ALERTA. Cómo enfrento al discutidor agresivo y evito serlo

Juan Freddy Armando

Nuestro comportamiento diario, demuestra que los humanos somos ante todo “animales emocionales”, más que el “animal racional” del maestro Aristóteles. Desde el punto de vista antropológico, tiene razón. El elemento diferenciador entre humanos y otros primates es la razón: inteligencia, creatividad y memoria organizadas.

Pero mi afirmación se fundamenta en que somos un almacén de sensaciones aleatorias. Estas deciden casi todo: elegir parejas, comidas, modas, profesiones, etc. Además, me baso en lo escrito por el propio estagirita: “Nada hay en la cabeza que no haya llegado por los sentidos”.

Esto, a propósito de la continuación de mi “Decálogo para el diálogo: Cómo discutir verdades sin perder amistades”. ¿Qué hacer frente quienes, impulsados por vanos orgullos de egos exaltados, expresan palabras y gestos irrespetuosos?

26. La cortesía cura la descortesía.

Filósofo Aristóteles.

Impulsado por las emociones, cualquiera cae en insultar. No respondas con insultos. Porque cada uno ripostará con algo más y más ofensivo, y ese proceso encenderá los ánimos hasta decirse cosas jamás imaginadas entre amigos. Casi seguro, esa violencia verbal degenerará en la física. Llega un momento en que uno o ambos sienten que los improperios no son suficientes, y se violentan.

De modo que, a quien falta a la decencia verbal, no debe respondérsele con la misma arma, por lo antes dicho: irrespeto más irrespeto da trágicos irrespetos. Desde el primer insulto, pidámosle calma, paciencia y serenidad en nombre de la amistad. Si esto no funciona, …

27. Ante irrespetuoso insistente, ser discreto, inteligente.

Con cierta frecuencia, quien insulta está furioso, y no acepta que lo ha hecho. Ante ello, la solución es abandonar de buen modo la discusión. “Mi estimado amigo: Lo invito a dejar el debate para luego. No discuto más y brindemos por la amistad”, son las palabras mágicas. Luego, recordar una anécdota graciosa o humorística que sepamos le gusta a quien insultó.

También una buena digresión puede ser la solución. Enlazar suavemente el tema con otro no conflictivo, que sabemos guste al discutidor. Esto puede disolver la disputa con discreción y bajar ánimos.

Alguno pensará que no responder una maledicencia es cobardía. Al contrario: muestra valentía, reflexión, madurez. Prudencia de no perder lo más por lo menos. Imponer la amistad sobre el orgullo. La paz sobre la guerra. Proteger la alegría del encuentro. Está dicho: lo cortés no quita lo valiente.

28. Si nos hierve la sangre, podemos derramar sangre.

La cólera, como toda emoción, casi siempre empieza pequeña, y van creciendo arrastrada por otras emociones.

Quien insulta busca molestar. Si, molestos, respondemos con insultos, crecerán las furias de ambos. La emoción apaga la razón y podríamos llegar al derramamiento de sangre.

Por ello, debemos actuar con rapidez. Al primer insulto, apliquemos enseguida lo aconsejado en el punto 27.

También es importante que cada uno se auto-observe, para saber a tiempo que está empezando a enfurecerse, y buscar algún recuerdo que nos desvíe preventivamente de la discusión.

29. Contar y respirar controlan lo emocional.

Si dominas tu emoción, dominas la de los demás. Recuerdo un anuncio decía: “Antes de hablar o actuar frente a insultos, accidentes, conflictos, cuente hasta 10”. Voy más lejos: contemos hasta 20.

Está científicamente comprobado que contar y respirar conscientemente calman y evitan peligrosos instintos criminales que todos albergamos.

Esto se perfecciona más con la meditación, con la que aprendemos a administrar emociones. Así, comprenderemos que nuestra dicha o desdicha no viene de lo que sucede en derredor sino de cómo lo interpretamos y asimilamos.

30. Los gestos pasivos calman al agresivo.

Discutir sobre temas aleccionadores es bueno entre amigos. Pero, ¡cuidado!, que la discusión no se convierta en conflicto que los empuje a ataques verbales y físicos causantes de enemistades, ofensas, fracasos de negocios, pérdidas de bienes. Y lo peor: que simples discusiones han degenerado en peleas que llevaron a familias enteras a matarse por venganza.

Si ante ciertas expresiones de emoción desenfrenada, reaccionamos a tiempo, con un gesto tranquilizador que evade la disputa, habremos ganado.

Si controlando orgullo, tenemos la valentía de abandonar un debate aunque quede la impresión de que lo perdimos, lo habremos ganado. ¿Cómo lograrlo? Empleando el silencio como invitación a cambiar de tema, a dejar la disputa. Y podemos acompañarlo de alguna acción que distraiga a nuestra contraparte: ir al baño, servir trago o picadera. También elogiarla, o recordarle algo que le agrade.

El próximo domingo, continuamos con otros puntos para el buen diálogo. 

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