CATALEJO: Perversión del sistema
Por ANULFO MATEO PÉREZ
De salvaje se ha calificado siempre la “acumulación originaria”, a la que Carlos Marx le dedicó un capítulo en El Capital, y describió como “prehistoria del capital”. En ese contexto, el estado burgués, a través de una legislación sanguinaria, obligó a las masas despojadas de los medios de producción, a aceptar la disciplina de las condiciones del trabajo asalariado.
El tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina, enarboló aquello de que “Mis mejores amigos son los hombres de trabajo”, para remachar con el acróstico de sus nombres y apellidos: “Rectitud, Lealtad, Trabajo y Moralidad”.
Nada nuevo. El Estado capitalista ya había impuesto leyes contra la “vagancia”, aplicando torturas tan brutales como la mutilación de miembros y la pena de muerte a todo aquel que estuviese sin trabajo.
Sin embargo, se trataba no sólo de obligar a trabajar a las masas despojadas de sus tierras, sino que un pequeño grupo se apropiaba del trabajo ajeno, apoyado en el Estado capitalista.
Por eso, el antropólogo francés Claude Meillassoux expresaba: “Lo importante no es lo que producen los hombres, sino la manera como lo producen”.
Esa forma de trabajar y producir, acumulando la riqueza en un polo, provoca -al mismo tiempo- miseria, sufrimiento, esclavitud, ignorancia, degradación mental en el polo opuesto.
Marx le llamó “teoría de la miseria creciente”, cuya realidad después de la I Guerra Mundial (1914-1918), y espantada la burguesía por la Revolución de Octubre, ha intentado aplicarle –sin éxito- las reformas sociales.
En el capitalismo, sobre todo en el Tercer Mundo, hay otra modalidad de “acumulación originaria” y multiplicación del capital, esta vez de parte de algunos vagos: desvencijando las arcas públicas. ¡Ahí está la mayor perversión!