AGRIPINO NUÑEZ COLLADO, SU PAPEL EN LA HISTORIA

Por Manuel NÙÑEZ

            Entre los recuerdos espectaculares que guardo de los albores de mi  adolescencia , figura el secuestro del coronel Joseph  Crowley de la embajada de los Estados Unidos, el 24 de marzo de 1970. Era un período particularmente violento de la historia dominicana. Los beneficiarios del secuestro eran políticos presos, imputados de asaltos a bancos y de asesinatos de policías y sin esperanzas de salir de las prisiones en el corto plazo. En aquel momento, nadie generaba confianza para llevar a cabo una reunión entre las autoridades y los secuestradores, la acritud  y el lenguaje de odio que campaba por sus respetos en cada uno de los bandos, hacía prácticamente imposible obrar con prudencia  y las cosas pudieron descarrilarse y terminar en una refriega trágica.

            ¿Qué ocurrió?,   ¿ cómo pudimos impedirlo? Recuerdo que, en medio de la crispación, apareció un personaje que desempeñó un papel esencial en aquella circunstancia  . Se trataba del periodista Rafael Herrera. Don Rafael era un espíritu irónico, escéptico, de gran prestancia, alto, fornido, de cabellera plateada,   llevaba un infaltable puro entre los dientes.  Esa estampa y sus editoriales escritos en una prosa sin florituras, le granjearon una autoridad natural. Tenía, desde luego,  unas convicciones básicas: respeto de la Constitución, veneración de las leyes y de la justicia; abandono de los extremismos y capacidad para analizar sin prejuicio los riesgos y las posibilidades de cada circunstancia . Las cosas no fueron a mayores. La sangre no llegó al río.  Don Rafael acompañó  hasta el  avión a los presos políticos, que eran parte de la exigencia del comando secuestrador  de Crowley. Estos viajaron a México y con ello, se logró  quitar la espoleta a una situación explosiva. Se desactivó  una bomba de tiempo.

            Nos dimos cuenta, entonces, de la importancia extraordinaria de contar con una figura que pueda servir de puente entre los diversos sectores del país. Cuando murió don Rafael Herrera en 1994, muchos dijeron don Rafael Herrera ha muerto, ¿ qué será de nosotros? Pues bien, a la muerte de don Rafael esa tarea indispensable entre personas y grupos que mantienen posiciones encontradas fueron llenadas  casi en solitario por un sacerdote que le dio a esa función un carácter más amplio, que columbró todos los desafíos  y que ha intervenido en todas las refriegas: huelgas, conjuras, anuncios de catástrofes, conflictos extremos, disputas de líderes, enfrentamientos volcánicos, batallas por el poder, pleitos post electorales, alguien, cuya bonhomía le ha hecho poder cruzar los círculos de fuego de todas las pasiones, y mantenerse como un acróbata, despierto y comprensivo,  convertido para unos y para otros en la llave de la solución. Se trata de la figura de Monseñor Agripino Núñez Collado.  Su faena de mediador había comenzado desde el comienzo del Gobierno de los diez años de Joaquín Balaguer (1986.1996), y fue de tal envergadura que se convirtió en una institución.

            La idea del diálogo no supone el abandono de nuestras convicciones. Muy por encima del diálogo hay valores y concepciones a las que no podemos renunciar. El diálogo no debe significar chantaje, ni doblegarse ante el abuso o el atropello. Un individuo puede ocurrírsele iniciar una huelga de hambre para forzar a las autoridades a solicitarle un visado estadounidense o lanzarse a una batalla final para impedir que se le aplique una sentencia judicial o colocarse en pie de guerra para mantener contra toda lógica los privilegios de un sindicato o las ventajas particulares de un gremio y  desde luego, la forma de lidiar en estos casos y en una sociedad democrática, es dialogando sin hacer naufragar nuestros valores. Monseñor Agripino Núñez ha sido ese puente entre unos y otros, con la clarividencia de que hay circunstancias que no son negociables. No se puede negociar la Independencia nacional ni la Constitución de la República ni la aplicación de las leyes ni nuestras libertades ni la soberanía del Estado dominicano.  De esto estaba completamente consciente Monseñor Agripino Nuñez Collado.

            Hay unas características  en don Agripino,  muy difícil  de encontrar por estos pagos. Era un hombre paciente.  Los que hemos sido testigo del papel que ha desempeñado en las últimas décadas, lo vimos  desgañitarse, mantenerse en calma en las trifulcas volcánicas y tener que afrontar a individuos con temperamento de puercoespines, sin salirse nunca  de sus casillas. La otra cara de su personalidad era la prudencia. Lo hemos visto escuchar los peores cálculos, con una rotunda flema inglesa; recibir noticias catastróficas, rumores capaces de incendiar la pradera, sin perder la serenidad, y predicando las paces en esos períodos de guerra  campal. Ninguno de los logros de don Agripino Núñez Collado hubiera podido alcanzarse sin su principal cualidad: la perseverancia, que hizo que venciera  la necedad, el vacío de liderazgo, que hizo  que durante más de cuarenta  años, un prelado de la Iglesia, haya aparecido como árbitro , como un componedor amigable , superando la acritud de los debates, los gritos de guerra, los odios de la fiera corrupia , las batallas campales. Y esa , a mi modo de ver, fue una  de las responsabilidades de la Iglesia. Poder ser interlocutor y poder comprender al otro, sin perder la brújula, sin abandonar el coraje. De todos modos, la Iglesia ha tenido que torear delincuentes, gente de baja ralea, campeones de pecados veniales, y eso lo hizo sin perder la firmeza,  sin dejarse seducir por las manipulaciones, y manteniendo un rumbo clarísimo de valores y convicciones cristianas.

            Ante la mesa del diálogo, inaugurada por Monseñor Núñez Collado,  a la diestra y siniestra se han sentado los líderes políticos que se han combatido con saña y con odio, y don Agripino, con su bonhomía y buen talante  le ha mostrado que estaban condenados a entenderse. . En todos esos grandes momentos de ruptura y peligro  para la  estabilidad de las instituciones en  nuestro país ha estado presente Monseñor Agripino Núñez Collado como un don Juan de la Paz, como el talismán de la comunicación de unos y otros. Compaginan con su temperamento aquella reflexión hecha por Francois Mitterand para relativizar las posturas muchas veces numantinas de los representantes de intereses  antagónicos.

Nosotros no somos  los  buenos—decía Mitterrand—ni ellos son los malos. Incluso si ellos creen que nosotros somos los malos y ellos los buenos. Nosotros debemos unirnos. Unirnos para salvar nuestros valores cristianos, nuestra sociedad, nuestras conquistas y progresos sociales. Nuestra soberanía y nuestra Independencia. Ahora que don Agripino Núñez Collado  no estará con nosotros, esperemos que la gratitud de la sociedad se manifieste con su memoria.

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