Cartas para archivar
Carmen Imbert Brugal
Cada vez es más difícil encontrar, flotando en el mar, botellas que guardan una nota amorosa o de alerta.
Las palomas mensajeras están en desuso. Tienen la habilidad de llegar al destino pautado y regresar a su casa. Es un viaje de una sola vía, dicen los expertos, sin paradas ni intermediarios en la ruta.
El género epistolar es comparable a esas maneras de comunicar y lograr propósitos. Está amenazado por los palotes de la mediocridad, expuesto a fenecer perdido en el marasmo de la grafía torpe que se valida con el insulto, con el agravio sin autoría.
Los más optimistas dicen que el chateo compensa la agonía del género, pero para las personas que conocen el encanto de las cartas, nada se compara con esas letras que esperan respuesta, con remitente y destinatario que en cada párrafo refieren, insinúan.
La humanidad atesora cartas de figuras trascendentes cuyo texto descubre recovecos ocultos del alma.
El intercambio epistolar dominicano tiene momentos estelares. Cartas de patricios desterrados, de truhanes, cartas sagradas, otras suscritas por la brillantez, a veces tan pertinentes como perversas.
La consulta del epistolario de la familia Henríquez Ureña, verbigracia, muestra más que un libro de historia los vaivenes de una época, con sus pendientes, con la descarnada referencia a los influyentes de entonces.
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Balaguer y Bonnelly airearon rencores en aquel intercambio estupendo, luego de las elecciones del 1978.
Inolvidable la epístola de Monseñor López Rodríguez al payasesco embajador Pastorino, como penosa la carta del Padre Ruíz al presidente Danilo Medina con epítetos e insinuaciones personales lamentables.
Una opinión del obispo Víctor Masalles Pere-VMP- en relación a la reforma de la Constitución, produjo una carta del consultor jurídico del Poder Ejecutivo al prestante prelado.
Convencido de sus razones y de la facilidad para convencer al doctor en Teología, asegura: “ahora que conoce las causas y objetivos de la propuesta de reforma, no tengo dudas de que, por suponerlo del lado de los propósitos para la nación, será un abanderado de la misma”.
El influyente clérigo respondió. Su misiva ha pasado desapercibida, quizás por el celo oficial que rechaza la disonancia.
Sorprende el texto porque VMP más que pugnaz es altivo, no discute, luce convencido de sus opiniones. Es dogmático, tal vez por su formación como teólogo y economista.
Sorprende además porque ha estado cerca, comprometido con el Cambio, como los otros miembros de la jerarquía católica.
Alejado del populismo conceptual, a la usanza del momento, va más allá de los sacerdotes que convierten templos en locales del PRM y piden aplausos, en las misas, para el jefe y el partido.
Detalla los motivos que avalan su convicción en torno a las reformas. Percibe, sin embargo, que tanto el gobernante como sus allegados, están renuentes a ponderar ideas diferentes y persisten en sus obsesiones jurídicas, sobre todo la que atañe a reescribir la independencia del Ministerio Público.
Afirma en su conclusión, que el consultor no está presto a escuchar ni a respetar al otro. Cautivante el lance y más contundente todavía, la intención de acallar la respuesta.