La movilidad como desafío nacional
Por Zoraima Cuello
Cada dominicano y dominicana, sin importar su edad o su condición social, comparte hoy la misma preocupación: moverse en nuestro país se ha convertido en una batalla diaria. No se trata únicamente de los interminables congestionamientos; es la sensación constante de riesgo, el impacto en la salud mental y la incertidumbre de si se llegará a tiempo… o si se llegará.
Esta semana, esa realidad volvió a manifestarse de manera dolorosa. En San Pedro de Macorís, un accidente entre una yipeta y dos pasolas cobró la vida de Alfredo García, de apenas 28 años, y de otros dos jóvenes, y dejó herido a Antonio Jiménez de 24 años. Detrás de cada nombre hay una familia hoy marcada por el luto, en un país donde desplazarse debería ser un acto seguro, no una amenaza.
Mientras procesaba la noticia, observé a mis hijos —Juan Carlos y Carolina— analizar cómo desplazarse con mayor rapidez y seguridad en una ciudad colapsada. Lo que en cualquier sociedad sería una conversación cotidiana, aquí se ha convertido en una decisión que exige cautela. Esa realidad atraviesa hoy miles de hogares dominicanos.
Las preguntas son ineludibles: ¿En qué momento aceptamos este nivel de caos?
¿Y qué estamos dispuestas y dispuestos a transformar para cambiarlo?
La evidencia es contundente: nuestras calles son un riesgo permanente, las familias viven con preocupación constante y la productividad nacional se deteriora bajo un sistema de movilidad congestionado e inseguro.
Hasta agosto de este año, 1,291 personas han perdido la vida en accidentes de tránsito y más de 104,000 han resultado lesionadas. El 68% de esas muertes corresponde a personas que se desplazaban en motocicletas. En 2023, la atención a personas heridas costó cerca de RD$130,000 millones, equivalentes al 2.2% del PIB, y los hospitales traumatológicos atendieron a más de 84,000 pacientes por incidentes con motores. De ese total, el 28% presentó algún tipo de discapacidad o lesión permanente.
Pero el golpe más profundo no es económico: es humano y estratégico.
Los grupos más afectados son los jóvenes de 20 a 29 años, con 585 fallecimientos en lo que va de año, y los de 30 a 39 años, con otras 363 muertes. Cuando una persona joven de 25 años pierde la vida en una intersección sin control, el país pierde cuatro décadas de potencial productivo, talento e innovación. La República Dominicana se ve privada de 100,000 años de vida productiva cada año en sucesos prevenibles.
Sin embargo, nuestros semáforos continúan sin sincronización, la fiscalización es débil, el sistema de multas con puntos en la licencia de conducir, que está en la ley, se anunció en tres ocasiones (2022, 2023 y 2024) y no se ha implementado, los semáforos inteligentes están envueltos en casos de corrupción y la expansión del transporte público inteligente no muestra señales de avances.
A pesar de contar con un plan de movilidad urbana sostenible, se mantiene la improvisación en lugar de planificar; las reacciones en lugar de anticipar; y los anuncios en lugar de ejecutar. Y lo más grave: es un modelo que no reconoce la movilidad como pilar esencial del desarrollo nacional.
La República Dominicana puede —y debe— recuperar el control de su movilidad. Y para lograrlo, no se requiere inventar soluciones: necesitamos aplicar lo que funciona. Los países que han logrado reducir drásticamente sus muertes viales lo han hecho combinando evidencia basada en datos, tecnología, planificación y gestión moderna. Nosotros podemos hacerlo si se asume la movilidad como una política de Estado.
Eso implica iniciar con una sincronización semafórica inteligente, basada en datos en tiempo real, sensores IoT, analítica predictiva e inteligencia artificial para anticipar flujos y reducir riesgos. Requiere, además, la implementación inmediata del sistema de puntos, una herramienta moderna que el país ya tiene prevista y que pone orden donde hoy hay caos.
Es urgente intervenir en las 600 intersecciones más peligrosas, cuya evaluación técnica ya existe, y avanzar hacia un transporte público integrado, rápido, seguro y digno, que compita en eficiencia con el vehículo privado. A esto debe sumarse un sistema nacional de cámaras certificadas, transparentes y auditables, que genere información confiable sobre la movilidad para planificar y fiscalizar, junto con una educación vial generalizada basada en la ciencia del comportamiento, que ha demostrado resultados en los países más exitosos.
Cada tapón es una empresa que pierde dinero. Cada accidente es una familia que pierde tranquilidad. Cada muerte joven es nuestra nación perdiendo el futuro y enlutando sus familias. Porque la movilidad no es un tema operativo: es el sistema circulatorio del desarrollo nacional.
Ninguna nación puede aspirar a ser competitiva si su ciudadanía vive con ansiedad al desplazarse, si sus trabajadores están agotados antes de empezar la jornada laboral y si sus jóvenes no pueden llegar vivos a casa. La salud mental, la productividad y la innovación también dependen de cómo nos movemos.
Sí, es posible construir un Estado que planifique, que ejecute, que integre tecnología y que coloque la vida humana en el centro de cada decisión. Porque, al final, ninguna cifra es solo un número: son personas como Alfredo García, Israel Carpio y Víctor de Jesús, y tantos y tantas jóvenes cuyas vidas no debieron truncarse. Ordenar la movilidad no es únicamente un tema técnico: es una decisión de liderazgo que define el futuro del país.
Acento

