La mujer no se toca
Miguel Reyes Sánchez
En la primera mitad de la década de los ochentas, República Dominicana fue invitada a participar en una reunión sobre los problemas de los Estados insulares convocada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la ciudad de New York, a la cual asistió el entonces presidente de la República con su comitiva.
La delegación dominicana estaba conformada por el presidente de la República, los sendos secretarios de Estado de Relaciones Exteriores y de las Fuerzas Armadas, sus respectivas esposas y el embajador jefe de protocolo del Palacio Nacional.
En esa ocasión fue programada una visita al secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuellar.
Cuando la comitiva llegó a la sede del organismo multilateral la esperaba el representante dominicano ante esa institución y parte del personal de nuestra embajada.
El presidente y su señora suben primero con parte de la delegación y llegan al piso 45 donde se encontraba el despacho del secretario general, quien estaba esperándolos a la salida del ascensor.
En el segundo grupo que subiría estaba uno de los ministros con su esposa y el embajador. Cuando entraron al ascensor el funcionario y la esposa van discutiendo y este empuja a la señora. El embajador siempre decía que él no permitía que a ninguna dama se le maltratara delante de él, por lo que ni corto ni perezoso le propinó una trompada al ministro mientras el ascensor subía al piso ejecutivo.
Cuando se abrió el elevador ambos señores estaban un poco desaliñados por el altercado que habían escenificado en el ascensor y la fina señora llorando. Se arreglaron las vestimentas y entraron al salón del acto.
El embajador fue detenido por la seguridad presidencial, enviado al aeropuerto John F. Kennedy custodiado para que tomara el primer vuelo hacia Santo Domingo y luego fue destituido.
Apenas un año después del incidente, al producirse un cambio de gobierno, fue repuesto a la misma posición, pero cuando veía al entonces exministro en cada recepción diplomática, le mostraba el puño y el pobre hombre salía presuroso y temeroso de la actividad.
En una de esas recepciones en la residencia del entonces embajador del Perú en el país, Miguel de Barandarián, estábamos alrededor de la piscina y se encontraron de frente ambos personajes. El embajador hizo el amago de que iba a empujarlo a la piscina y el otro señor del espanto casi cae a la misma, incluso hasta el trago que tenía en sus manos rodó por el piso, ya que tenía la certeza de que ese hombre era capaz de eso y más.
Cuando se le preguntaba sobre el incidente en la ONU, siempre contaba con lujos de detalles y plena satisfacción que no permitió que ese funcionario, por más alto que fuera el cargo que ocupara, lastimara a una mujer delante de él, aunque fuera su esposa. Y terminaba el relato con la frase: “la mujer no se toca”.
Listín Diario