Por si acaso
Apenas tenía tres días en protocolo del Palacio Nacional, con veinte años de edad, cuando fui al área de registro de leyes de la Consultoría Jurídica y solicité en voz alta: que yo necesitaba la ley de pompas fúnebres.
Una señora que estaba en semioscuridad con una lamparita encendida, me cuestiona desde lejos: ¿para que usted quiere esa ley? y mi respuesta fue “por si acaso”.
La señora que era abogada, muy conturbada se para y busca la legislación, le saca copia y me la entrega.
Al otro día inmediatamente llega el Jefe de Estado me mandan a buscar, el embajador Miguel Antonio Rodríguez Cabrer, pregunta que si no es a él que lo están llamando y le dicen que no, que a mí que vaya al Despacho. Cuando llego el capitán Lloro me está esperando, que pase y el presidente a boca de jarro me pregunta: porqué usted andaba buscando la ley de pompas fúnebres?.
Mi respuesta fue la misma que le había dado a la señora el día anterior: “por si acaso”. Me pregunta que por si acaso qué?. Por lo que le explico que si se moría un ministro o un director general yo tenía que saber qué ceremonial se iba a preparar. Entonces me cuestiona: no es por mi?. Le respondo que jamás, que como yo podía pensar que se iba a morir. Con una leve sonrisa, me dijo: que Dios te bendiga mi hijo y me retiré. La señora a la que yo le había preguntado el día anterior sobre la ley de pompas funebres, se fue a la casa del mandatario a comentar que yo estaba diciendo que el presidente se iba morir y que incluso fui a buscar la ley para preparar su funeral.
Pero las cosas de la vida son impresionantes. Como seis años después, yo estaba consultando mi cardiólogo en la clínica Abreu y llega una ambulancia con una joven accidentada con necesidad de una transfusión de sangre. El galeno va chequea y me dice es tu misma sangre y a ti yo no te tengo que hacerte análisis, ¿tú estaría dispuesto a donarle? Yo con mucho gusto fui y le transfundieron de mi brazo directamente al de la joven.
vEl médico de emergencia me pide que lo acompañara y le dice a la madre de la paciente, este joven fue que donó la sangre para salvar a su hija. La señora al verme se pone a llorar y me abraza. Resultó ser que la joven era hija de la misma señora que me había hecho la maldad de ir a la casa presidencial a decir algo que yo en ningún momento había expresado.
En la vida uno se encuentra a tantas personas que les encanta ejercer la maldad. Son infelices y viven su vida con mucha amargura. Mientras otros, siempre buscamos devolver esos daños con el bien y el amor. Dios siempre está sobre todas estas cosas.
Listín Diario