Putin creó un monstruo, y ahora no sabe cómo controlarlo

Por Colin P. Clarke

The New York Times

Clarke es director de investigación del Soufan Group.

Durante años, el enorme ejército privado de Yevgeny Prigozhin se encargó de implementar con discreción la política exterior rusa. La red de la fuerza Wagner, formada por miles de mercenarios rusos instalados en América Latina, Medio Oriente y África, ayudó al Kremlin a obtener recursos naturales y proyectar influencia en Estados fallidos y zonas de conflicto, además de permitirle al presidente ruso, Vladimir Putin, distanciarse convenientemente de las desagradables alianzas y tácticas despiadadas del grupo.

En Siria y Libia, los guerrilleros de Wagner apoyan a autócratas como Bashar al Asad y Jalifa Haftar a cambio de los beneficios que obtienen de las instalaciones de petróleo y gas que los mercenarios ayudan a proteger. En Madagascar y Sudán, Wagner aconseja a gobiernos cómo acallar protestas, inicia campañas de desinformación e interviene en las elecciones. En Mali y la República Centroafricana, las juntas militares confían a Wagner la seguridad del régimen mientras Wagner extrae oro, diamantes y madera y lleva a cabo campañas de contrainsurgencia contra grupos yihadistas afiliados a Al Qaeda y al Estado Islámico.

Pero el motín fallido de Prigozhin expuso la dependencia disfuncional de Rusia en Wagner y otras empresas militares privadas, lo que plantea interrogantes sobre el futuro de la influencia mundial rusa. La agitación ha hecho que el Kremlin se apresure a posicionar al Estado ruso para mantener la influencia y el flujo de dinero de Wagner, así como intentar disipar la idea del propio Putin de que el ejército de Prigozhin era una entidad autónoma. Días después del levantamiento malogrado, Putin proclamó que Wagner estaba financiado en su totalidad por el Estado ruso, con miles de millones de dólares.

Ahora que se dice que Prigozhin se encuentra en el exilio en Bielorrusia, Putin tiene varias opciones para hacer frente a los miles de mercenarios de Wagner repartidos por todo el mundo.

Es probable que ninguna de ellas resulte bien para Rusia.

En un discurso al país a principios de la semana pasada, Putin declaró que los combatientes de Wagner que no participaron en el intento de golpe de Estado estaban en libertad de firmar un contrato con el ejército ruso y quedar bajo el mando del Ministerio de Defensa (los que participaron podrían unirse a Prigozhin en el exilio bielorruso). Pero la orden de que los mercenarios de Wagner firmen un contrato con el Ministerio de Defensa ruso —una política que el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, intentó poner en marcha a principios de junio— fue uno de los principales factores que contribuyeron al intento de motín de Prigozhin y es poco probable que sea una elección popular entre sus combatientes.

Incluso si los guerrilleros de Wagner deciden unirse a las filas del ejército ruso en masa, no le será fácil a Moscú integrarlos. Las fuerzas de Wagner ya tienen una reputación bien merecida por su brutalidad, se les acusa de haber cometido crímenes de guerra y contra la humanidad en varios escenarios y hay bases para creer que torturaron, secuestraron y ejecutaron civiles.

Otra opción sería que Putin abandone las operaciones de Wagner en el extranjero como están e instale a un nuevo líder para que ocupe el lugar de Prigozhin. De esa manera, evitaría perturbar la agenda de política exterior de Moscú y convencería a los países que lo contratan de que Rusia sigue siendo un socio de fiar. La huella de Wagner en África es vasta, con actividades en curso en Camerún, Burkina Faso, Guinea Ecuatorial, Sudáfrica, Zimbabue y Kenia. Cuando, inmediatamente después del levantamiento fallido, se le preguntó al ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, qué pasaría con la presencia de Wagner en África, anunció que los “instructores” rusos seguirían trabajando en Mali y la República Centroafricana. Desde entonces, Rusia envió funcionarios a varios lugares donde opera Wagner para asegurar a esos gobiernos, incluidos Siria y Mali, que no se interrumpirá la ayuda rusa.

Sin embargo, esto también podría complicarse, dependiendo de lo profundas que sean las desavenencias entre Wagner y el Ministerio de Defensa. Si los mandos medios y los soldados rasos de Wagner siguen siendo leales a Prigozhin, puede que no funcione la instalación de una nueva figura con el sello del Kremlin. Prigozhin era venerado por los combatientes de Wagner, muchos de los cuales pueden sentirse molestos ante la perspectiva de un nuevo liderazgo o un cambio drástico en la cultura organizativa.

Por último, Rusia puede tratar de disolver a Wagner y dispersar a sus combatientes en ejércitos privados ya existentes. Patriot, un grupo vinculado a Shoigú, se considera un importante competidor de Wagner, con operaciones en Burundi, la República Centroafricana, Gabón, Siria y Yemen. La ENOT Corporation es otra empresa militar privada de Rusia, fundada por el nacionalista ruso Igor Mangushev, con algo de experiencia en el extranjero, pero es mucho menos influyente y experimentada que Wagner. Gazprom, el gigante energético ruso, también ha desarrollado su propio ejército privado, aunque está diseñado principalmente para proteger las infraestructuras de petróleo y gas contra ataques.

Ninguno de estos otros grupos rusos tiene la categoría de Wagner entre los nacionalistas rusos o los ciudadanos que apoyan la guerra en Ucrania ni la cartera de capacidades que hacen a Wagner indispensable para el Kremlin a la hora de llevar a cabo una amplia gama de actividades de política exterior.

Los expertos en el gobierno ruso se esfuerzan por predecir qué camino elegirá Putin, con señales contradictorias procedentes de los dirigentes rusos en los últimos días. Las garantías dadas por el gobierno ruso a los líderes de África y el Medio Oriente de que Moscú gestionaría las infraestructuras de Wagner parecen contradecir la liquidación más amplia que el Kremlin ha estado llevando a cabo en los últimos días.

En medio de los mensajes turbios, una cosa es clara: para un líder que ha trabajado de manera asidua para cultivar una imagen de estratega maestro, Putin no parece tener un plan para lo que sucederá con Wagner. Por el contrario, parece cada vez más vulnerable, tanto en casa como en su esfuerzo por mantener la influencia de Rusia en el extranjero. Es casi seguro que tendrá que luchar para controlar al monstruo que él mismo ayudó a crear.

Fuente The New York Times

Colin P. Clarke es el director de investigación del Soufan Group, una consultora de inteligencia y seguridad con sede en Nueva York.

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