Fusión de Hacienda y Planificación: es conducir una autopista de noche sin luz
Elvin Castillo
La debilidad institucional que arrastra la República Dominicana desde hace décadas no es un secreto para nadie. Sin embargo, a pesar de esas deficiencias, hemos logrado importantes avances, especialmente en la consolidación de roles estratégicos dentro del Estado, como el que representa el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD). Este ministerio ha sido clave en la proyección de políticas públicas con visión de futuro, basadas en datos, investigaciones y estrategias a mediano y largo plazo.
Por eso, la reciente decisión de fusionar el Ministerio de Hacienda con el MEPyD no solo resulta sorpresiva, sino que también plantea serias preocupaciones sobre su conveniencia y efectos.
El Ministerio de Hacienda, por naturaleza, está enfocado en la gestión del presente: el presupuesto anual, el control del gasto, la deuda pública, la colocación de bonos y las presiones fiscales cotidianas. En cambio, el rol de Planificación demanda serenidad, visión y capacidad técnica para trazar rutas de desarrollo más allá de los ciclos presupuestarios.
La planificación no puede realizarse bajo presión, y mucho menos puede quedar subordinada a los intereses fiscales del día a día. Integrarla a Hacienda, sin los estudios profundos, sin suficiente discusión pública, sin motivación ni socialización, es una decisión arriesgada que podría tener consecuencias negativas de largo alcance. Todo indica que esta medida ha sido impulsada más por un afán político posiblemente bajo la bandera de “ahorro institucional” que por un análisis serio de sus implicaciones estructurales.
Esta fusión, como otras que ya hemos visto (como la del Ministerio de Educación Superior con el Ministerio de Educación), parece ignorar las particularidades de un país como el nuestro, donde las instituciones aún requieren fortalecimiento, no concentración ni debilitamiento.
El reconocido economista Isidoro Santana lo resumió recientemente en una entrevista que le realizamos con una frase que debería retumbar en los oídos de los tomadores de decisiones: “Esa fusión es como conducir por una autopista de noche con las luces apagadas.” Y no le falta razón.
Las reformas institucionales no deben ser producto del impulso político ni de una visión contable de la administración pública. Requieren profundidad técnica, apertura al diálogo, participación de los actores sociales y, sobre todo, una clara conciencia del país que somos y del país que queremos ser.
Solo el tiempo dirá quién tuvo la razón: si quienes promovieron esta medida apresurada o quienes, como nosotros, advertimos a tiempo que este no es el camino correcto para una nación que aún necesita construir capacidades, no desmantelarlas.