Un llamado a la JCE

José Luis Taveras

Cuando se trata de poner control a las campañas la Junta Central Electoral ha sido tradicionalmente permisiva. Prefiere evitar que los partidos la acusen de autócrata que imponer el imperio de la ley.

El órgano electoral actual no ha hecho nada distinto; así, faltando casi un año para las elecciones presidenciales, vivimos un ambiente ya atestado de carga electoral. Las principales carreteras del país así lo atestiguan, las redes sociales lo corroboran y las encuestas retozan con la sensación.

Hace dos semanas, no sé si por ocio o por morbo, empecé a contar las vallas que a lo largo de la autopista Duarte exponen los rostros de candidatos «de hecho» a distintos niveles de elección. Llegué a 34. Me cansé.

El pretexto de los partidos con esta intempestiva propaganda es promover una supuesta jornada de afiliación de miembros. Cualquier ignorante sabe que eso es eufemístico porque la afiliación es a la organización política y no a los líderes. Los elementos que en todo caso debieran aparecer en esa publicidad son los signos distintivos de los partidos y no el rostro de un eventual candidato. ¿Puede la Junta Central Electoral ignorar esa razón? Y es que bastaría con tan poco, como mantener la publicidad -si no quiere comprometerse- pero prohibir la imagen de personas; sin embargo, el órgano electoral prefiere hacerse de la vista gorda, perdiendo, de esta manera, la autoridad.

Lo mismo puede decirse de los actos de masa que con banderas, bocinas, pancartas y consignas hacen ciertos partidos en las vías públicas en ocasión de fechas conmemorativas. Pero, además, ¿a quién pretende engañar el partido oficial con la presunta espontaneidad de personas que en los actos de inauguración del gobierno llevan pancartas alusivas a la reelección? El artículo 209 de la ley orgánica del régimen electoral es claro: «la celebración de los actos públicos realizados por las entidades estatales no podrá servir de escenario para la promoción de cualquiera de los candidatos postulados por los partidos, agrupaciones o movimientos políticos a las elecciones».

La anticipada campaña que para las elecciones municipales ya arropa a ciudades enteras con un carnaval de vallas y afiches, da cuenta de la omisión irresponsable de la Junta Central Electoral a un tema que debe legalmente concernirle. La ciudad de Moca, por citar un ejemplo emblemático, es una sola comparsa. Una visita del pleno no sería del todo ociosa.

La claridad del texto hace redundante cualquier explicación, así la ley orgánica del régimen electoral dispone: «El período de campaña se entenderá abierto desde el día en que se emita la proclama por parte de la Junta Central Electoral, y concluirá a las doce de la noche del jueves inmediatamente anterior al día de las elecciones» (artículo 165, 1). «No puede difundirse propaganda electoral ni realizarse acto alguno de campaña electoral fuera del período electoral definido por esta ley…» (artículo 179). Esas disposiciones, a pesar de su categórica redacción, no son más que declaraciones poéticas cuando el órgano regulador del sistema electoral no quiere ejercer su mandato legal.

Nuestro debate político es de por sí anodino, reactivo y emocional; desprovisto de planteamientos estructurales. Si a esa retórica se le suma un clima de agitación electoral, crearemos las condiciones para alentar la distracción que no necesitamos.

La nación precisa de ocupación productiva para superar los reveses derivados de la inflación global post Covid-19 y de las atenciones propias de nuestra agenda de desarrollo. La campaña electoral es perturbadora y perniciosa; no construye ni agrega valor. Es un festín de gastos y dispendios para crear percepciones e imágenes artificiales, de ahí que pocas de las cosas que se prometen o hacen en ella son verosímiles. Las pasiones propias del activismo electoral avivan, por su parte, confrontaciones, y no de ideas, sino de baratas descalificaciones, provocando ambientes emocionales tóxicos en una sociedad abatida por la politiquería. De manera que mientras más cortas, mejores.

Ya los entornos urbanos de algunas ciudades lucen abrumados por la publicidad electoral, cargando de estrés la vida colectiva como consecuencia de la contaminación visual. La Junta Central Electoral debe redimirnos de este temprano suplicio, por eso el llamado es urgente, directo y frontal: ¡paren eso!

Fuente Diario Libre

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