Magnicidas por sonido

 Pablo McKinney

El asunto es muy serio y no puede ser cosa de bromas. Hablo de que, en el país, se está haciendo costumbre utilizar las redes sociales para amenazar de muerte al jefe del Estado. La impunidad que ha acompañado a los aspirantes a magnicidas es una incitación a la inconducta.

Hasta ahora, los cinco detenidos por esas amenazas han argumentado más o menos lo mismo, “lo hice por sonido, por sonar, por llamar la atención”; lo que es grave, pues esto ocurre en un momento en que en la sociedad prima la “economía de la atención” en los medios, plataformas y redes sociales. En llamar la atención está el dinero, la fama, la aceptación, el aplauso; para lograrlo no hay frenos éticos ni morales, sino, en nuestros medios y redes, unas muchachas generalmente hermosas no se reunirían frente a un micrófono a confesar voluntariamente sus andanzas, números, preferencias al practicar el santo fornicio, ¡ay!, “la divina batalla de los cuerpos”, sin que nadie les haya preguntado. Van tras el éxito y el reconocimiento social sin comillas. Hasta las autoridades les rinden homenaje. Tras el morbo, va la atención.

Como hasta ahora, las penas a los delincuentes no se han correspondido con la peligrosidad de su afrenta, la tentación es alta, pues hay sonoridad al realizar la amenaza, y más sonoridad al pedir disculpas. Y así, de disculpa en disculpa estamos relajando el respeto a la figura del Jefe del Estado, a pesar de que el Código Penal en su artículo 86 contempla prisión de seis meses a dos años a quien cometa una ofensa pública contra el jefe de Estado.

Nuestras autoridades deben verse en el espejo la democracia estadounidense y sus horrores, errores. Al fin, quién en su sano juicio podría imaginar un asalto al Capitolio incentivado por un presidente estadounidense en ejercicio quien, posteriormente, sería condenado por diversos delitos, pero a pesar de ello, después del atentado del sábado, está tocando ya las puertas del Despacho Oval.

Para ser posibles, las cosas no tienen que ser probables. Durante décadas, la estadounidense fue la sociedad aspirada por la democracia dominicana, en especial gracias a la fortaleza de sus instituciones, pero ocurrió.

El respeto hacia el jefe del Estado es como una taza de porcelana, cuando se rompe no habrá alfarero capaz de devolverle el esplendor original. La no represión es incitación. Si no disuades, incentivas. ¡Cuidado!

Listín Diario

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