Yo era ejecutivo de seguros de salud. Lo que vi me hizo renunciar

Por Wendell Potter

The New York Times

Potter fue vicepresidente de Comunicación Corporativa de Cigna.

Dejé mi trabajo como ejecutivo de seguros médicos en Cigna tras sufrir una crisis de conciencia. Comenzó en 2005, durante una reunión convocada por el director general para informarles a los jefes de departamento sobre la última estrategia de la empresa: “consumismo”.

Los consultores de mercadeo crearon el término para persuadir a empresarios y legisladores de que hicieran recaer sobre los consumidores cientos, y en muchos casos miles, de dólares en costos de asistencia sanitaria antes de que entrara en vigor la cobertura del seguro. En aquella época, la mayoría de los estadounidenses tenían unas obligaciones de reparto de costos relativamente modestas: un deducible de 300 dólares, un copago de 10. Los defensores del “consumismo” sostenían que si los pacientes estuvieran más “involucrados en el juego” serían consumidores más prudentes de asistencia sanitaria, y los proveedores bajarían sus precios.

La presentación la dirigía un ejecutivo recién contratado. En el escenario, lo bombardearon a preguntas sobre cómo los planes con deducibles elevados podrían ayudar a los millones de estadounidenses con enfermedades crónicas y otras dolencias graves. Estaba muy claro que las compañías de seguros pagarían muchas menos reclamaciones, pero los costos de la asistencia sanitaria de muchos afiliados se dispararían. Tras unos 30 minutos de preguntas sin parar, me di cuenta de que tendría que adoptar este enfoque.

Y lo hice, durante un tiempo. Como jefe de comunicaciones corporativas de Cigna desde 1999 hasta 2008, fui responsable de desarrollar una campaña de relaciones públicas y presión política para persuadir a periodistas y políticos de que el consumismo sería la solución para las primas de seguro en constante aumento. Pero, gracias a mis propias investigaciones y al sentido común, sabía que los planes que exigían un importante reparto de costos serían estupendos para las personas adineradas y sanas —y para los accionistas de las aseguradoras—, pero potencialmente desastrosos para los demás. Y así ha sido. De los 100 millones de estadounidenses que se calcula que tienen deudas médicas, la gran mayoría tiene seguro médico. Pero sus planes son inadecuados para sus necesidades médicas, a pesar del continuo aumento de las primas año tras año.

Me sentí inquieto tras la reunión de la empresa. Pero fue necesaria una visita improvisada a una clínica médica gratuita, localizada cerca de donde crecí en las montañas del este de Tennessee, para enfrentarme cara a cara con las verdaderas consecuencias de nuestra estrategia consumista.

En una feria del condado de Wise, Virginia, vi a gente haciendo filas que se perdían de vista, esperando ver a médicos que estaban apostados en puestos de animales. Los organizadores del evento, de una organización sin fines de lucro llamada Remote Area Medical, me dijeron que de los miles de personas que acudían cada año a esta clínica de tres días, algunos tenían seguro médico pero no tenían suficiente dinero en el banco para cubrir sus gastos de bolsillo.

Eso me impactó hasta la médula. Me vi obligado a aceptar el hecho de que estaba desempeñando un papel protagonista en un sistema que hacía que personas desesperadas tuvieran que esperar meses o más para ser atendidas en establos de animales, o que se endeudaran profundamente por motivos médicos.

El trágico asesinato del director ejecutivo de UnitedHealthcare, Brian Thompson, ha revigorizado una conversación sobre un sector que antepone las ganancias a los pacientes, algo que mis antiguos colegas han tratado de suprimir durante mucho tiempo. A lo largo de 20 años trabajando en el sector de los seguros médicos, fui testigo de la implacable presión que los inversionistas ejercían sobre las aseguradoras para que gastaran menos en pagar las reclamaciones. La cantidad media que las aseguradoras gastaban en atención médica descendió de 95 céntimos por dólar de prima en 1993, el año en que me incorporé a Cigna, a aproximadamente 85 céntimos por dólar en 2011, después de que la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio restringiera cuánto pueden ganar las aseguradoras con las primas. Desde entonces, las grandes aseguradoras han comprado consultas médicas, clínicas e intermediarios farmacéuticos, en gran medida para aumentar sus beneficios.

Mientras tanto, las barreras a la atención médica son cada vez mayores. Es posible que las familias tengan que pagar hasta 18.900 dólares antes de que empiece a funcionar su cobertura. Las aseguradoras exigen autorizaciones previas de manera más agresiva que cuando yo era portavoz del sector, lo que obliga a los pacientes y a sus médicos a pasar por un laberinto de aprobaciones antes de someterse a un procedimiento, negándoles a veces el tratamiento necesario. Sin duda, el sector de los seguros no tiene la culpa de todos los problemas de nuestro sistema sanitario, pero sí de gran parte de ellos. (En respuesta a una solicitud de comentarios, Cigna dijo al Times que las opiniones de Potter no reflejan las de la empresa y que Cigna trabaja constantemente para mejorar su apoyo a los pacientes).

En Cigna, mi equipo de relaciones públicas y yo atendimos decenas de llamadas de periodistas que querían saber por qué la empresa se negaba a pagar la atención de un paciente. Mantuvimos muchas de esas historias fuera de la prensa, a menudo diciendo a los periodistas que las leyes federales de privacidad nos prohibían siquiera reconocer al paciente en cuestión y añadiendo que las aseguradoras no pagan la atención experimental o médicamente innecesaria, dando a entender que el tratamiento no estaba justificado.

Una de las historias que no pudimos evitar que se publicara, y que más contribuyó a mi decisión de abandonar mi carrera en 2008, fue la de Nataline Sarkisyan, una paciente de leucemia de 17 años de California cuyo trasplante de hígado programado se pospuso en el último minuto cuando Cigna dijo a sus cirujanos que no lo pagaría. La directora médica de Cigna, que se encontraba a más de 4000 kilómetros de Nataline, dijo que estaba demasiado enferma para la intervención. La familia de Nataline suscitó tanta atención mediática que Cigna cedió, pero ya era demasiado tarde. Nataline murió pocas horas después de que la empresa cambiara de opinión.

La muerte de Nataline me afectó de manera profunda y a nivel personal. Como padre, no podía imaginar la profundidad de la desesperación que enfrentaban sus padres. Presenté mi dimisión unas semanas después. No podía, en conciencia, seguir siendo vocero de una industria que estaba dificultando cada vez más que los estadounidenses recibieran una atención que a menudo salva vidas.

Uno de mis últimos actos antes de dimitir fue ayudar a planificar una reunión para inversionistas y analistas financieros de Wall Street, similar a la que UnitedHealthcare canceló tras el horrible asesinato de Thompson. Estos “días anuales del inversor”, como la idea del consumismo que ayudé a difundir, revelan una verdad incómoda sobre nuestro sistema de seguros sanitarios: que los accionistas, y no los resultados de los pacientes, tienden a impulsar las decisiones en las compañías de seguros sanitarios con fines de lucro.

The New York Times

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