Mejorar la democracia
Margarita Cedeño
Pasado el proceso electoral, no podemos dejar de reflexionar sobre la democracia y los desafíos significativos que ponen en peligro su eficacia y credibilidad, sobre todo lo relativo a la participación en los procesos electorales, la abstención, la desinformación, la financiación y la falta de propuestas sólidas por parte de los candidatos. Abordar estos retos es esencial para fortalecer nuestras democracias y asegurar que sigan siendo sistemas de gobierno representativos y legítimos.
En muchas democracias alrededor del mundo, la participación electoral está disminuyendo. Las razones son múltiples y variadas, desde la apatía política hasta la desconfianza en el sistema electoral. Esta disminución de la participación debilita la representatividad de los gobiernos y puede llevar a la toma de decisiones que no reflejan los intereses y necesidades de la mayoría de la población.
El proceso de ayer nos coloca en esa encrucijada, porque la abstención estuvo cerca del cincuenta por ciento del electorado, lo que abre una brecha para la entrada futura de outsiders o posiciones extremistas, como ya ha ocurrido en países de la región.
Hay que abrir una amplia discusión sobre las medidas a tomar para fomentar el interés y la implicación de los ciudadanos en la vida política, comenzando con la educación cívica y enseñar a los jóvenes la importancia de su voto y cómo funciona el sistema democrático.
La abstención es otro problema significativo que afecta a las democracias modernas. Demasiados ciudadanos sienten que su voto no hará una diferencia o porque están desilusionados con las opciones disponibles. La abstención no solo reduce la legitimidad de los resultados electorales, sino que también puede indicar un problema más profundo de desconexión entre los ciudadanos y sus representantes.
Por otro lado está la desinformación que es uno de los desafíos más peligrosos para la democracia en la era digital, como ha advertido el Foro Económico Mundial. Las noticias falsas y la manipulación de la información pueden influir en la opinión pública y en las decisiones de los votantes, socavando la integridad de los procesos electorales. Las redes sociales y las plataformas digitales han amplificado este problema, permitiendo la rápida difusión de información errónea.
Para mitigar los efectos de la desinformación, es vital fomentar el pensamiento crítico y la alfabetización mediática entre los ciudadanos. Las plataformas de redes sociales también deben asumir una mayor responsabilidad en la identificación y eliminación de contenido falso o engañoso. Los gobiernos pueden colaborar con organizaciones de verificación de datos y apoyar iniciativas que promuevan la transparencia y la precisión en la información.
En cuanto a la financiación de las campañas electorales tenemos que emplearnos a fondo para resolver las brechas estructurales que se han ido profundizando y consolidando a través del tiempo y los diferentes procesos. Actos ilícitos como la compra del voto, la famosa logística del día D y la necesidad de incentivar con dinero el ejercicio de un derecho y un deber, se han normalizado como una actividad informal de generación de ingresos y no como parte del fortalecimiento democrático de nuestros países.
Listín Diario