Costos sociales de la inflación
Daris Javier Cuevas.
El fenómeno de la inflación es algo enormemente complejo y ruidoso para la población consumidora y la opinión pública, la cual se profundiza a medida que los salarios, el poder adquisitivo y las tasas de interés registran fuertes alteraciones que trastornan el curso de la economía y genera incertidumbre entre los consumidores.
Y es que la inflación tiene distintas derivaciones negativas para el buen funcionamiento económico, fruto de que la inflación crea problemas en el instante y la dimensión menos deseados.
El fenómeno inflacionario se caracteriza por su complejidad y la forma misteriosa en que la misma se incuba y se manifiesta mediante consecuencias negativas indeseables que desfavorecen a los trabajadores, en particular a los que menos tienen.
Por tales razones, cuando la inflación se manifiesta dominante y progresiva esta situación se traduce en perjuicio de millones de individuos que conservan sus ahorros en efectivo en las diferentes entidades financieras.
El fantasma de la inflación impacta de manera desgarradora en el sector financiero por el hecho de que los depósitos bancarios remunerados son deteriorados por tasas de interés reales desfavorables o negativas, lo cual tienden a desestimular los ahorros.
Por igual, la complejidad y la incertidumbre que se derivan del flagelo de la inflación impulsa unas expectativas de desconfianza en el sentido de que los precios alcanzaran altos niveles y esto de por sí favorece un incremento del gasto actual, lo que en la práctica se traduce en un detrimento del ahorro, lo que significa la creación de un escenario de angustia e incremento de una situación de fragilidad ante acontecimientos desfavorables.
En tal contexto, las sesudas reflexiones del economista John M. Keynes lo llevaron a la conclusión de que la inversión estaba en función de las expectativas exógenas de las decisiones financieras sobre los futuros beneficios, derivada del comportamiento del sosegado optimismo que se tuviera hacia la disposición de invertir.
Pues se trata de que el brillante economista Keynes concebía que el gasto en inversión no estaba cónsono con la ganancia ni con el empleo, fuera a corto, mediano o largo plazo, sino que la decisión de invertir manifestaba las fluctuaciones o variaciones en el factor confianza que se generaba en la economía.
Obviamente que hay que ponderar el hecho de que los consumidores se resisten o enfrentan subidas de precios desconcertadas, que se cristalizan a través de discretas variaciones y que alteran según sea la dinámica del comercio y el tipo de bien. En este contexto, registrar los precios indudables de los bienes resultaría fabuloso, y transitar afanosamente en la comparación de precios es una tarea que carece de sentido.
La profundización del malestar inflacionario que aún predomina puede generar efectos mucho más graves que los que probablemente se derivan de un endurecimiento monetario que lo advierta.
Tal panorama desarrollaría un escenario forrado de incertidumbre, lo cual construiría un clima de entorpecimiento agudo para la operaciones de los negocios y desincentivar las decisiones de inversión física.
Pero cuando se produce una fragilidad en el poder adquisitivo esta se expresa en un deterioro de la capacidad de pagos de los deudores de las entidades bancarias, generando así un incremento de riesgo financiero, en particular, el riesgo de crédito.
Tal situación encuentra una explicación en la inestabilidad prolongada de precios, la cual es un factor fundamental que obstaculiza el potencial de crecimiento de la economía.
Corresponde al Estado a través de sus órganos calificados impulsar acciones efectivas para contrarrestar los fenómenos perturbadores que como la inflación desaceleran la estabilidad e incrementa la inestabilidad económica y social, por lo que se impone apelar al criterio de uso de metas.
El Banco Central como órgano del Estado es fundamental para mantener la estabilidad de precios y asumir la responsabilidad institucional de alcanzar ese objetivo, razón por la cual desde principio de la década de los noventa a escala global se ha migrado desde el ancla cambiaria a la meta de inflación en la actualidad.