El ataque de Ucrania reveló el talón de Aquiles de EE. UU.
Por W.J. Hennigan
The New York Times
Hennigan escribe sobre seguridad nacional, política exterior y conflictos para la sección de Opinión.
Resulta que Volodímir Zelenski tenía otra carta que jugar.
El asombroso ataque ucraniano con drones contra aeródromos militares y activos esenciales en el interior de Rusia el domingo tomó por sorpresa al Kremlin, destruyó al menos una decena de bombarderos estratégicos y marcó un cambio radical en la guerra moderna.
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La misión, bautizada como Operación Telaraña, fue un nuevo recordatorio a los líderes de los ejércitos más avanzados del mundo de que las amenazas más duras a las que se enfrentan hoy en día no se limitan a sus rivales habituales con equipos caros. Por el contrario, los enjambres de pequeños drones comerciales, capaces de eludir las defensas terrestres, también pueden derribar miles de millones de dólares en armamento militar en un instante.
Lo que ocurrió en Rusia puede ocurrir en Estados Unidos, o en cualquier otro lugar. El riesgo al que se enfrentan las bases militares, los puertos y los cuarteles generales de mando repartidos por todo el mundo es ahora innegable.
Aún no sabemos si la operación repercutirá en la presión del gobierno de Donald Trump para lograr un acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia, pero, en cualquier caso, ha supuesto una derrota táctica para el ejército ruso y presionará al presidente Vladimir Putin para que responda. Y lo que es casi seguro es que el uso innovador de tecnología barata inspirará otros ataques asimétricos que infligirán graves daños contra un adversario acaudalado.
Zelenski, presidente de Ucrania, calificó el atentado, planeado por el Servicio de Seguridad de Ucrania, o SBU, como la “operación de mayor alcance” de su país. Mediante el contrabando de más de 100 drones cuadricópteros cargados de explosivos a través de la frontera en camiones de carga, Ucrania consiguió eludir las defensas aéreas. Luego, hizo volar los drones sin ser detectados por encima de cuatro bases rusas, donde dañaron o destruyeron lo que los funcionarios ucranianos dijeron que eran más de 40 aeronaves de gran valor utilizadas en el asalto a las ciudades ucranianas. Los implicados en el ataque abandonaron Rusia antes de que comenzara, dijeron funcionarios ucranianos. Los operadores podían ver video en directo y planear los aviones sobre sus objetivos antes de hacerlos caer en picado.
El alcance del ataque —y la elección de los objetivos— abre un nuevo capítulo en el uso de drones en la guerra moderna, que era improbable incluso hace una década. La amplia disponibilidad de tecnología en el transcurso de los años ha permitido a Ucrania tener prácticamente vía libre en los cielos de su enemigo, más grande y rico, a pesar de contar con una fuerza aérea tradicional limitada.
El ejército estadounidense conoce de primera mano la vulnerabilidad de Rusia. Aunque los pilotos estadounidenses han conseguido controlar los cielos en los que operan desde la Guerra de Corea, en los últimos años los soldados estadounidenses se han visto más amenazados por los drones. Grupos militantes han utilizado estas aeronaves, que tienen una pequeña fracción del tamaño de los aviones de guerra estadounidenses, para atacar posiciones estadounidenses en Medio Oriente, lanzando munición rudimentaria que ha mutilado y matado a militares estadounidenses.
El ejército estadounidense dispone de tecnología de alcance mundial para detectar, rastrear y derribar misiles balísticos, pero —hasta ahora— sus sistemas multimillonarios siguen sin poder hacer nada contra la amenaza de los drones. El Pentágono ha intentado desarrollar tecnologías y tácticas defensivas, pero los resultados han sido, en el mejor de los casos, irregulares. Las llamadas tácticas destructivas para derribar los drones del cielo, o los métodos no destructivos para inutilizarlos electrónicamente, no han demostrado ser remedios infalibles. Los drones suelen volar a poca altura del suelo y no siempre transmiten su posición. Los sistemas de radar actuales están diseñados para detectar objetos voladores más grandes.
Los mandos estadounidenses se dan cuenta cada vez más de que las fuerzas en Estados Unidos están igual de expuestas. El general Gregory M. Guillot, jefe del Comando Norte, declaró al Congreso en febrero que el año pasado se detectaron unos 350 vuelos de drones sobre 100 instalaciones militares de Estados Unidos. Esos pequeños drones parecían más una molestia que una amenaza, pero Telaraña puso de manifiesto el riesgo de no tomarlos en serio.
La Administración Federal de Aviación (FAA, por su sigla en inglés) ha autorizado más de un millón de drones en Estados Unidos. La mayoría vuela según las normas, pero los avistamientos de drones que realizan vuelos ilegales van en aumento. La FAA informa de que ahora se producen 100 avistamientos de drones alrededor de aeropuertos cada mes, a pesar de la ley federal que los obliga a evitar volar sin autorización cerca de aeropuertos en el espacio aéreo controlado.
Las bases militares y los hangares de aviones deben reforzarse para protegerse de lo peor. El Congreso está a punto de reservar unos 1300 millones de dólares este año fiscal para que el Pentágono desarrolle y despliegue tecnologías contra los drones. Es un buen comienzo. Pero los planes más ambiciosos y costosos del Pentágono no abordan la amenaza.
El presidente Trump reveló el mes pasado planes para su escudo antimisiles de 175.000 millones de dólares, denominado Cúpula Dorada, que pretende derribar todo tipo de misiles balísticos, hipersónicos y de crucero. El programa, que está en fase de desarrollo, no protegería a Estados Unidos de los tipos de drones pequeños que Ucrania utilizó en Telaraña.
Estados Unidos ha gastado millones de dólares en ayudar a Ucrania a fabricar y poner a punto sus drones, pero no ha presionado a los contratistas estadounidenses para que hagan lo mismo. El Pentágono ha tardado en adquirir el tipo de drones más pequeños, más baratos y menos avanzados que son omnipresentes sobre los campos de batalla en Ucrania. En agosto de 2023 sí anunció un proyecto para desplegar miles de sistemas autónomos. La iniciativa milmillonaria, denominada Replicator, se inspiró en las lecciones aprendidas en Ucrania para fabricar drones baratos y que estén extensamente disponibles para este otoño. Sin embargo, el Pentágono ha dicho muy poco sobre los sistemas y programas de esta iniciativa desde que Trump asumió el cargo.
La fuerza de combate tecnológicamente más avanzada que el mundo haya conocido jamás —la misma que inauguró la era de la guerra de aviones no tripulados con sus Predators y Reapers que disparaban misiles a principios de siglo— se ha tardado en adoptar esta tecnología. A muchos en el Pentágono no se les escapará la ironía. Esperemos que el ataque de Ucrania en el interior de Rusia el domingo motive a los planificadores bélicos de Estados Unidos a abordar la marcada vulnerabilidad de la nación ante amenazas similares y su propia necesidad apremiante de aumentar su flota de pequeños drones.
The New York Times