Xi no puede confiar en sus propios militares
Por Phillip C. Saunders y Joel Wuthnow
The New York Times
Saunders y Wuthnow son expertos en el ejército chino en la Universidad Nacional de Defensa en Washington.
Se cree que el presidente de China, Xi Jinping, ordenó a sus fuerzas armadas que estén preparadas para invadir Taiwán en 2027, si fuera necesario, lo que aumenta el espectro de un conflicto militar catastrófico en los próximos años que casi inevitablemente involucraría a Estados Unidos.
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Sin embargo, la purga que Xi está haciendo con sus altos mandos militares pone en duda ese plazo; y a largo plazo, pone en duda que pueda confiar en sus generales para librar con éxito una guerra.
En los dos últimos años, se ha destituido a dos ministros de Defensa y a un gran número de altos oficiales del Ejército Popular de Liberación, incluyendo a los máximos dirigentes de la Fuerza de Misiles, que controla las armas nucleares de China.
Siguen rodando cabezas, incluyendo, según informes recientes, una de las destituciones de más alto perfil hasta la fecha: la del general He Weidong, el segundo oficial de mayor rango del país, quien le reportaba directamente a Xi y ha estado profundamente implicado en la planificación de una hipotética invasión de Taiwán.
Es imposible saber con certeza si estas destituciones están relacionadas con la corrupción —un problema persistente y grave en el Ejército Popular de Liberación—, con diferencias ideológicas o con otros motivos. Sin embargo, el tumulto genera serias dudas sobre la competencia y fiabilidad de los mandos militares de Xi. Es probable que esto debilite su sed de guerra, ofreciendo a Taiwán y a Estados Unidos tiempo para reforzar sus defensas.
No hay duda de que el ejército chino ha avanzado mucho. Otrora anticuado, hoy es la mayor fuerza armada del mundo, a la altura de la de Estados Unidos en poderío aéreo, naval y de misiles. El ejército chino lleva años ensayando una invasión o un bloqueo de Taiwán —incluyendo las maniobras realizadas a principios de abril— y está resolviendo algunos de los problemas que plantea el transporte de decenas de miles de soldados a través del estrecho de Taiwán.
Pero el armamento y la logística no garantizan la victoria por sí solos. La eficacia militar depende en gran medida del liderazgo en el campo de batalla: comandantes experimentados capaces de tomar decisiones difíciles, rápidamente, en medio del caos del combate. China no ha librado una guerra desde 1979, y la generación actual de oficiales chinos, a diferencia de sus homólogos estadounidenses y rusos, no tiene experiencia en el campo de batalla, un hecho que el propio Xi ha lamentado.
El problema más profundo —enfatizado por la agitación interna— es que es posible que Xi y el Partido Comunista de China ni siquiera tengan un control firme sobre su ejército.
A diferencia del ejército estadounidense, cuyo personal jura lealtad a la Constitución y se supone que es apolítico, el Ejército Popular de Liberación es el ejército del Partido Comunista de China. Sus oficiales juran lealtad al partido —del que son miembros— y reciben órdenes de Xi como jefe del partido y presidente de su poderosa Comisión Militar Central. En teoría, deberían estar bajo el firme control del partido, pero no es así.
El Ejército Popular de Liberación, con sus fuerzas combinadas de ejército, marina y fuerza aérea, ocupa una posición poderosa en China. Esto fue inmortalizado por Mao Zedong, quien dijo: “El poder político surge del cañón de un arma”. El estatus del ejército dio lugar a que los líderes del partido le concedieran un alto grado de autonomía para garantizar la lealtad de los generales, permitiéndole, en esencia, vigilarse a sí mismo.
Con el paso de los años, a medida que el gasto militar chino se disparaba, también lo hacían las oportunidades de corrupción. Los dirigentes del partido, algunos de los cuales fueron acusados de ser corruptos, a menudo miraban hacia otro lado. Sin embargo, cuando Xi asumió el poder en 2012, inició una campaña contra la corrupción en todo el partido que acabó con los altos mandos militares corruptos o potencialmente desleales. También realizó la mayor reestructuración de las fuerzas armadas desde Mao.
La larga purga indica que sigue luchando por afianzar el control.
La mayoría de los despidos recientes parecen estar relacionados con la corrupción. No obstante, al igual que sus predecesores, Xi necesita el respaldo de los militares para mantener su control del poder y solo puede llegar hasta cierto punto en su ataque a su cultura de corrupción. Para ilustrar la complejidad del problema, los que han caído en los últimos dos años han sido sus propios designados.
La corrupción socava de formas importantes la preparación militar. Puede impulsar el ascenso de oficiales más hábiles para recibir sobornos que para dirigir soldados y conducir a la compra de equipo de calidad inferior. Un informe publicado el año pasado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos sugería que la corrupción en la Fuerza de Misiles de China podría haber sido tan grave que algunos silos de misiles necesitaban reparaciones.
Quizá lo más importante sea que la oleada de despidos puede significar que Xi no puede confiar plenamente en lo que le dicen sus asesores militares sobre lo preparada que está China para la guerra. El caso del general He, en particular, genera dudas respecto a Taiwán, una isla autogobernada que China reclama como territorio propio. Como antiguo jefe del Mando del Teatro Oriental, el general He fue responsable de la planificación de una posible invasión de Taiwán hasta que Xi lo ascendió en 2022 a vicepresidente de la comisión militar, donde fue el principal asesor del líder chino en una campaña contra Taiwán.
Todo esto se suma a otro problema clave común en los ejércitos de los países autocráticos: la interferencia política. Los oficiales y soldados chinos dedican un tiempo considerable al adoctrinamiento político, incluyendo el estudio de los discursos de Xi. Los comisarios políticos, siempre presentes, se aseguran de que se sigan las órdenes del partido, lo que puede desacelerar la toma de decisiones e inhibir la iniciativa individual. En contraste, en los países democráticos los oficiales tienen más libertad para tomar sus propias decisiones y aprender de sus errores.
Nada de esto significa que Taipéi o Washington puedan permitirse ser autocomplacientes. El enorme ejército chino luchará si se le ordena, aunque no esté totalmente preparado, en especial si China percibe que Taiwán se acerca a la independencia absoluta.
Pero es probable que Xi no esté dispuesto a luchar. La desastrosa invasión de Ucrania por el presidente ruso Vladimir Putin demostró al mundo que el poderío militar por sí solo no garantiza la victoria sobre un enemigo más pequeño que está decidido y no cede. Gane o pierda, una guerra con Taiwán podría devastar la economía china —que ya se enfrenta a una desaceleración del crecimiento y a fuertes aranceles comerciales estadounidenses— y un fracaso militar podría amenazar la permanencia de Xi en el poder.
Taiwán debería aprovechar este momento para aumentar de manera radical el gasto en el tipo de armas que son especialmente útiles para repeler una invasión, como los misiles de crucero antibuque, las minas marinas y los drones. Estados Unidos debería desplegar más misiles de largo alcance y otros tipos de armas en la región para disuadir un ataque chino contra la isla. También podría aprovechar el ingenio militar estadounidense ideando formas innovadoras de frustrar una invasión que aprovechen la falta de experiencia de los mandos chinos y su incapacidad para responder rápidamente a situaciones imprevistas.
Actualmente, el mayor riesgo es que el miedo y la tensión avivados por el comportamiento y el lenguaje agresivos de China conduzcan a un error de cálculo y a la guerra. Las amenazas de China continuarán. Pero los dirigentes de Taiwán y Estados Unidos no deben reaccionar de manera exagerada, y deben reconocer que, en un futuro previsible, Xi no querrá enviar a un ejército plagado de escándalos al campo de batalla.
The New York Times