¿Un debate político sin primavera?

Por JUAN LLADO 

Nuestra imperfecta democracia clama por un mejor desempeño de los partidos políticos. Si bien fuimos capaces de superar la dislocación electoral del 2020, la precaria madurez de nuestra vida partidaria sigue todavía signada por una participación política que deja mucho que desear. Al acercarnos a la mitad del periodo del actual gobierno han brotado señales de que la contienda política se basará en la diatriba y no en el altruismo que demandan nuestros grandes retos de desarrollo. Saberlo podría ayudar a evitarlo.

Los partidos son instrumentos del sistema democrático que deben canalizar las ansias de redención de los pueblos. El Artículo 3 de su Ley No. 33-18 establece que su misión es “contribuir al fortalecimiento del régimen democrático constitucional, acceder a cargos de elección popular e influir legítimamente en la dirección del Estado en sus diferentes instancias, expresando la voluntad ciudadana, para servir al interés nacional y propiciar el bienestar colectivo y el desarrollo integral de la sociedad”. Sin embargo, los debates electorales aquí siempre han revelado que acceder al poder sobre todas las cosas es más importante que “servir al interés nacional y propiciar el bienestar colectivo”.

En efecto, en nuestro paÍs la cultura del debate político se asemeja a un espejismo esquizofrénico. Los partidos no centran sus discursos sobre la realidad de los problemas del desarrollo que retarían su capacidad para “propiciar el bienestar colectivo” con propuestas de soluciÓn. Por el contrario, han acostumbrado al electorado a fijarse solamente en las falencias de la gestión del gobierno de turno y le endilgan incompetencia a los funcionarios que ejercen en las áreas cuestionadas. Según un politólogo del patio, actualmente “las críticas de los partidos de oposición son una forma de ellos pescar en ríos revueltos para tratar de capitalizar en su favor la inconformidad de un segmento de la población, misma que siempre ha estado en situaciones precarias económicamente hablando”.

La práctica de denostación se comprueba en la reciente andanada de críticas al presente gobierno: Leonel Fernández, por ejemplo, “lanzó un dardo, que dio en la diana del equipo gobernante, cuando dijo que esta gestión había abandonado a su suerte a los productores nacionales y se había enfocado en proteger a los productores extranjeros”. En el fin de semana, Danilo Medina acusó al gobierno de haber incrementado la pobreza con sus “decisiones equivocadas”. “Igualmente, afirmó que bajo este Gobierno varios derechos fundamentales, como el de la alimentación, están en peligro”. Miguel Vargas dice que “el país marcha sin rumbo porque el gobierno no tiene metas claras” y Margarita Cedeño acusa al gobierno de “importar inflación” al optar por la eliminación de aranceles a productos que se producen en el país. Los minoritarios, por su parte, castigan al electorado con el látigo de la indiferencia.

Esas declaraciones no incluyen propuestas serias para resolver los problemas. Sin embargo, el encargo partidario de “influir legítimamente en la dirección del Estado” requiere que los que pretenden acceder al poder le planteen sus soluciones al electorado y lo convenzan de que ellas son mejores frente a lo vigente en el gobierno o lo alternativo de otras instancias políticas. De ahí que no sorprende que el presidente Abinader le haya pedido a la oposición “una sola recomendación” sobre cómo bajar los precios. Como respuesta la oposición pidió “no imponer en contra de su voluntad, el proyecto de ley tasa cero” y propuso un diálogo para buscar un consenso.

Eso no resulta práctico a juzgar por lo que ha sucedido en el CES donde la discusión de las reformas necesarias no avanza. El rezago en muchas áreas se debe precisamente a que los partidos se ausentan o se niegan a la discusión. Pero es precisamente en el seno del CES donde los partidos políticos deberían enarbolar sus propuestas para responder a los retos de las 13 áreas de reforma que propuso el presidente Abinader. En consecuencia, este último tiene en la coyuntura lo que los americanos llaman “the moral high ground”, o el terreno moral elevado en materia de debate político. Mientras esos diálogos sigan empantanados por la desidia de los partidos políticos no puede esperarse otra cosa del futuro debate electoral que la diatriba, la inquina y la maledicencia.

La nación no avanzará si las prácticas imperantes se prolongan. Los partidos deben estar conscientes de que, en el ranking de la reputación institucional, ocupan el último lugar. Están en la picota pública porque sus acciones han generado un alto índice de desconfianza y descreimiento en la ciudadanía y son vistos como estructuras que solo persiguen el bienestar de su membresía. En las pasadas elecciones, 20 de los 25 partidos que participaron no lograron ni siquiera un 1% de los votos y el PRSC y el PRD, otrora mayoritarios, pasaron a ser minoritarios. Impera pues entre ellos una “distopia patriótica”. Revertir esa situación requiere un giro radical al debate político por ser este un componente determinante de las preferencias del electorado.

El reto de los partidos es mayúsculo en una sociedad donde la pobreza arropa una cuarta parte de la población y los programas de gobierno no logran traducirse en mejoras sustanciales del nivel de bienestar. A pesar del crecimiento económico de los últimos años y la estabilidad macroeconómica, el problema de la desigualdad se agudiza y la transmisión intergeneracional del estatus socioeconómico campea por sus fueros. Los más recientes indicadores sugieren que el crecimiento económico no se traduce en bienestar para las mayorías y quedamos lastrados con prácticamente cero movilidad social.

Frente a este lúgubre panorama los partidos políticos de oposición hacen caso omiso y no proponen un camino redentor. Ha sido más bien el presidente Abinader con su decisión de involucrar al CES en un diálogo nacional sobre los problemas que acogotan el desarrollo. Él ha marcado la pauta para que el entramado de los partidos políticos pueda participar en la búsqueda de soluciones. Pero al año de haberse convocado el diálogo de referencia los avances son magros y las perspectivas aparentan sombrías. Los partidos, por su lado, tampoco aportan a las soluciones con propuestas de leyes que puedan aprobar el Congreso y promulgar el Poder Ejecutivo.

Fuente: PNUD, “Informe sobre la Calidad Democrática en la Republica Dominicana”, 2019

Las gráficas adjuntas demuestran que nuestra población ha venido perdiendo su aprecio por la democracia en los últimos años. Es tiempo de que el liderazgo político reconozca que su motivación principal no puede seguir siendo la codicia del poder para alcanzar la fama y el bienestar individual. Esta primavera reclama un comportamiento de los partidos que inspire al joven electorado e imprima valores trascendentes a su rol opositor, demostrando una vocación de servicio público en favor de las mayorías. De ahí que proceda una cumbre de dirigentes que elabore un proyecto de mejoramiento de la cultura política y, más particularmente, del debate electoral.

Pero un proyecto así podría ser demasiado ambicioso. Alternativamente, lo más urgente es una agenda mínima de realizaciones para los sectores de energía, salud y educación. Estos tres pilares del desarrollo requieren urgentes acuerdos que garanticen una contribución efectiva. ¿Podemos continuar con la atomización de la gerencia del sistema eléctrico? ¿Debemos vender a Punta Catalina? Puesto que debemos aumentar sustancialmente el gasto en salud, ¿dejaremos que el manejo del sector se politice para perpetuar los resultados mediocres? ¿Dejaremos a las 1,678 unidades de Atención Primaria a la deriva? ¿Podremos sacar a la educación pública de la vergonzosa situación en que la ha asumido la politiquería? Los partidos podrían mejorar mucho su reputación si logran un pacto mínimo –con soluciones concertadas — sobre estos tres sectores.

Nuestra imperfecta democracia no está sumida en una noche triste y, según el escritor español Javier Cercas, la democracia perfecta es una dictadura. Pero de lo que no puede haber duda es de que se requiere que se trille un nuevo y más rápido camino hacia la perfección, en la seguridad de que nunca la alcanzaremos. La elite partidaria debe querer salir de la furnia en que está metida su reputación.  Debe cambiar el vacío ideológico por el altruismo, el clientelismo por la solidaridad y el afán de fama por la humildad del servicio público. Tal vez se den cuenta en esta primavera de que no pueden seguir como van so pena de destruir nuestra incipiente democracia.

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