia toma por sorpresa al oficial, y lo deja atado, humillado sexualmente y peligrosamente obsesionado.

Tras este prólogo, la película da un salto de 16 años, donde el personaje de DiCaprio vive aislado en el norte de California con la hija que tuvo con Perfidia, bajo los nombres falsos de Bob y Willa Ferguson. Al creer que Willa podría ser suya —lo que de ser cierto podría frustrar sus ambiciones— Lockjaw va tras ella. A partir de ahí la película es una persecución, mientras Bob intenta salvar a su hija con la ayuda de lo que queda de una resistencia radical.

Con su retrato mayormente empático de los antiguos revolucionarios, Una batalla tras otra estaba destinada a enfurecer a los conservadores, especialmente después del asesinato de Charlie Kirk y el ataque de un francotirador a una oficina del ICE en Dallas. “Anderson provoca intencionalmente la sed de sangre de sus cofrades progresistas”, escribió un furioso Armond White en National Review, al calificar la película como “la más irresponsable del año”.

Esta es una simplificación excesiva de la actitud de Anderson hacia la violencia. Como casi todas las películas de acción, Una batalla tras otra hace un fetiche de las armas y las explosiones; la imagen de Perfidia disparando una ametralladora, con su vientre hinchado de embarazada expuesto sobre su uniforme, parece destinada a convertirse en un icono. Pero Perfidia no es una heroína. La película deja claro que le atrae el caos. Traiciona a sus camaradas y luego abandona a su familia, y envuelve su egoísmo en clichés liberales. “Me pongo a mí misma en primer lugar y rechazo tu falta de originalidad”, le dice a Bob al salir por la puerta.

El grupo de los French 75 es un fracaso que atormenta las vidas de los que lo sobrevivieron. Cuando volvemos a encontrarnos con Bob después de 16 años, es un tipo paranoico, drogado y un poco payaso. En una película más trillada, desplegaría su talento para los explosivos para rescatar a Willa. Pero Una batalla tras otra está lejos de ser una glosa izquierdista de Búsqueda implacable con Liam Neeson. Bob es heroico en su amor por su hija, pero eso no lo hace competente. En uno de los momentos más divertidos de la película, busca ayuda en una línea telefónica clandestina radical, pero, con el cerebro cocido por las drogas, no puede recordar la respuesta a una críptica pregunta de seguridad. (“Quizá deberías haber estudiado un poco más los textos de la rebelión”, le dice su interlocutor purista).

Pero si Una batalla tras otra no celebra la violencia revolucionaria, tampoco condena los objetivos por los que lucharon los French 75. De hecho, celebra a quienes mantienen vivas las esperanzas radicales en silencio. Su personaje más cautivador es Sergio St. Carlos, interpretado por Benicio del Toro, un maestro de karate que dirige una red secreta para migrantes indocumentados, y quien se mueve a través del caos de la película con una serenidad búdica.

Hay algo subversivo, en el mejor sentido posible, en la visión de la película sobre el bien y el mal. La misma semana que se estrenó, el gobierno publicó un memorando de seguridad nacional en el que denunciaba los movimientos que “presentan los principios fundacionales estadounidenses (por ejemplo, el apoyo a la aplicación de la ley y el control de las fronteras) como ‘fascistas’ para justificar y alentar actos de revolución violenta”. Ver Una batalla tras otra se siente liberador en parte porque no tiene en cuenta todos los nuevos tabúes que Trump y sus aliados intentan imponernos. La película difícilmente podría ser más relevante en el Estados Unidos de Trump, pero lleva consigo los supuestos de un país mejor.

Michelle Goldberg ha sido columnista de opinión desde 2017. Es autora de varios libros sobre política, religión y derechos de las mujeres y formó parte de un equipo que ganó un Premio Pulitzer al servicio público en 2018 por informar sobre el acoso sexual en el lugar de trabajo.

The New York Times

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