¿Podemos ser un poco menos selectivos con nuestra indignación moral?

Por Bret Stephens

The New York Times

De todas las injusticias del mundo, quizá la más triste sea que muchas de ellas simplemente se ignoran.

Manifestantes en todo el mundo exigen a gritos un alto al fuego en Gaza; un número cada vez menor de personas sigue al tanto de las atrocidades rusas contra Ucrania. Fuera de eso hay un gran manto de silencio bajo el cual algunos de los peores maltratadores del mundo actúan en gran medida desapercibidos, sin obstáculos.

Intentemos cambiar esta situación. Para la columna de esta semana, he aquí algunos puntos de enfoque alternativos para la indignación y la protesta, en particular para los estudiantes universitarios moralmente enérgicos, desde Columbia hasta Berkeley.

Venezuela. Las elecciones del mes pasado fueron robadas ante los ojos de todos por el régimen socialista de Nicolás Maduro. Maduro ha impuesto este robo utilizando sus servicios de seguridad para perseguir y encarcelar a unas 2000 personas sospechosas de disidencia, prometiendo el máximo castigo y ningún perdón. Esto, de un régimen que ya ha causado hambruna y el éxodo desesperado de millones de venezolanos pobres. El año pasado, más de 10.000 de ellos vivían en refugios de la ciudad de Nueva York.

Si alguna vez hubo un caso de “Piensa globalmente, actúa localmente”, por adoptar el viejo eslogan, es este. Sobre todo porque las fuerzas habituales de la protesta social tienen algo que expiar en el caso de Venezuela: el régimen que Maduro heredó en 2013 de Hugo Chávez, su autoritario mentor, no tuvo mayores defensores en Occidente que revistas de izquierda como The Nation y líderes políticos como el británico Jeremy Corbyn. El arrepentimiento es una virtud, y este sería un buen momento para que estos (esperemos que ex) camaradas la mostraran.

Turquía. Los manifestantes antiisraelíes a veces responden a la crítica de que están censurando injustamente al Estado judío señalando que este recibe miles de millones de dólares en ayuda militar de Washington. (Este argumento no sirve de nada si las protestas tienen lugar en Montreal o Melbourne.) Pero, ¿qué ocurre con otro país de Oriente Próximo que también es beneficiario de la generosidad estadounidense, incluyendo el asentamiento de soldados y armas nucleares de EE. UU.?

Ese país es Turquía, que en teoría es una democracia secular y un aliado de la OTAN. En realidad es un Estado antiliberal dirigido durante décadas por Recep Tayyip Erdogan, un islamista antisemita que ha encarcelado a decenas de periodistas mientras libraba —a veces con aviones de combate F-16— una guerra brutal contra sus oponentes kurdos en Siria e Irak. Por si fuera poco, Turquía ha ocupado, realizado una limpieza étnica y colonizado el norte de Chipre durante 50 años. ¿No deberían molestarse en protestar por esto quienes sostienen que la ocupación siempre es mala?

Etiopía y Sudán. Los críticos de la política exterior de EE. UU., sobre todo los de izquierda, se quejan a menudo de que Washington se preocupa más por el sufrimiento de las personas blancas que por el de las personas negras. No les falta razón. Entonces, ¿por qué esos mismos críticos pasan por alto en gran medida las asombrosas violaciones de los derechos humanos que se están produciendo actualmente en Sudán y Etiopía?

En el caso de Sudán, el grupo humanitario Operación Silencio Roto calcula que al menos 65.000 personas han muerto por la violencia o la inanición desde que estallaron los combates el año pasado, y casi 11 millones de personas se han convertido en refugiados. En Etiopía, el primer ministro Abiy Ahmed —posiblemente el Premio Nobel de la Paz menos merecido de la historia— primero apuntó sus armas contra la etnia de los tigrayanos en una de las guerras recientes más sangrientas del mundo, con un número de muertos estimado en 600.000 personas. Ahora el gobierno está librando una guerra contra antiguos aliados en la región de Amhara, incluso cuando el gobierno de Joe Biden levantó el año pasado las restricciones a la ayuda debido a su abuso de los derechos humanos. ¿Cuántas protestas universitarias ha suscitado esto?

Irán. El régimen de Irán debería cumplir con todos los requisitos de la indignación progresista. ¿Misoginia? Como documentó la CNN en 2022, el gobierno respondió a las protestas masivas contra el hiyab obligatorio violando sistemáticamente a los manifestantes, tanto hombres como mujeres. ¿Homofobia? La homosexualidad está legalmente castigada con la pena de muerte, y las ejecuciones se llevan a cabo.

Luego está el imperialismo de Teherán. El régimen no se limita a tomar como rehenes a visitantes desafortunados. También toma como rehenes a países enteros, nada más trágico que el caso del Líbano. Hizbulá, que se presenta como un movimiento político libanés, es poco más que una filial de Irán. El grupo ha convertido el sur del país en una zona de fuego libre y ha puesto en peligro la vida de miles de civiles en aras de sus objetivos ideológicos contra Israel. Cuando patriotas libaneses como el difunto primer ministro Rafik Hariri intentan interponerse en el camino de Hizbulá, suelen terminar muertos.

Dice algo sobre las prioridades morales de gran parte de la izquierda global actual el hecho de que Irán sea uno de los regímenes de Medio Oriente para el que han propuesto mejores relaciones, incluido el levantamiento de las sanciones económicas, al tiempo que insisten en el boicot, la desinversión y las sanciones contra Israel. El porqué de esto —los caminos mentales que llevan a los autoproclamados defensores de los derechos humanos a hacer causa común con algunos de los peores regímenes del planeta mientras dirigen su furia moral contra países, incluido Israel, que protegen los valores que esos defensores fingen apreciar— ha sido uno de los grandes enigmas de la humanidad durante más de un siglo.

Pero ese enigma no debería impedir que las personas de mentalidad moral y conciencia global defiendan a los oprimidos y a los que sufren, dondequiera que estén. La lista que he ofrecido aquí es muy parcial: también están los rohingya en Birmania, los uigures en China, los cristianos en Nigeria y las minorías étnicas en Rusia, por nombrar algunos. También ellos merecen la atención, la compasión y, siempre que sea posible, la ayuda activa del mundo.

Eso podría ocurrir si tan solo una causa no estuviera consumiendo tanto de la energía moral del mundo.

Bret Stephens es columnista de la sección Opinión del Times, donde escribe sobre política exterior, política nacional estadounidense y temas culturales. Facebook

The New York Times

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